martes, 21 de febrero de 2017

Domingo 31 del tiempo ordinario, Año B, 4 de noviembre de 2012. El primero y el segundo mandamiento de la Ley de Dios: amor a Dios y amor al prójimo. Hay entre ellos una inseparable relación y una imprescindible interacción. Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo «piadoso» y cumplir con mis «deberes religiosos», se marchita también la relación con Dios. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios.



1 Domingo 31 del tiempo ordinario, Año B, 4 de noviembre de 2012. El primero y el segundo mandamiento de la Ley de Dios: amor a Dios y amor al prójimo. Hay entre ellos una inseparable relación y una imprescindible interacción. Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo «piadoso» y cumplir con mis «deberes religiosos», se marchita también la relación con Dios. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios. Cfr. Domingo 31 del tiempo ordinario, Año B, 4 noviembre de 2012. Deuteronomio 6,2-6; Hebreos 7, 23-28; Marcos 12, 28-34 Cfr. Benedicto XVI, Enc. Deus Caritas est; Raniero Cantalamessa, La parola e la vita, anno B, Cittá Nuova IX edizione giugno 2001; Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno B, Piemme 1996, Domenica XXXI, pp. 318-323 Marcos 12, 28-34: 28 Se acercó uno de los escribas que les había oído y, viendo que les había respondido muy bien, le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?» 29 Jesús le contestó: «El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, 30 y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. 31El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos.» 32 Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que El es único y que no hay otro fuera de El, 33 y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.» 34Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios.» Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas. Deuteronomio 6, 2-6: “En aquellos días, habló Moisés al pueblo y le dijo: «2 a Teme a Yahveh tu Dios, guardando todos los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, tú, tu hijo y tu nieto, todos los días de tu vida, y así se prolonguen tus días. 3 Escucha, Israel; cuida de practicar lo que te hará feliz y por lo que te multiplicarás, como te ha dicho Yahveh, el Dios de tus padres, en la tierra que mana leche y miel. 4 Escucha, Israel: Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh. 5 Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. 6 Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy”. 1. La pregunta del escriba o letrado; ¿qué mandamiento es el primero de todos? • En la ley bíblica había 613 mandamientos. Independientemente de la intención subjetiva de este escriba, la pregunta podría ser clasificada como “normal”, ya que, al tener tantos mandamientos la Ley judía, las escuelas rabínicas dedicaban mucho tiempo a discutir sobre la jerarquía de esos mandamientos, sobre cómo podrían ser clasificados, etc. • “Habían catalogado en la Biblia 613 mandamientos, 365 negativos, tantos como los días del año, y 248 positivos, tantos como pensaban que eran los huesos del cuerpo humano, símbolo de la estructura de la misma persona. Se discutía pedantemente sobre la jerarquía de estos preceptos, llegando alguna vez a rozar la manía”. (Gianfranco Ravasi o.c. p. 322). • Por otra parte, se ha observado que ese escriba debía saber muy bien cuál era la respuesta, puesto que todo judío dos veces al día, por la mañana y por la tarde, recitaba una oración llamada el Shemá,[esta palabra significa «escucha» y es la primera palabra hebrea del párrafo citado] en la que se recordaba al pueblo judío su obligación de amar a Dios con todo su ser. Incluso, los judíos ponían - incrustado en las puertas, dentro de un pequeño cilindro – un trozo de pergamino en el que estaban escritas las palabras del primer mandamiento tal como las utilizó Jesús en su respuesta. Y lo besaban, al entrar y salir de casa, con veneración. • Por no hablar del pequeño rollo donde tienen las mismas palabras, que conservan en unas cajitas de cuero - las filacterias - que a su vez llevan en la frente y colgando del brazo cuando rezan. • La ley de Moisés se había ido hinchando de preceptos, explicaciones, y reinterpretaciones; resultaba espontáneo preguntarse: ¿qué es lo esencial entre tantas reglas, qué cosa da unidad al todo? (Cfr. R. Cantalamessa o.c. p. 333) 2. La respuesta de Jesús • Jesús en su respuesta recoge esas palabras del c. 6 del Deuteronomio de la primera 2 Lectura, y el verso 18 del c. 19 del Levítico, donde se dice: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». El escriba lo entiende muy bien, «reconoce la profundidad de la respuesta de Cristo», y repite las palabras del Señor añadiendo otra afirmación: «amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». En realidad este añadido forma parte de un aspecto fundamental de la enseñanza de los profetas que bien conocían los judíos: «Porque yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos» (Oseas 6,6). • “En el Antiguo Testamento se procuraba definir los mandamientos fundamentales: el autor del Salmo 15 hace una lista de 11, considerándolos como condición requerida para acceder al culto en el Templo de Jerusalén; Isaías (33,15) indicaba 6, Miqueas (6,8) indicaba 3 y Amos (5,4) sugería 2. En realidad, si observamos atentamente la selección que hace Jesús, nos damos cuenta de que ha roto el recurso al esquema, a la lista, a la graduación. Al presentar como precepto capital el amor - que no es un acto singular sino una actitud radical y constante – Jesús quiere ofrecer una perspectiva de fondo permanente con la que se viven todos los mandamientos de la Ley. El no quiere sugerir una escala de valores con una graduación, sino llevar al hombre a la raíz y a la esencia de toda experiencia religiosa y moral. No quiere imponer un código, con el que, una vez cumplido, el hombre pueda estar tranquilo e indiferente, seguro de la salvación y libre de otros compromisos. Jesús quiere indicar una disposición total de la existencia que sirva para regir toda la vida, para guiar todos los gestos, todos los momentos, toda respuesta religiosa y humana. Un poco como hace la persona enamorada que no ama solamente durante algunas horas o en algunas circunstancias, sino que está siempre interiormente ligada y orientada hacia la persona que ama” (Gianfranco Ravasi o.c. p. 322). 3. Amor a Dios y amor al prójimo Cfr. Benedicto XVI, enc. Deus caritas est La inseparable relación y la imprescindible interacción entre amor a Dios y amor al prójimo. Son un único mandamiento. o a) Hay una inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo «Si alguno dice: ‘‘amo a Dios'', y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Juan 4, 20). Este texto subraya la inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo. 16. (…) Este texto “lo que se subraya es la inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo. Ambos están tan estrechamente entrelazados, que la afirmación de amar a Dios es en realidad una mentira si el hombre se cierra al prójimo o incluso lo odia. El versículo de Juan se ha de interpretar más bien en el sentido de que el amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y que cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios”. o b) El amor al prójimo en el sentido enunciado por la Biblia, consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Aprendo a mirar a la otra persona desde la perspectiva de Jesucristo. Hay una imprescindible interacción entre amor a Dios y amor al prójimo. 18. De este modo se ve que es posible el amor al prójimo en el sentido enunciado por la Biblia, por Jesús. Consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo. Más allá de la apariencia exterior del otro descubro su anhelo interior de un gesto de amor, de atención, que no le hago llegar solamente a través de las organizaciones encargadas de ello, y aceptándolo tal vez por exigencias políticas. Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo 3 ofrecerle la mirada de amor que él necesita. En esto se manifiesta la imprescindible interacción entre amor a Dios y amor al prójimo, de la que habla con tanta insistencia la Primera carta de Juan. Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo «piadoso» y cumplir con mis «deberes religiosos», se marchita también la relación con Dios. Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Por el contrario, si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo «piadoso» y cumplir con mis «deberes religiosos», se marchita también la relación con Dios. Será únicamente una relación «correcta», pero sin amor. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama. Los Santos han adquirido su capacidad de amar al prójimo gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y este encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás. Los Santos —pensemos por ejemplo en la beata Teresa de Calcuta— han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y, viceversa, este encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero. Así, pues, no se trata ya de un «mandamiento» externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. El amor crece a través del amor. El amor es «divino» porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea «todo para todos» (cf. 1 Corintios 15, 28). www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

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