viernes, 9 de diciembre de 2016

Una cultura del amor (9).


 Una cultura del amor (9).La verdadera enseñanza evita el vicio de la arrogancia. La manera de enseñar algo con autoridad es practicarlo antes de enseñarlo, ya que la enseñanza pierde toda garantía cuando la conciencia contradice las palabras. Por tanto, es muy recomendable la santidad de vida que acredita verdaderamente a quien habla mucho más que los discursos elevados. Cfr. Liturgia de las Horas, Miércoles IX semana del tiempo ordinario - De los tratados morales de san Gregorio Magno, papa, sobre el libro de Job (Libro 23, 23-24: PL 76, 265-266) o La verdadera enseñanza evita la arrogancia «Escucha mis palabras, Job, presta oído a mi discurso» (Job 33,1). Ésta es la característica propia de la manera de enseñar de los arrogantes; que no saben inculcar sus enseñanzas con humildad ni comunicar rectamente las cosas rectas que saben. En su manera de hablar se pone de manifiesto que ellos, al enseñar, se consideran como situados en el lugar más elevado, y miran a los que reciben su enseñanza como si estuvieran muy por debajo de ellos, y se dignan hablarles no en plan de consejo, sino como quien pretende imponerles su dominio. A estos tales les dice, con razón, el Señor, por boca del profeta: «Vosotros los habéis dominado con crueldad y violencia» (Ezequiel 34,4). Con crueldad y con violencia dominan, en efecto, aquellos que, en vez de corregir a sus súbditos razonando reposadamente con ellos, se apresuran a doblegarlos rudamente con su autoridad. Por el contrario, la verdadera enseñanza evita con su reflexión este vicio de la arrogancia, con tanto más interés cuanto que su intención consiste precisamente en herir con los dardos de sus palabras a aquel que es el maestro de la arrogancia. Procura, en efecto, no ir a obtener, con una manera arrogante de comportarse, el resultado contrario, es decir: predicar a aquel a quien quiere atacar, con santas enseñanzas, en el corazón de sus oyentes. Y, así, se esfuerza por enseñar de palabra y de obra la humildad, madre y maestra de todas las virtudes, de manera que la explica a los discípulos de la verdad con las acciones, más que con las palabras. De ahí que Pablo, hablando a los Tesalonicenses, como olvidándose de la autoridad que tenía por su condición de apóstol, les dice: «Nos hemos hecho como niños en medio de vosotros» (1 Tesalonicenses 2,7 Vulg). Y, en el mismo sentido, el apóstol Pedro, cuando dice: «Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere», enseña que hay que guardar en ello el modo debido, añadiendo: «Pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia» (1 Pedro 3, 15-16). Y, cuando Pablo dice a su discípulo: «De esto tienes que hablar, animando y reprendiendo con autoridad» (Tito 2,15), no es su intención inculcarle un dominio basado en el poder, sino una autoridad basada en la conducta. En efecto, la manera de enseñar algo con autoridad es practicarlo antes de enseñarlo, ya que la enseñanza pierde toda garantía cuando la conciencia contradice las palabras. Por tanto, es muy recomendable la santidad de vida que acredita verdaderamente a quien habla mucho más que los discursos elevados. Por esto, hallamos escrito también acerca del Señor: «Les enseñaba con autoridad, y no como los escribas y fariseos» (Mateo 7,29). Él, en efecto, de un modo único y singular, hablaba con autoridad, en el sentido verdadero de la palabra, ya que nunca cometió mal alguno por debilidad. Él tuvo por el poder de su divinidad aquello que nos comunicó a nosotros por la inocencia de su humanidad. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

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