sábado, 10 de diciembre de 2016

Una cultura del amor (4).


Una cultura del amor (4). Diferencia entre el enamoramiento y el amor. El primero es pasivo – ¡ocurre! –, es la fase inicial del amor, el segundo es activo: es donación, es entrega a una persona. Cfr. Augusto Sarmiento – Mario Iceta, «Nos casamos – Curso de preparación al matrimonio», Eunsa 2005, pp. 44-45 o El enamoramiento constituye la fase inicial del amor. La experiencia del enamoramiento comienza con el impacto que la persona amada produce sobre el amante. ¡Ha ocurrido! Es una realidad pasiva. El enamoramiento constituye la fase inicial del amor. La experiencia del enamoramiento comienza con el impacto que la persona amada produce sobre el amante. ¡Ha ocurrido! Se puede decir que el enamoramiento es, en cierta medida, una realidad pasiva: ocurre. De entre todas las personas ha habido una que ha llamado vivamente la atención y se ha «apoderado» del corazón. Todo pasa a un segundo plano ante la persona de la cual se ha enamorado. Se ve en ella una promesa de plenitud, de felicidad, un bien y, por ello, se intenta introducirla en la propia esfera vital. A la vez, el enamoramiento es un movimiento centrípeto, en el que se busca introducir a la persona en la propia vida, incluso de los modos más inverosímiles. o El enamoramiento llama al amor, es decir, al empeño de la persona en salir de sí para darse a la persona de la que se ha enamorado. Pero el enamoramiento no basta; al ser una pasión, es una realidad inestable. El enamoramiento llama al amor, es decir, al empeño de la persona en salir de sí para darse a la persona de la que se ha enamorado. El amor implica la voluntad y la decisión de la persona. Es justamente el aspecto recíproco. Así como el enamoramiento constituía un movimiento centrípeto, el amor es centrífugo: se sale de uno mismo para entregarse a otra persona. El amante se entrega al amado. ¡Yo quiero que tú vivas con mi vida! Yo me empeño para que tú seas feliz conmigo. Yo me doy para que tú seas. El amor es activo, un constante movimiento de donación, día a día, gota a gota. o Necesidad de precisar el lenguaje: características del amor. Es preciso, por ello, precisar bien el lenguaje: a) El amor no es ciego. Se tiene que saber a quién se entrega la vida. Otra cosa es que no importen los defectos o limitaciones de la persona amada. ¡Pero hay que conocerlos y bien! b) El amor empeña a toda la persona. No es una cuestión meramente sentimental sino principalmente de la voluntad. c) Se debe aceptar al otro tal cual es: con sus virtudes y con sus defectos. Es un error pensar que los defectos del amado o amada desaparecerán en el matrimonio. La realidad desmiente esta afirmación. El compromiso ha de ir dirigido a entregar la vida a la persona que se ama aceptándola tal como es, no tal como nos gustaría que fuese. El idealismo ingenuo es mal compañero de viaje. d) El amor comporta sacrificio. Si el amor es dar la vida a la persona amada, el darse, es decir, el negarse a sí mismo comporta siempre un sacrificio: se gasta la vida, se renuncia al propio «yo» por el amado. El sacrificio es el mejor termómetro para medir el amor. Se ama en la medida en que hay sacrificio por el otro, y uno está dispuesto a amar en la misma medida en que está dispuesto a sacrificarse por el otro. No en vano el signo por antonomasia del amor es la cruz, donde el Señor nos ha amado hasta tal extremo de entregarme todo: su Cuerpo, su Sangre, su Espíritu, ¡para que vivamos con su Vida! La donación interpersonal constituye el inicio de la salvación del hombre. En la medida en que la persona humana es amada y ama, se actualiza en él su salvación, pues comienza a realizarse la vocación a la que está llamado. En la comunión interpersonal se da el gozo que plenifica al hombre y a la mujer. Es el gozo propio de la comunión real. «En virtud del misterio de la muerte y resurrección de Cristo, en el que el matrimonio cristiano se sitúa de nuevo, el amor conyugal es purificado y santificado: “El Señor se ha dignado sanar este amor, perfeccionarlo y elevarlo con el don especial de la gracia y la caridad”. El don de Jesucristo no se agota en la celebración del sacramento del matrimonio, sino que acompaña a los cónyuges a lo largo de toda su existencia» (Juan Pablo II, Familiaris Consortio, n. 56). www.parroquiasantamónica.com

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