miércoles, 1 de marzo de 2017

Domingo 6º de Pascua (2013), Ciclo C. El Espíritu Santo por una parte hará que Cristo viva en nosotros (Juan 14,23), si creemos en Él tendremos una nueva vida. Por otra, nos da a conocer el contenido del mensaje de Cristo, es luz de los corazones, luz de las conciencias. Importancia de la conciencia, «propiedad clave de las personas» para percibir con profundidad la doctrina de Cristo, que afecta también al conocimiento del misterio del hombre, de su dignidad y de su capacidad para ser libre. La fatiga de la conciencia y la maduración de su responsabilidad; su purificación.. El Espíritu Santo no sólo da luz para conocer el contenido del mensaje de Cristo, la persona y la obra de Jesús, las cosas de Dios y nos abre la inteligencia para comprender las Escrituras, también nos hace conocer el misterio del hombre: ilumina nuestro destino, nos hace conocer la esperanza a la que hemos sido llamados.


1 Domingo 6º de Pascua (2013), Ciclo C. El Espíritu Santo por una parte hará que Cristo viva en nosotros (Juan 14,23), si creemos en Él tendremos una nueva vida. Por otra, nos da a conocer el contenido del mensaje de Cristo, es luz de los corazones, luz de las conciencias. Importancia de la conciencia, «propiedad clave de las personas» para percibir con profundidad la doctrina de Cristo, que afecta también al conocimiento del misterio del hombre, de su dignidad y de su capacidad para ser libre. La fatiga de la conciencia y la maduración de su responsabilidad; su purificación.. El Espíritu Santo no sólo da luz para conocer el contenido del mensaje de Cristo, la persona y la obra de Jesús, las cosas de Dios y nos abre la inteligencia para comprender las Escrituras, también nos hace conocer el misterio del hombre: ilumina nuestro destino, nos hace conocer la esperanza a la que hemos sido llamados. Cfr. 6º Pascua Ciclo C 5 mayo 2013- Hechos 5, 1-2. 22-29; Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8 Apocalipsis 21,10-14. 22-23; Juan 14, 23-29 Cfr. Temi di Predicazione – Omelie, Editrice Domenicana Italiana, 2/2013 Juan 14, 23-29: 23 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él. 24 El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. 25 Os he hablado todo esto estando con vosotros, 26 pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, Él os lo enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho. 27 La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vosotros". Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.» A. EL ESPIRITU SANTO HACE QUE EL PADRE Y EL HIJO HAGAN MORADA EN QUIEN HA RECIBIDO EL BAUTISMO (Evangelio: Juan 14, 23). • El Señor resucitado lleva a los que creen en Él a vivir en comunión con el Padre. La fe no sólo es conocimiento, sino que se convierte en fuerza viva y vital que da sentido y valor a todo la existencia cristiana. Nos hace participar de la vida de Cristo y, como consecuencia de la vida de Dios. Catecismo de la Iglesia Católica o La Iglesia es comunión con Jesús • n. 787: LA IGLESIA, CUERPO DE CRISTO - La Iglesia es comunión con Jesús. Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida (cf. Mc 1, 16 - 20; Mc 3, 13 - 19); les reveló el Misterio del Reino (cf. Mt 13, 10 - 17); les dio parte en su misión, en su alegría (cf. Lc 10, 17 - 20) y en sus sufrimientos (cf. Lc 22, 28 - 30). Jesús habla de una comunión todavía más íntima entre él y los que le sigan: "Permaneced en Mí, como yo en vosotros … Yo soy la vid y vosotros los sarmientos" (Jn 15, 4 - 5). Anuncia una comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo y el nuestro: "Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y Yo en él" (Jn 6, 56). o La misión del Espíritu Santo: poner en comunión con Cristo para formar su cuerpo. • n. 1108: La comunión de Espíritu Santo - La finalidad de la misión del Espíritu Santo en toda acción litúrgica es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu Santo es como la savia de la viña del Padre que da su fruto en los sarmientos (Cf Jn 15, 1-17; Ga 5, 22). ö En la Liturgia se realiza la cooperación mas íntima entre el Espíritu Santo y la Iglesia. El espíritu de comunión permanece indefectiblemente en la Iglesia, y por eso la Iglesia es el gran sacramento de la comunión divina que reúne a los hijos de Dios dispersos. El fruto del Espíritu en la Liturgia es inseparablemente comunión con la Trinidad Santa y comunión fraterna (22). o Participamos en la Pasión de Cristo, muriendo al pecado; y en su Resurrección, naciendo a una vida nueva • 1988: Por el poder del Espíritu Santo participamos en la Pasión de Cristo, muriendo al pecado, y en su Resurrección, naciendo a una vida nueva; somos miembros de su Cuerpo que es la Iglesia (cf 1Co 12), sarmientos unidos a la Vid que es él mismo (cf Jn 15, 1 - 4): "Por el Espíritu Santo participamos de Dios. Por la participación del Espíritu venimos a ser partícipes de la naturaleza divina… Por eso, aquellos en quienes habita el Espíritu están divinizados" 2 (S. Atanasio, ep. Serap. 1, 24) Jesús viene a ser, por obra del Espíritu, la norma viva e interior de nuestro obrar. • n. 2074: «Sin mí no podéis hacer nada» - Jesús dice: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto; ö porque sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5). ö El fruto evocado en estas palabras es la santidad de una vida hecha fecunda por la unión con Cristo. Cuando creemos en Jesucristo, participamos en sus misterios y guardamos sus mandamientos, el Salvador mismo ama en nosotros a su Padre y a sus hermanos, nuestro Padre y nuestros hermanos. Su persona viene a ser, por obra del Espíritu, la norma viva e interior de nuestro obrar. «Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15, 12). B. EL ESPÍRITU SANTO OS LO ENSEÑARÁ TODO Y OS RECORDARÁ TODAS LAS COSAS QUE OS HE DICHO (Juan 14, 26). DA A CONOCER EL CONTENIDO DEL MENSAJE DE CRISTO Y TAMBIÉN EL MISTERIO DEL HOMBRE. ES LUZ PARA NUESTRAS CONCIENCIAS. • Los bautizados son conducidos por el Espíritu Santo a la comprensión de toda la verdad sobre Cristo. El empeño de todo cristiano debe ser el de crecer y madurar para conseguir la plenitud de la madurez en Cristo. • Cfr. Juan Pablo II, Catequesis del 10-Abril-1991, El Espíritu Santo, raíz de la vida interior: La diferencia que existe entre la madurez connatural a las capacidades del alma humana y la madurez propiamente cristiana, que implica el desarrollo de la vida del Espíritu, la madurez de la fe, de la esperanza y de la caridad. 1) El Espíritu Santo y la conciencia del hombre o a. El Espíritu Santo es luz de los corazones, es decir, de las conciencias • Cfr. Juan Pablo II, Encíclica Dominum et vivificantem, n. 42. • Hay una relación estrecha entre la conciencia y el Espíritu Santo. Él habla a todo ser razonable a través de la conciencia1 . o b. La conciencia es “la propiedad clave del sujeto personal”. • Juan Pablo II, Encíclica Dominum et vivificantem, n. 43: “El Concilio Vaticano II ha recordado la enseñanza católica sobre la conciencia, al hablar de la vocación del hombre y, en particular, de la dignidad de la persona humana. Precisamente la conciencia decide de manera específica sobre esta dignidad. En efecto, la conciencia es « el núcleo más secreto y el sagrario del hombre », en el que ésta se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo. Esta voz dice claramente a « los oídos de su corazón advirtiéndole ... haz esto, evita aquello ». Tal capacidad de mandar el bien y prohibir el mal, puesta por el Creador en el corazón del hombre, es la propiedad clave del sujeto personal”. La importancia de esta propiedad del ser humano se deduce de que los desequilibrios que encontramos en el mundo están conectados con los desequilibrios en el corazón humano, en la conciencia. • Juan Pablo II, Encíclica Dominum et vivificantem, n. 44. Las raíces del pecado están en el corazón del hombre: “De este modo se llega a la demostración de las raíces del pecado que están en el interior del hombre, como pone en evidencia la misma Constitución pastoral: « En verdad, los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. Como criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y que renunciar. Más aún, como enfermo y pecador, no raramente hace lo que no quiere y deja de hacer lo que querría llevar a cabo ».(Const. past. Gaudium et spes, 10) El texto conciliar se refiere aquí a las conocidas palabras de San Pablo.( Cf. Rom 7, 14-15.19)”. • A este propósito no podemos olvidar los condicionamientos de la conciencia, condicionamientos que afectan a su capacidad para conocer la realidad y para ser libres: la salud, la enfermedad, los hábitos, el temperamento, la ignorancia, las pasiones, las dificultades patológicas, la violencia, etc. Por ello se ha 1 Cfr. Raniero Canatalamessa, Meditaciones en la Cuaresma del 2009 al Papa y a la Curia Romana; tercera meditación, "Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios" (Rm 8, 14). Zenit: 27 de marzo de 2009. 3 hablado de la “fatiga” de la conciencia para discernir el bien y para reconocer que a menudo cuesta mucho ver el mal que hay en uno mismo. (cfr. Juan Pablo II, Enc. Dominum et vivificantem, n. 45). o c. La maduración de las conciencias es una “revolución” no ideológica sino espiritual, que requiere infinita paciencia y tiempos quizás muy largos. Cfr. Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, 42 Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 2009 La historia terrena de Jesús, que culminó en el misterio pascual, es el inicio de un mundo nuevo, porque inauguró realmente una nueva humanidad, capaz de llevar a cabo una "revolución" pacífica, siempre y sólo con la gracia de Cristo. Esta revolución no es ideológica, sino espiritual; no es utópica, sino real; y por eso requiere infinita paciencia, tiempos quizás muy largos, evitando todo atajo y recorriendo el camino más difícil: el de la maduración de la responsabilidad en las conciencias. “El concilio Vaticano II dijo, a este respecto, que "el Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (Gaudium et spes, 22). Esta unión ha confirmado el plan original de una humanidad creada a "imagen y semejanza" de Dios. En realidad, el Verbo encarnado es la única imagen perfecta y consustancial del Dios invisible. Jesucristo es el hombre perfecto. "En él —afirma asimismo el Concilio— la naturaleza humana ha sido asumida (...); por eso mismo, también en nosotros ha sido elevada a una dignidad sublime" (ib.). Por esto, la historia terrena de Jesús, que culminó en el misterio pascual, es el inicio de un mundo nuevo, porque inauguró realmente una nueva humanidad, capaz de llevar a cabo una "revolución" pacífica, siempre y sólo con la gracia de Cristo. Esta revolución no es ideológica, sino espiritual; no es utópica, sino real; y por eso requiere infinita paciencia, tiempos quizás muy largos, evitando todo atajo y recorriendo el camino más difícil: el de la maduración de la responsabilidad en las conciencias”. o d. La formación de la conciencia es hoy día una empresa difícil, delicada e imprescindible. Cfr. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en la Asamblea General de la Academia Pontificia para la Vida – 24 febrero 2007 La formación de una conciencia verdadera, por estar fundada en la verdad, y recta, por estar decidida a seguir sus dictámenes, sin contradicciones, sin traiciones y sin componendas, es hoy una empresa difícil y delicada, pero imprescindible. Y es una empresa, por desgracia, obstaculizada por diversos factores. Ante todo, en la actual fase de la secularización llamada post-moderna y marcada por formas discutibles de tolerancia, no sólo aumenta el rechazo de la tradición cristiana, sino que se desconfía incluso de la capacidad de la razón para percibir la verdad, y a las personas se las aleja del gusto de la reflexión. Según algunos, incluso la conciencia individual, para ser libre, debería renunciar tanto a las referencias a las tradiciones como a las que se fundamentan en la razón. De esta forma la conciencia, que es acto de la razón orientado a la verdad de las cosas, deja de ser luz y se convierte en un simple telón de fondo sobre el que la sociedad de los medios de comunicación lanza las imágenes y los impulsos más contradictorios. Es preciso volver a educar en el deseo del conocimiento de la verdad auténtica, en la defensa de la propia libertad de elección ante los comportamientos de masa y ante las seducciones de la propaganda, para alimentar la pasión de la belleza moral y de la claridad de la conciencia. Esta delicada tarea corresponde a los padres de familia y a los educadores que los apoyan; y también es una tarea de la comunidad cristiana con respecto a sus fieles. Por lo que atañe a la conciencia cristiana, a su crecimiento y a su alimento, no podemos contentarnos con un fugaz contacto con las principales verdades de fe en la infancia; es necesario también un camino que acompañe las diversas etapas de la vida, abriendo la mente y el corazón a acoger los deberes fundamentales en los que se basa la existencia tanto del individuo como de la comunidad. Sólo así será posible ayudar a los jóvenes a comprender los valores de la vida, del amor, del matrimonio y de la familia. Sólo así se podrá hacer que aprecien la belleza y la santidad del amor, la alegría y la responsabilidad de ser padres y colaboradores de Dios para dar la vida. Si falta una formación continua y cualificada, resulta aún más problemática la capacidad de juicio en los problemas planteados por la biomedicina en materia de sexualidad, de vida naciente, de procreación, así como en el modo de tratar y curar a los enfermos y de atender a las clases débiles de la sociedad. Ciertamente, es necesario hablar de los criterios morales que conciernen a estos temas con profesionales, médicos y juristas, para comprometerlos a elaborar un juicio competente de conciencia y, si 4 fuera el caso, también una valiente objeción de conciencia, pero en un nivel más básico existe esa misma urgencia para las familias y las comunidades parroquiales, en el proceso de formación de la juventud y de los adultos. o e. Es necesario promover coherentemente los valores morales relacionados con la corporeidad, la sexualidad, el amor humano, la procreación, el respeto a la vida en todos los momentos, denunciando a la vez, con motivos válidos y precisos, los comportamientos contrarios a estos valores primarios. Cfr. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en la Asamblea General de la Academia Pontificia para la Vida – 24 febrero 2007 Bajo este aspecto, junto con la formación cristiana, que tiene como finalidad el conocimiento de la persona de Cristo, de su palabra y de los sacramentos, en el itinerario de fe de los niños y de los adolescentes es necesario promover coherentemente los valores morales relacionados con la corporeidad, la sexualidad, el amor humano, la procreación, el respeto a la vida en todos los momentos, denunciando a la vez, con motivos válidos y precisos, los comportamientos contrarios a estos valores primarios. En este campo específico, la labor de los sacerdotes deberá ser oportunamente apoyada por el compromiso de educadores laicos, incluyendo especialistas, dedicados a la tarea de orientar las realidades eclesiales con su ciencia iluminada por la fe. C. El Espíritu Santo seguirá inspirando la predicación del Evangelio de salvación y ayudará a conocer el contenido del mensaje de Cristo y el misterio del hombre. o a. El Espíritu Santo ayudará a comprender el justo significado del contenido del mensaje de Cristo, asegurando su continuidad e identidad de comprensión en medio de las condiciones y circunstancias mudables. • Juan Pablo II, Encíclica Dominum et vivificantem, 4: “Poco después del citado anuncio, añade Jesús: «Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo he dicho ». (Juan 14, 26)) El Espíritu Santo será el Consolador de los apóstoles y de la Iglesia, siempre presente en medio de ellos—aunque invisible—como maestro de la misma Buena Nueva que Cristo anunció. Las palabras « enseñará » y « recordará » significan no sólo que el Espíritu, a su manera, seguirá inspirando la predicación del Evangelio de salvación, sino que también ayudará a comprender el justo significado del contenido del mensaje de Cristo, asegurando su continuidad e identidad de comprensión en medio de las condiciones y circunstancias mudables. El Espíritu Santo, pues, hará que en la Iglesia perdure siempre la misma verdad que los apóstoles oyeron de su Maestro. o b. El Espíritu Santo no sólo da luz para conocer el contenido del mensaje de Cristo, la persona y la obra de Jesús, las cosas de Dios (cfr. 1 Corintios 2, 10-12) y nos abre la inteligencia para comprender las Escrituras (cfr. Lucas 24, 45), también nos hace conocer el misterio del hombre: ilumina nuestro destino, nos hace conocer la esperanza a la que hemos sido llamados … Cfr. Benedicto XVI, Jornada Mundial de la Juventud, en Australia, 20 de julio de 2008. Fortalecida por el Espíritu y provista de una rica visión de fe, una nueva generación de cristianos está invitada a contribuir a la edificación de un mundo en el que sea acogida la vida; en el que el amor no sea ambicioso o egoísta. Fortalecida por el Espíritu y provista de una rica visión de fe, una nueva generación de cristianos está invitada a contribuir a la edificación de un mundo en el que la vida sea acogida, respetada y cuidada amorosamente, no rechazada o temida como una amenaza y por ello destruida. Una nueva era en la que el amor no sea ambicioso ni egoísta, sino puro, fiel y sinceramente libre, abierto a los otros, respetuoso de su dignidad, un amor que promueva su bien e irradie gozo y belleza. Una nueva era en la cual la esperanza nos libere de la superficialidad, de la apatía y el egoísmo que degrada nuestras almas y envenena las relaciones humanas. Queridos jóvenes amigos, el Señor os está pidiendo ser profetas de esta nueva era, mensajeros de su amor, capaces de atraer a la gente hacia el Padre y de construir un futuro de esperanza para toda la humanidad. El mundo y la Iglesia tienen necesidad de renovación. El mundo tiene necesidad de esta renovación. En muchas de nuestras sociedades, junto a la prosperidad material, se está expandiendo el desierto espiritual: un vacío interior, un miedo indefinible, un larvado sentido de desesperación. ¿Cuántos de nuestros semejantes han cavado aljibes agrietados y vacíos 5 (cf. Jr 2,13) en una búsqueda desesperada de significado, de ese significado último que sólo puede ofrecer el amor? Éste es el don grande y liberador que el Evangelio lleva consigo: él revela nuestra dignidad de hombres y mujeres creados a imagen y semejanza de Dios. Revela la llamada sublime de la humanidad, que es la de encontrar la propia plenitud en el amor. Él revela la verdad sobre el hombre, la verdad sobre la vida. o c. El descubrimiento de la belleza de la tierra y el del hombre. Cfr. Benedicto XVI, en la Jornada Mundial de la Juventud en Australia, el 17 de julio de 2008. El descubrimiento de las bellezas naturales. • Hoy me toca a mí. Para algunos puede parecer que, viniendo aquí, hemos llegado al fin del mundo. Ciertamente, para los de vuestra edad cualquier viaje en avión es una perspectiva excitante. Pero para mí, este vuelo ha sido en cierta medida motivo de aprensión. Sin embargo, la vista de nuestro planeta desde lo alto ha sido verdaderamente magnífica. El relampagueo del Mediterráneo, la magnificencia del desierto norteafricano, la exuberante selva de Asia, la inmensidad del océano Pacífico, el horizonte sobre el que surge y se pone el sol, el majestuoso esplendor de la belleza natural de Australia, todo eso que he podido disfrutar durante dos días, suscita un profundo sentido de temor reverencial. Es como si uno hojeara rápidamente imágenes de la historia de la creación narrada en el Génesis: la luz y las tinieblas, el sol y la luna, las aguas, la tierra y las criaturas vivientes. Todo eso es «bueno» a los ojos de Dios (cf. Gn 1, 1-2. 2,4). Inmersos en tanta belleza, ¿cómo no hacerse eco de las palabras del Salmista que alaba al Creador: «!Qué admirable es tu nombre en toda la tierra!» (Sal 8,2)? El descubrimiento del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Pero hay más, algo difícil de ver desde lo alto de los cielos: hombres y mujeres creados nada menos que a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26). En el centro de la maravilla de la creación estamos nosotros, vosotros y yo, la familia humana «coronada de gloria y majestad» (cf. Sal 8,6). ¡Qué asombroso! Con el Salmista, susurramos: «Qué es el hombre para que te acuerdes de él?» (cf. Sal 8,5). Nosotros, sumidos en el silencio, en un espíritu de gratitud, en el poder de la santidad, reflexionamos. Las heridas que marcan la tierra. Y ¿qué descubrimos? Quizás con reluctancia llegamos a admitir que también hay heridas que marcan la superficie de la tierra: la erosión, la deforestación, el derroche de los recursos minerales y marinos para alimentar un consumismo insaciable. Algunos de vosotros provienen de islas-estado, cuya existencia misma está amenazada por el aumento del nivel de las aguas; otros de naciones que sufren los efectos de sequías desoladoras. La maravillosa creación de Dios es percibida a veces como algo casi hostil por parte de sus custodios, incluso como algo peligroso. ¿Cómo es posible que lo que es «bueno» pueda aparecer amenazador? Las heridas y cicatrices en la humanidad, junto con los logros del ingenio humano. Pero hay más aún. ¿Qué decir del hombre, de la cumbre de la creación de Dios? Vemos cada día los logros del ingenio humano. La cualidad y la satisfacción de la vida de la gente crece constantemente de muchas maneras, tanto a causa del progreso de las ciencias médicas y de la aplicación hábil de la tecnología como de la creatividad plasmada en el arte. También entre vosotros hay una disponibilidad atenta para acoger las numerosas oportunidades que se os ofrecen. Algunos de vosotros destacan en los estudios, en el deporte, en la música, la danza o el teatro; otros tienen un agudo sentido de la justicia social y de la ética, y muchos asumen compromisos de servicio y voluntariado. Todos nosotros, jóvenes y ancianos, tenemos momentos en los que la bondad innata de la persona humana -perceptible tal vez en el gesto de un niño pequeño o en la disponibilidad de un adulto para perdonar- nos llena de profunda alegría y gratitud. Abuso del alcohol y de drogas; violencia y degradación sexual. Sin embargo, estos momentos no duran mucho. Por eso, hemos de reflexionar algo más. Y así descubrimos que no sólo el entorno natural, sino también el social -el hábitat que nos creamos nosotros mismos - tiene sus cicatrices; heridas que indican que algo no está en su sitio. También en nuestra vida personal y en nuestras comunidades podemos encontrar hostilidades a veces peligrosas; un veneno que amenaza corroer lo que es bueno, modificar lo que somos y desviar el objetivo para el que hemos sido creados. Los ejemplos abundan, como bien sabéis. Entre los más evidentes están el abuso de alcohol y de drogas, la exaltación de la violencia y la degradación sexual, presentados a menudo en la televisión e internet como una diversión. Me pregunto cómo uno que estuviera cara a cara con personas que están sufriendo realmente violencia y explotación sexual podría explicar que estas tragedias, representadas de manera virtual, han de considerarse simplemente como «diversión». 6 Libertad y tolerancia separadas de la verdad; confusión moral e intelectual; pérdida de la autoestima y desesperación. Hay también algo siniestro que brota del hecho de que la libertad y la tolerancia están frecuentemente separadas de la verdad. Esto está fomentado por la idea, hoy muy difundida, de que no hay una verdad absoluta que guíe nuestras vidas. El relativismo, dando en la práctica valor a todo, indiscriminadamente, ha hecho que la «experiencia» sea lo más importante de todo. En realidad, las experiencias, separadas de cualquier consideración sobre lo que es bueno o verdadero, pueden llevar, no a una auténtica libertad, sino a una confusión moral o intelectual, a un debilitamiento de los principios, a la pérdida de la autoestima, e incluso a la desesperación. o d. La conciencia y el azar La vida no está gobernada por el azar; el ejercicio de la libertad; no dejarse engañar. Cfr. Benedicto XVI, en la Jornada Mundial de la Juventud en Australia, el 17 de julio de 2008. Queridos amigos, la vida no está gobernada por el azar, no es casual. Vuestra existencia personal ha sido querida por Dios, bendecida por él y con un objetivo que se le ha dado (cf. Gn 1,28). La vida no es una simple sucesión de hechos y experiencias, por útiles que pudieran ser. Es una búsqueda de lo verdadero, bueno y hermoso. Precisamente para lograr esto hacemos nuestras opciones, ejercemos nuestra libertad y en esto, es decir, en la verdad, el bien y la belleza, encontramos felicidad y alegría. No os dejéis engañar por los que ven en vosotros simplemente consumidores en un mercado de posibilidades indiferenciadas, donde la elección en sí misma se convierte en bien, la novedad se hace pasar como belleza y la experiencia subjetiva suplanta a la verdad. La identidad del hombre está más allá del azar, de las circunstancias y determinismos o de las interacciones físicoquímicas. Las capacidades del hombre. En el ejercicio de su libertad ejerce también su responsabilidad sobre sus actos 2 . Cfr. Benedicto XVI, Discurso a un Congreso organizado por la Academia de las Ciencias de París y por la Pontificia Academia de las Ciencias, sobre la identidad cambiante del individuo, el 28 de enero de 2008. • “El hombre no es fruto del azar, ni de un conjunto de circunstancias, ni de determinismos, ni de interacciones fisicoquímicas; es un ser que goza de una libertad que, teniendo en cuenta su naturaleza, la trasciende y es el signo del misterio de alteridad que lo habita. Desde esta perspectiva el gran pensador Pascal decía que «el hombre sobrepasa infinitamente al hombre». Esta libertad, propia del ser humano, hace que pueda orientar su vida hacia un fin, que por sus actos puede orientarse hacia la felicidad a la que está llamado para la eternidad. Esta libertad pone de manifiesto que la existencia del hombre tiene un sentido. En el ejercicio de su auténtica libertad, la persona realiza su vocación; se cumple; da forma a su identidad profunda. En el ejercicio de su libertad ejerce también su responsabilidad sobre sus actos. En este sentido, la dignidad particular del ser humano es al mismo tiempo un don de Dios y la promesa de un porvenir. El hombre tiene una capacidad específica: discernir lo bueno y el bien. Impresa en él como un sello, la sindéresis le lleva a hacer el bien. Movido por ella, el hombre está llamado a desarrollar su conciencia por la formación y por el ejercicio para orientarse libremente en su existencia, fundándose en las leyes esenciales que son la ley natural y la ley moral. En nuestra época, cuando el desarrollo de las ciencias atrae y seduce por las posibilidades ofrecidas, es más importante que nunca educar las conciencias de nuestros contemporáneos para que la ciencia no se transforme en el criterio del bien, y el hombre sea respetado como centro de la creación y no se convierta en objeto de manipulaciones ideológicas, de decisiones arbitrarias, ni tampoco de abuso de los más fuertes sobre los más débiles. Se trata de peligros cuyas manifestaciones hemos podido conocer a lo largo de la historia humana, y en particular en el siglo XX”. www.parroquiasantomonica.com Vida Cristiana 2 Jean-Dominique Bauby, La escafandra y la mariposa (relato autobiográfico): «¿Existen en el cosmos llaves que puedan abrir mi escafandra? ¿Una línea de Metro sin final? ¿Una moneda lo bastante fuerte para comprar mi libertad? Hay que buscar en otra parte. Allá voy» (últimas palabras del libro). Describe las experiencias de su autor después de que sufriera un accidente cardiovascular que le dejó en estado vegetativo. El relato ha sido llevado al cine. Cfr. Alfa y Omega, Un cine a favor de la vida, n. 619, 19-II-2009.

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