jueves, 19 de enero de 2017

2015/10/04 - XXVII Domingo del Tiempo Ordinario

Monseñor Agrelo (Arzobispo de Tánger)
XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



4 de Octubre del 2015







Y serán los dos una sola carne”.

Esto es lo que se dice del marido y de la esposa: “Ya no son dos, sino una sola carne”.

Observarás que el misterio no está simplemente en la unidad constatada, sino en la complementariedad buscada; no hay misterio en que algo sea uno sino en la comunión hasta la unidad de dos. Eso es precisamente lo asombroso: que sean dos y que los dos sean uno.

Observarás también que esa  complementariedad, no es fruto de capricho ni de imposición, sino de amor. Porque ama, Dios crea a la mujer, colma un vacío, responde a un deseo, hace posible un sueño.

Observarás además que este misterio es, desde el principio, una bendición sobre la vida del hombre y de la mujer, es para ambos un regalo divino, es para los dos un proyecto de prosperidad y de paz.

Así se hallaron estas cosas en el corazón del hombre, así salieron del corazón de Dios.
Pero el pecado, que comprometió la totalidad del proyecto de Dios, ha comprometido también el proyecto soñado y bendecido con la creación del hombre y de la  mujer.

En el evangelio, Jesús nos recuerda el proyecto de Dios, reivindica la bondad, verdad y belleza de ese proyecto, y él lo lleva a plenitud en su relación con la Iglesia, pues él la amó y se entregó a sí mismo por ella para consagrarla y presentársela gloriosa, santa, inmaculada.

En la Eucaristía, los discípulos de Jesús vivimos  en imagen la bondad, verdad y belleza del proyecto divino, pues la Eucaristía es sacramento en el que se hace visible la unidad de Cristo y de la Iglesia. En la Eucaristía la Iglesia recibe a Cristo y Cristo recibe a la Iglesia, de modo que ya no son dos, sino un solo cuerpo.

Ese misterio, el de la unión de Cristo con su Iglesia, es el que están llamados a imitar los esposos cristianos en la relación matrimonial; ésa es su vocación; ésa es la bendición de Dios sobre sus vidas; ésa es su eucaristía doméstica.

Y no pienses, hermano mío, hermana mía, que en la realización de ese proyecto fracasan sólo los que se divorcian; ahí fracasan quienes no se aman, todos los que no se aman, sólo los que no se aman.




Y a nadie se le oculta que en el terreno del amor todos andamos necesitados de la misericordia de Dios.

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