viernes, 17 de marzo de 2017

Domingo 3º de Cuaresma Ciclo A 19 marzo 2017: Agua que salta hasta la vida eterna.


Domingo 3º de Cuaresma, Ciclo A (2017). En el Evangelio de hoy: el encuentro de Jesús

con la mujer samaritana en el pozo de Jacob. El agua de la que habla Jesús, simboliza la acción del Espíritu Santo en el Bautismo. El Espíritu es el agua viva que brota de Cristo crucificado como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna. La sed de escuchar las palabras del Señor. El creyente tiene necesidad de Dios y de su palabra para estar vivo y existir. Cristo es el agua que lleva a la vida eterna. Jesús invita a examinar la propia conciencia, a escrutar en lo íntimo del corazón, a despertar las esperanzas más profundas: importancia del examen de conciencia. “Golpearás la peña, y saldrá de ella agua” (Éxodo 17,6). Precisamente de esa roca maciza podrán sacar los israelitas agua en su viaje hacia la tierra prometida, lo mismo que del Corazón de Cristo, sediento en la cruz, brotará el agua que salve a quienes han emprendido el camino de fe. Jesús indica a la Samaritana el camino que lleva al agua. Es el camino de la verdad interior, el camino de la conversión y de las obras buenas. Se trata de una invitación a examinar la propia conciencia, a escrutar en lo íntimo del corazón, a despertar en él las esperanzas más profundas.



Juan 4, 5-42: 5 Jesús llegó a una ciudad de Samaría, llamada Sicar, junto al campo que le dio Jacob a su hijo José. 6 Estaba allí el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado en el pozo. Era más o menos la hora sexta. 7 Vino una mujer de Samaría a sacar agua. Jesús le dijo: - Dame de beber 8– sus discípulos se habían marchado a la ciudad a comprar alimentos. 9 Entonces le dijo la mujer samaritana: - ¿Cómo tú siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana? – porque los judíos no se tratan con los samaritanos. 10 Jesús le respondió: -Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva. Etc.


  • Cfr. Domingo 3º de Cuaresma Ciclo A 19 marzo 2017

Éxodo 17, 3-7; Romanos 5, 1-2.5-8; Juan 4, 5-42

Derramaré sobre vosotros un agua pura
que os purificará de todas vuestras inmundicias.
Y os infundiré un espíritu nuevo – dice el Señor
(Cfr. Antífona de entrada, Exequiel 36.23.24.25.26)

Todo el que bebe de esta agua [de la del pozo]
tendrá sed de nuevo –respondió Jesús -,
pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed nunca más,
sino que el agua que yo le daré se hará en él fuente de agua
que salta hasta la vida eterna.
(Evangelio de hoy, Juan 4, 13-14)



  1. Quiénes eran los Samaritanos: una comunidad de origen hebreo que había padecido contaminaciones desde el punto de vista étnico y religioso.

  • Juan 4, 9 “La samaritana le dice: -«¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy
samaritana? » Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.” Los judíos sentían una gran aversión por los samaritanos (Juan 4, 9.27). Los samaritanos eran una comunidad de origen hebreo, que había padecido contaminaciones desde el punto de vista étnico y religioso, desde que los asirios, al destruir el reino del Norte, y la ciudad de Samaria, (722 a.C.) habían deportado muchos de los habitantes y habían transportado colonos a esa zona con los que se mezclaron los samaritanos (Libro 2º de los Reyes 17, 24-41). Por esa mezcla étnica y por la impureza de la religión al convivir los samaritanos que se habían salvado de la deportación con los paganos inmigrados que seguían en parte fieles a sus dioses, los judíos despreciaban a los samaritanos, y los consideraban como descreídos y heréticos (Eclesiástico 50, 25-26; Juan 8,48; Lucas 9, 52-55; ver Mateo 10, 5; Lucas 10,33; 17,16). Esta comunidad samaritana no daba culto a Dios en el templo de Jerusalén, sino en un templo que habían construido en el monte Garizim, y que era rival del de Jerusalén. (cfr. v. 20) 1. Por tanto, aunque no habían abandonado el culto a Yahvé, no vivían en perfecta comunión con Él al no reconocer el legítimo santuario, sus profetas, etc.
  • Los pocos cientos de samaritanos que viven hoy día, residen en la vecina ciudad de Nablus, y
continúan subiendo a ese monte sagrado para celebrar su Pascua y las demás solemnidades.
  • La sed es el símbolo de nuestros deseos, de aquello que ansiamos. En la vida cristiana se ha
    considerado como el símbolo de la nostalgia de Dios, de su búsqueda. Cuando nosotros buscamos a
    Dios, Él ya nos buscó primero.


  1. El agua en el Catecismo de la Iglesia Católica (algunos números)



  • El agua, desde el origen del mundo, es la fuente de la vida y de la fecundidad

- n. 1218: Desde el origen del mundo, el agua, criatura humilde y admirable, es la fuente de la vida y de la fecundidad. La Sagrada Escritura dice que el Espíritu de Dios «se cernía» sobre ella (Cf Génesis 1, 2):
¡Oh Dios!, cuyo espíritu, en los orígenes del mundo, se cernía sobre las aguas, para que ya desde entonces concibieran el poder de santificar (MR, Vigilia Pascual, bendición del agua bautismal, 42).
  • Dios habla al hombre a través de la creación visible

- n. 1147: Dios habla al hombre a través de la creación visible. El cosmos material se presenta a la inteligencia del hombre para que vea en él las huellas de su Creador (Cf Sabiduría 13, 1; Romanos 1, 19-20; Hechos 14, 17). La luz y la noche, el viento y el fuego, el agua y la tierra, el árbol y los frutos hablan de Dios, simbolizan a la vez su grandeza y su proximidad.
- n. 1094: (...) El agua de la roca era la figura de los dones espirituales de Cristo (Cf 1 Corintios 10, 1-6) (...) [Cf. Exodo 17, 3-7: primera Lectura de hoy]
  • Los símbolos del Espíritu Santo. El agua simboliza la acción del Espíritu Santo en el Bautismo.

  • El Espíritu es el Agua viva que brota de Cristo crucificado como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna.
- n. 694: Los símbolos del Espíritu Santo - El agua. El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento: del mismo modo que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el agua bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo. Pero «bautizados en un solo Espíritu», también «hemos bebido de un solo Espíritu» (1 Corintios 12, 13): el Espíritu es, pues, también personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado (Cf Juan 19, 34; 1 Juan 5, 8) como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna (Cf Juan 4, 10-14; 7, 38; Éxodo 17, 1-6; Isaías 55, 1; Zacaríaas 14, 8; 1 Corintios 10, 4; Apocalipsis 21, 6; 22, 17).


  1. El agua en la Biblia y en nuestro tiempo

Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno A, Piemme III edizione, novembre 1995, III domenica di quaresima.
  • Para la Biblia el agua es un grande símbolo teológico.

Para la Biblia el agua es un grande símbolo teológico. Hay hasta 1.500 versos del Antiguo Testamento y 430 del Nuevo que se refieren al agua, también porque es precisamente esa realidad la que más desea el paisaje oriental, frecuentemente árido y sediento”. (pp. 76-77)
“Las palabras de Jesús sobre el «agua viva» - es decir, sobre la revelación del Padre donada a los hombres a través de Cristo – nos invitan a retomar este símbolo amado en todas las culturas, raíz de nuestra existencia. También en nuestros días el agua vuelve a hablarnos con toda su fuerza física y simbólica a causa de los desequilibrios ecológicos, de los ciegos egoísmos industriales, de los derroches y del desprecio en relación con la naturaleza. Pero, sobre todo, debe volver ante nuestros ojos por su valor espiritual, como signo bautismal y purificador. Toda la Biblia, en efecto, está atravesada y bañada idealmente por el agua física y espiritual: «¡Todos los sedientos, venid a las aguas! ... Si alguno tiene sed, venga a mí y beba quien cree en mí» (Isaías 55,1; Juan 7, 37)”. (p. 77)


  • En el Antiguo Testamento

  • El grito de la cierva sedienta. La sed de oír las palabras del Señor.

Inmerso en una plaga del desierto, en un silencio absoluto, el poeta del Salmo 42-43 siente de repente el grito de la cierva sedienta. En este anhelo y en este lamento el salmista encierra también su autobiografía espiritual, atravesada por una ansia instintiva y primordial, por una tensión y por un deseo vital hacia Dios, agua viva, alegría, esperanza, frescura y meta última de su ser: «Como ansía la cierva las corrientes de agua, así te ansía mi alma, Dios mío. Mi alma [¡en hebreo una misma palabra significa «alma» y «garganta»!] está sedienta de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo podré ir a ver el rostro de Dios?» (Salmo 42, 2-3). «Vienen días - se lee en Amós 8, 11 - en que enviaré al país, no sed de agua, sino de oír las palabras del Señor”. (p. 77)
  • Un deseo intenso de Dios. El creyente tiene necesidad de Dios y de su palabra para estar vivo y existir.

También el salmo 63, «un canto del amor místico», según la definición de un comentador, es la celebración de esta sed insuprimible de Dios, más fuerte de la sed física. Santa Teresa de Avila, en su Camino de perfección escribía: «La sed expresa el deseo de una cosa, pero se trata de un deseo tan intenso que morimos si permanecemos privados de él». He aquí las palabras del salmista: «Oh Dios, Tú eres mi Dios, al alba te busco, mi alma tiene sed de Ti, por Ti mi carne desfallece, en tierra desierta y seca, sin agua. Por eso te contemplo en el Santuario, para ver tu poder y tu gloria. Porque tu misericordia vale más que la vida» (vv. 2-4).
Están conectados indisolublemente en el salmo el paisaje exterior (el desierto) y el paisaje interior (el vacío que se experimenta cuando estamos sin Dios). Como la tierra está muerta sin la lluvia y como con las grietas de su superficie parece que es una boca abrasada y sedienta, sin agua, así el creyente tiene necesidad de Dios y de su palabra para estar vivo y existir. Es Dios, precisamente, el agua que sacia la sed, recrea, fecunda el desierto de nuestra conciencia cuando está endurecida por el pecado, por la frialdad, por la soledad. Con las mismas palabras otro texto del Salterio declara: «Extiendo mis manos hacia Ti, mi alma está ante Ti como tierra reseca» (143,6)”. (p. 78)


  • En el Nuevo Testamento

Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno A, Piemme III edizione, novembre 1995, III domenica di quaresima.
  • El agua que busca el cristiano es Cristo.

El agua del pozo es la realidad que el oriental busca con continua ansia en su panorama frecuentemente soleado, sabiendo que ella no es sólo instrumento de purificación y de refrigerio sino, sobre todo, raíz de vida y de fecundidad. El agua empapa el suelo haciendo que nazcan brotes lozanos; el agua combate la muerte en el desierto estableciéndose la vida; el agua vigoriza al hombre en su camino cotidiano. Bajo esta luz, las palabras de la Samaritana «Señor, dame de esa agua, para que no tenga sed» contienen la pregunta fundamental del cristiano; éste no busca una agua aunque sea fresca y santa como la del pozo de Jacob, sino «el agua que salta hasta la vida eterna», es decir, Cristo con su bautismo regenerador: «Si alguno tiene sed, venga a mí; y beba quien cree en mí» (Juan 7, 37). (p. 74)


  1. Cristo es el agua que lleva a la vida eterna.

  • Jesús invita a examinar la propia conciencia, a escrutar en lo íntimo del corazón, a despertar las esperanzas más profundas: importancia del examen de conciencia.

Cfr. San Juan Pablo II, Homilía, domingo 3º de Cuaresma, en la parroquia de los Santos Pedro y Pablo (22-III-1981).


  • “Golpearás la peña, y saldrá de ella agua” (Éxodo 17,6). Precisamente de esa roca maciza podrán sacar los israelitas agua en su viaje hacia la tierra prometida, lo mismo que del Corazón de Cristo, sediento en la cruz, brotará el agua que salve a quienes han emprendido el camino de fe.

  • El largo viaje de los israelitas por el desierto sirve de contexto inmediato al pasaje del Éxodo. Una
de las dificultades mayores presentadas por un viaje en el desierto a un pueblo tan numeroso que llevaba consigo rebaños y ganado, fue ciertamente la falta de agua. Por esto es comprensible que, en los días en que el hambre y la sed se hacían sentir de modo más agudo, los israelitas añoraran Egipto y murmuraran contra Moisés. Dios, que había manifestado de tantos modos su particular benevolencia para con aquel pueblo, exige ahora la fe, el abandono absoluto en Él, la superación de las propias seguridades humanas. Y precisamente en el momento en que el pueblo no puede contar ya con sus propios recursos, está extenuado y abatido, y alrededor no hay más que la desnuda roca estéril y árida y sin vida, interviene Dios, se hace presente y hace brotar de esa roca agua abundante que da la vida. Precisamente de esa roca maciza podrán sacar los israelitas agua en su viaje hacia la tierra prometida, lo mismo que del Corazón de Cristo, sediento en la cruz, brotará el agua que salve a quienes han emprendido el camino de fe. Por esta semejanza, Pablo identifica la roca con Cristo mismo, nuevo Templo, y manantial que da de beber en la vida eterna (Cf. 1 Cor 10,4). He aquí cómo la potencia de Dios se manifiesta en el misterio del agua viva, que salta hasta la eternidad, porque es el agua regeneradora de la gracia y reveladora de la verdad.
  • Como en el tiempo del Éxodo, también hoy los hombres notan la fe de esta agua salvadora y
liberadora que proviene de Cristo, y la Iglesia, en respuesta, no se cansa de anunciarlo a todos los pueblos de todos los tiempos. Ella está presente en el mundo, sobre todo “para ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios, a fin de que, mediante la fe, ellos tengan la vida en su nombre, para educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el Cuerpo de Cristo. La Iglesia no ha dejado de dedicar sus energías a esta tarea” (Catechesis tradendae,1).
  • Desde hacía siglos judíos y samaritanos vivían en una enemistad implacable. Pero Jesús se muestra superior a este prejuicio, como también a la opinión judía que consideraba como indecoroso para un maestro hablar públicamente con una mujer.

  • Del agua que salta hasta la vida eterna habla Cristo a la Samaritana junto al pozo de Sicar. Cansado del camino se sienta sobre el brocal del pozo. Los discípulos habían ido solos a la ciudad para las compras. Jesús pide a la Samaritana, que había venido para sacar agua, que le dé de beber. Ella se admira de esto. ¿Cómo puede Él, un judío, pedir algo a una samaritana? Desde hacía siglos judíos y samaritanos vivían en una enemistad implacable. Pero Jesús se muestra superior a este prejuicio, como también a la opinión judía que consideraba como indecoroso para un maestro hablar públicamente con una mujer. Para Él no cuenta la distinción de nación y de raza, ni tampoco la distinción entre hombre y mujer.
  • Del agua natural, elemento material que Jesús pide primeramente a la mujer, lleva la conversación al plano de la revelación, el agua verdaderamente viva. Jesús revela a la mujer que Él es en persona la fuente misma del agua viva.

  • Del agua natural, elemento material que Jesús pide primeramente a la mujer, lleva la
conversación al plano de la revelación, el agua verdaderamente viva. La expresión “agua viva” en el lenguaje del Profeta indica los bienes de la salvación del tiempo mesiánico (Cf. Isaías 12,3; 49,10; Jeremías 2,13; 17,13). Pero la mujer no pudiendo comprender su lenguaje, piensa en un agua milagrosa que apague la sed del cuerpo, por lo que ya no será necesario sacar más. De este modo Jesús ha despertado en ella el deseo de su don: “Señor -le dice la mujer- dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla” (Juan 4,14). Entonces Jesús revela a la mujer que Él es en persona la fuente misma del agua viva. Y demuestra cómo el camino de la fe en Él pasa a través del reconocimiento de su misión divina, manifestando su conocimiento profético, propio de un enviado de Dios. Ella ha tenido cinco maridos y vive ilegalmente con un sexto. La mujer comienza a reflexionar: un conocimiento tal de los corazones no es el de un hombre común, y prorrumpe en un emocionado acto de fe: “Señor, veo que tú eres un profeta” (Juan 4,19). Y luego irá a avisar a los habitantes de su ciudad que ha encontrado al Mesías y les invita a “venir a Jesús” (Juan 4,29). En este estupendo pasaje evangélico, que alcanza una cumbre sublime por su belleza formal y por su profundidad doctrinal, hay rasgos pedagógicos interesantes para todo educador de la fe. La revelación personal es obra de Jesús, que la realiza partiendo de la situación concreta para llevar a una revisión ideal de la vida: esa vida vista a la luz de la verdad, porque sólo en la verdad puede efectuarse el encuentro con Cristo que personifica la misma verdad.
  • Jesús indica a la Samaritana el camino que lleva al agua. Es el camino de la verdad interior, el camino de la conversión y de las obras buenas.

  • Se trata de una invitación a examinar la propia conciencia, a escrutar en lo íntimo del corazón, a despertar en él las esperanzas más profundas.
  • Precisamente cuando la Samaritana se dirige a Jesús con las palabras: “Dame esa
agua” (Juan 4,15), entonces Él no tarda en indicar el camino que lleva a ella. Es el camino de la verdad interior, el camino de la conversión y de las obras buenas. “Anda llama a tu marido” (Juan 4,16), dice el Señor a la mujer: se trata de una invitación a examinar la propia conciencia, a escrutar en lo íntimo del corazón, a despertar en él las esperanzas más profundas, ésas que se finge esconder bajo la réplica evasiva. Hace descubrir a esta mujer la necesidad de ser salvada y de preguntarse por el camino que puede conducirla a la salvación, haciendo con ella un verdadero y propio “examen de conciencia”, y ayudándola a llamar por su nombre a los pecados de su vida. Por esto el Señor le apremia: “Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido” (Juan 4,17-18). De este modo la mujer no sólo reconoce su situación de pecado, sino que es ayudada a llamar por su nombre a los pecados de su vida. (…)
  • El agua que salta hasta la vida eterna provoca una auténtica conversión en la Samaritana, que la lleva a reconocer que Jesús es el Mesías. Y nota en sí una nueva fuerza que le lleva anunciar a los demás la verdad y la gracia que ha recibido.
  • ¿Qué efectos produjo en la Samaritana el agua viva que salta hasta la vida eterna? Valorando el desarrollo ulterior de la situación espiritual de la mujer, se puede responder que el fruto fue grande. Efectivamente, se encuentra en ella una auténtica metanoia que la lleva hasta reconocer en Jesús al Mesías: “Venid a ver -dice a sus conciudadanos- un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será éste el Mesías?” (Jn 4,29). Y la pregunta supone en su pensamiento una respuesta afirmativa, porque une esta confesión con el hecho de llamar por su nombre a los pecados: me ha dicho todo lo que he hecho. Nota en sí una nueva fuerza, un nuevo entusiasmo que la lleva a anunciar a los demás la verdad y la gracia que ha recibido: venid a ver. En cierto sentido se convierte en mensaje de Cristo y de su Evangelio de salvación, como la Magdalena en la mañana de Pascua.
  • También nosotros estamos llamados a adorar a Dios no sólo externamente, sino que la adoración debe afectar a las conciencias: “Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis el corazón...”
  • También a nosotros se nos dirige la invitación a beber esta agua viva de la verdad, a
purificar nuestra vida, cambiar la mentalidad y acudir a la escuela del Evangelio, donde el Señor, como hizo con la Samaritana, nos interpela, haciéndonos descubrir las exigencias más profundas de la verdad y del espíritu. El tercer domingo de Cuaresma la Iglesia nos invita a la particular adoración de Dios, a rendir una adoración particular al Padre “en espíritu y verdad”.
  • Esta adoración no puede ser solamente externa. La adoración en “espíritu y verdad” debe
afectar a nuestras conciencias. Y por esto oigamos una vez más el Salmo responsorial, cuando dice: “Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis el corazón...” (Sal 94(95,8).
  • Pensemos a quién de nosotros se refieren estas palabras. Pensemos en esos hermanos y
hermanas, que están ausentes, pero a los cuales se refieren estas palabras, e imploremos para nosotros y para ellos el encuentro con Cristo semejante al encuentro de la Samaritana junto al pozo de Sicar. (…)




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Vida Cristiana

1 Juan 4, 19.20: 19 - “Señor, veo que tú eres un profeta – le dijo la mujer-. 20 Nuestros padres adoraron a Dios en este monte, y vosotros decís que el lugar donde se debe adorar está en Jerusalén”.   

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