lunes, 20 de marzo de 2017

Conversión. La experiencia de San Pablo puede ser el modelo de toda auténtica conversión cristiana. Convertirse significa, también para cada uno de nosotros, creer que Jesús “se ha entregado a sí mismo por mí”, muriendo en la cruz y, resucitado, vive conmigo y en mí. (Benedicto XVI).



Conversión. La experiencia de San Pablo puede ser el modelo de toda auténtica conversión cristiana. Convertirse significa, también para cada uno de nosotros, creer que Jesús “se ha entregado a sí mismo por mí”, muriendo en la cruz y, resucitado, vive conmigo y en mí. (Benedicto XVI). Benedicto XVI, Palabras durante el Angelus del 25 enero 2009, Domingo 3º Tiempo Ordinario y Fiesta de la Conversión de San Pablo: “Pablo, modelo de toda auténtica conversión cristiana” Queridos hermanos y hermanas, En el Evangelio de este domingo resuenan las palabras de la primera predicación del Jesús en Galilea: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dio: convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Y precisamente hoy, 25 de enero, se hace memoria de la “Conversión de san Pablo”. Una feliz coincidencia - especialmente en este Año Paulino – gracias a la cual podemos comprender el verdadero significado de la conversión evangélica – metànoia – mirando la experiencia del Apóstol. A decir verdad, en el caso de Pablo, algunos prefieren no utilizar el término conversión, porque -dicen- él ya era creyente, es más hebreo ferviente y por ello no pasó de la no-fe a la fe, de los ídolos a Dios, ni tuvo que abandonar la fe hebrea para adherirse a Cristo. En realidad, la experiencia del Apóstol puede ser el modelo de toda auténtica conversión cristiana. La de Pablo maduró en el encuentro con el Cristo resucitado; fue este encuentro el que le cambió radicalmente la existencia. En el camino de Damasco sucedió para él lo que Jesús pude en el Evangelio de hoy: Saulo se convirtió porque, gracias a la luz divina, “creyó en el Evangelio”. En esto consiste su conversión y la nuestra: en creer en Jesús muerto y resucitado y en abrirse a la iluminación de su gracia divina. En aquel momento, Saulo comprendió que su salvación no dependía de las obras buenas realizadas según la ley, sino del hecho que Jesús había muerto también por él -el perseguidor- y que estaba, y está, resucitado. Esta verdad, que gracias al Bautismo ilumina la existencia de cada cristiano, alumbra completamente nuestro modo de vivir. Convertirse significa, también para cada uno de nosotros, creer que Jesús “se ha entregado a sí mismo por mí”, muriendo en la cruz (cfr Gal 2,20) y, resucitado, vive conmigo y en mí. Confiándome al poder de su perdón, dejándome tomar la mano por Él, puedo salir de las arenas movedizas del orgullo y del pecado, de la mentira y de la tristeza, del egoísmo y te toda falsa seguridad, para conocer y vivir la riqueza de su amor. Queridos amigos, la invitación a la conversión, valorada por el testimonio de san Pablo, resuena hoy, en la conclusión de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, particularmente también en el plano ecuménico. El Apóstol nos indica la actitud espiritual adecuada para poder progresar en el camino de la comunión. “Ciertamente no he llegado a la meta -escribe a los Filipenses -, no he llegado a la perfección; pero me esfuerzo en correr para alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús” (Fil 3,12). Ciertamente, nosotros los cristianos no hemos conseguido llegar aún a la meta de la unidad plena, pero si nos dejamos continuamente convertir por el Señor Jesús, llegaremos seguramente. La Beata Virgen María, Madre de la Iglesia una y santa, nos obtenga el don de una conversión verdadera, para que cuanto antes se realice el anhelo de Cristo: “Ut unum sint”. Le confiamos a ella el encuentro de oración que presidiré esta tarde en la Basílica de San Pablo Extramuros, y en la que participarán, como cada año, los representantes de las Iglesias y de las Comunidades eclesiales presentes en Roma. www.parroquiasantamonica.com

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