martes, 28 de marzo de 2017

La Esperanza cristiana - 1. Isaías 40: “Consolad, consolad a mi pueblo…”



1 La esperanza cristiana (1): la preparación del camino del Señor, abriéndose a sus dones y a su salvación. Catequesis de Papa Francisco (7-12-2016). La vida es a menudo un desierto, es difícil caminar por la vida, pero si nos fiamos de Dios puede ser bonita y amplia como una autopista. Se trata de volver a Dios, convertir el corazón a Dios e ir por esa senda para encontrarlo. Él nos espera. Él nos espera. Esa es la predicación de Juan Bautista: preparar. Preparar el encuentro con ese Niño que nos devolverá la sonrisa. Esperemos confiados la venida del Señor, y cualquiera que sea el desierto de nuestras vidas —cada uno sabe en qué desierto camina— se volverá un jardín florecido. ¡La esperanza no defrauda! Cfr. Audiencia general de Papa Francisco Miércoles, 7 de diciembre de 2016 La Esperanza cristiana - 1. Isaías 40: “Consolad, consolad a mi pueblo…” Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Iniciamos hoy una nueva serie de catequesis, sobre el tema de la esperanza cristiana. Es muy importante, porque la esperanza no defrauda. El optimismo defrauda, ¡la esperanza no! La necesitamos tanto, en estos tiempos que parecen oscuros, donde a veces nos sentimos perdidos ante el mal y la violencia que nos rodean, ante el dolor de tantos hermanos nuestros. ¡Hace falta esperanza! Nos sentimos perdidos e incluso un poco desanimados, porque nos encontramos impotentes y nos parece que esa oscuridad no se va a acabar nunca. Pero no hay que dejar que le esperanza nos abandone, porque Dios con su amor camina con nosotros. “Yo espero, porque Dios está junto a mí”: esto podemos decirlo todos. Cada uno puede decir: “Yo espero, tengo esperanza, porque Dios camina conmigo”. Camina y me lleva de la mano. Dios no nos deja solos. El Señor Jesús ha vencido el mal y nos ha abierto el camino de la vida. Y, en particular en este tiempo de Adviento, que es el tiempo de la espera, en el que nos preparamos para acoger una vez más el misterio consolador de la Encarnación y la luz de la Navidad, es importante reflexionar sobre la esperanza. Dejémonos enseñar por el Señor qué quiere decir esperar. Escuchemos las palabras de la Sagrada Escritura, empezando por el profeta Isaías, el gran profeta del Adviento, el gran mensajero de la esperanza. En la segunda parte de su libro, Isaías se dirige al pueblo con un anuncio de consuelo: «Consolad, consolad a mi pueblo, —dice vuestro Dios—. Hablad al corazón de Jerusalén y gritadle que se ha cumplido su servidumbre, y ha sido expiada su culpa […]». Una voz grita: «En el desierto preparad el camino del Señor; en la estepa haced una calzada recta para nuestro Dios. Todo valle será rellenado, y todo monte y colina allanados; lo torcido será recto, y lo escarpado, llano. Entonces se revelará la gloria del Señor, y toda carne a una la verá, pues ha hablado la boca del Señor» (40,1-2.3-5). Dios Padre consuela suscitando consoladores, a los que pide animar al pueblo, y a sus hijos, anunciando que se acabó la tribulación, se acabó el dolor, y el pecado ha sido perdonado. Esto es lo que cura el corazón afligido y asustado. Por eso el profeta pide que se prepare el camino del Señor, abriéndose a sus dones y a su salvación. El consuelo, para el pueblo, comienza con la posibilidad de caminar por la senda de Dios, una vía nueva, recta y llevadera, una senda para afrontar el desierto, y poderlo atravesar y volver a 2 la patria. Porque el pueblo al que el profeta se dirige estaba viviendo la tragedia del exilio en Babilonia, y ahora oye que podrá volver a su tierra, a través de un camino cómodo y amplio, sin valles ni montañas que hagan difícil el camino, una senda allanada en el desierto. Preparar esa senda quiere decir preparar un camino de salvación y de liberación de todo obstáculo e inconveniente. El exilio fue un momento dramático en la historia de Israel, cuando el pueblo perdió todo. El pueblo perdió la patria, la libertad, la dignidad, e incluso la confianza en Dios. Se sentía abandonado y sin esperanza. En cambio, la llamada del profeta reabre el corazón a la fe. El desierto es un lugar donde es difícil vivir, pero precisamente allí ahora se podrá caminar para volver no solo a la patria, sino volver a Dios, y volver a esperar y sonreír. Cuando estamos en la oscuridad, en las dificultades, no viene la sonrisa, y es precisamente la esperanza la que nos enseña a sonreír para encontrar esa senda que conduce a Dios. Una de las primeras cosas que pasan a las personas que se separan de Dios es que son personas sin sonrisa. Quizá sean capaces de dar una gran carcajada, una tras otra, una broma, unas risas… ¡pero falta la sonrisa! La sonrisa la da solo la esperanza: es la sonrisa de la esperanza de encontrar a Dios. La vida es a menudo un desierto, es difícil caminar por la vida, pero si nos fiamos de Dios puede ser bonita y amplia como una autopista. Basta no perder nunca la esperanza, basta continuar creyendo, siempre, a pesar de todo. Cuando nos encontramos ante un niño, quizá podamos tener muchos problemas y dificultades, pero nos sale de dentro la sonrisa, porque nos hallamos delante de la esperanza: ¡un niño es una esperanza! Pues así debemos saber ver en la vida el camino de la esperanza que nos lleva a hallar a Dios, Dios que se hizo Niño por nosotros. ¡Y nos hará sonreír, nos dará todo! Precisamente esas palabras de Isaías son usadas luego por Juan el Bautista en su predicación que invitaba a la conversión. Decía así: «Voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor» (Mt 3,3). Es una voz que grita donde parece que nadie pueda escuchar —¿quién puede escuchar en el desierto?—, que grita en la desorientación debida a la crisis de fe. No podemos negar que el mundo de hoy está en crisis de fe. Se dice “Yo creo en Dios, soy cristiano” – “Yo soy de tal religión…”. Pero tu vida está bien lejos de ser cristiano; ¡está bien lejos de Dios! La religión, la fe ha caído en una frase: “¿Yo creo?” – “¡Sí!”. Pero aquí se trata de volver a Dios, convertir el corazón a Dios e ir por esa senda para encontrarlo. Él nos espera. Esa es la predicación de Juan Bautista: preparar. Preparar el encuentro con ese Niño que nos devolverá la sonrisa. Los Israelitas, cuando el Bautista anuncia la venida de Jesús, es como si todavía estuviesen en el exilio, porque están bajo la dominación romana, que les hace extranjeros en su misma patria, gobernados por ocupantes poderosos que deciden sus vidas. Pero la verdadera historia no es la hecha por los poderosos, sino la hecha por Dios junto a sus pequeños. La verdadera historia —la que permanecerá en la eternidad— es la que escribe Dios con sus pequeños: Dios con María, Dios con Jesús, Dios con José, Dios con los pequeños. Esos pequeños y sencillos que vemos en torno a Jesús que nace: Zacarías e Isabel, ancianos y marcados por la esterilidad, María, joven muchacha virgen prometida con José, los pastores, que eran despreciados y no contaban para nada. Son los pequeños, hechos grandes por su fe, los pequeños que saben continuar esperando. Y la esperanza es la virtud de los pequeños. Los grandes, los satisfechos no conocen la esperanza; no saben lo que es. Son los pequeños con Dios, con Jesús, los que transforman el desierto del exilio, de la soledad desesperada, del sufrimiento, en una senda llana por la que caminar para ir al encuentro de la gloria del Señor. En conclusión: dejémonos enseñar la esperanza. Esperemos confiados la venida del Señor, y cualquiera que sea el desierto de nuestras vidas —cada uno sabe en qué desierto camina— se volverá un jardín florecido. ¡La esperanza no defrauda! www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

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