martes, 28 de marzo de 2017

La Esperanza cristiana - 5. Raquel “llora a sus hijos”, pero... “hay una esperanza para tu descendencia” (Jer 31)



1 Esperanza Cristiana (5). Catequesis de Papa Francisco en la Audiencia general del 4 de enero de 2017. Las lágrimas engendran esperanza. La esperanza vivida en el llanto: Raquel, esposa de Jacob y madre de José y Benjamín. Muere al dar a luz a su segundo hijo Benjamín. Tiempo después es representada por el profeta Jeremías como viva en Ramá, allí donde se reunían los israelitas deportados, y llora por sus hijos que en cierto sentido han muerto yendo al exilio; hijos que, como ella misma dice, “ya no existen”, han desaparecido para siempre. Raquel no quiere ser consolada. Este rechazo expresa la profundidad de su dolor y la amargura de su llanto. Ante la tragedia de la pérdida de sus hijos, una madre no puede aceptar palabras o gestos de consuelo, que son siempre inadecuados, nunca capaces de aliviar el dolor de una herida que no puede ni quiere ser olvidado. El rechazo de Raquel que no quiere ser consolada nos enseña también cuánta delicadeza se nos pide ante el dolor ajeno. Para hablar de esperanza a quien está desesperado, hay que compartir su desesperación; para enjugar una lágrima del rostro de quien sufre, hay que unir al suyo nuestro llanto. Solo así nuestras palabras pueden ser realmente capaces de dar un poco de esperanza. Esta mujer, que aceptó morir, en el momento del parto, para que el hijo pudiese vivir, con su llanto es ahora principio de vida nueva para los hijos exiliados, prisioneros, alejados de su patria. Al dolor y al llanto amargo de Raquel, el Señor responde con una promesa que ahora puede ser para ella motivo de auténtico consuelo: el pueblo podrá volver del exilio y vivir en la fe, libre, su propia relación con Dios. Jesús, Cordero inocente, morirá después, a su vez, por todos nosotros. El Hijo de Dios entró en el dolor de los hombres. No se puede olvidar esto. Cuando alguno se dirige a mí y me hace preguntas difíciles, por ejemplo: “Dígame, Padre: ¿por qué sufren los niños?”, de verdad que no sé qué responder. Solo digo: “Mira el Crucifijo: Dios nos ha dado a su Hijo, Él ha sufrido, y quizá allí halles una respuesta”. Cfr. Papa Francisco, Audiencia general del 4 de enero de 2017, sobre la Esperanza CristianaLa Esperanza cristiana - 5. Raquel “llora a sus hijos”, pero... “hay una esperanza para tu descendencia” (Jer 31) Queridos hermanos y hermanas, buenos días. En la catequesis de hoy quisiera contemplar con vosotros una figura de mujer que nos habla de la esperanza vivida en el llanto. La esperanza vivida en el llanto. Se trata de Raquel, la esposa de Jacob y madre de José y Benjamín, la que, como nos cuenta el Libro del Génesis, muere al dar a luz a su segundo hijo, o sea a Benjamín. El profeta Jeremías hace referencia a Raquel dirigiéndose a los Israelitas en el exilio para consolarlos, con palabras llenas de emoción y de poesía; es decir, toma el llanto de Raquel, pero da esperanza: Esto dice el Señor: «Una voz se oye en Ramá, un lamento, un llanto amargo. Es Raquel que llora a sus hijos, y no admite consuelo, porque ya no existen» (Jer 31,15). En esos versículos, Jeremías presenta a esta mujer de su pueblo, la gran matriarca de su tribu, en una realidad de dolor y llanto, pero a la vez con una perspectiva de vida impensada. Raquel, que en el relato del Génesis había muerto dando a luz y asumió la muerte para que el hijo pudiese vivir, ahora en cambio, representada por el profeta como viva en Ramá, allí donde se reunían los deportados, llora por sus hijos que en cierto sentido han muerto yendo al exilio; hijos que, como ella misma dice, “ya no existen”, han desaparecido para siempre. Y por eso Raquel no quiere ser consolada. Este rechazo expresa la profundidad de su dolor y la amargura de su llanto. Ante la tragedia de la pérdida de sus hijos, una madre no puede aceptar 2 palabras o gestos de consuelo, que son siempre inadecuados, nunca capaces de aliviar el dolor de una herida que no puede ni quiere ser olvidado. Un dolor proporcional al amor. Cualquier madre sabe todo esto; y son tantas, también hoy, las madres que lloran, que no se resignan a la pérdida de un hijo, inconsolables ante una muerte imposible de aceptar. Raquel recoge en sí el dolor de todas las madres del mundo, de todo tiempo, y las lágrimas de cada ser humano que llora pérdidas irreparables. Este rechazo de Raquel que no quiere ser consolada nos enseña también cuánta delicadeza se nos pide ante el dolor ajeno. Para hablar de esperanza a quien está desesperado, hay que compartir su desesperación; para enjugar una lágrima del rostro de quien sufre, hay que unir al suyo nuestro llanto. Solo así nuestras palabras pueden ser realmente capaces de dar un poco de esperanza. Y si no puedo decir palabras así, con llanto y dolor, mejor el silencio; la caricia, el gesto, sin palabras. Y Dios, con su delicadeza y su amor, responde al llanto de Raquel con palabras verdaderas, no fingidas; así prosigue de hecho el texto de Jeremías: Esto dice el Señor, respondiendo al llanto: «Detén tu voz de seguir llorando y tus ojos de las lágrimas, que hay galardón para tu pena – oráculo del Señor–, pues volverán del país enemigo. Hay una esperanza para tu futuro –oráculo del Señor–, pues volverán los hijos a su patria» (Ger 31,16-17). Precisamente por el llanto de la madre, todavía hay esperanza para los hijos, que volverán a la vida. Esta mujer, que aceptó morir, en el momento del parto, para que el hijo pudiese vivir, con su llanto es ahora principio de vida nueva para los hijos exiliados, prisioneros, alejados de su patria. Al dolor y al llanto amargo de Raquel, el Señor responde con una promesa que ahora puede ser para ella motivo de auténtico consuelo: el pueblo podrá volver del exilio y vivir en la fe, libre, su propia relación con Dios. Las lágrimas han engendrado esperanza. Y esto no es fácil de entender, pero es verdad. Tantas veces, en nuestra vida, las lágrimas siembran esperanza, son semillas de esperanza. Como sabemos, este texto de Jeremías es luego tomado por el evangelista Mateo y aplicado a la matanza de los inocentes (cfr. 2,16-18). Un texto que nos pone ante la tragedia de la muerte de seres humanos indefensos, al horror del poder que desprecia y suprime la vida. Los niños de Belén mueren a causa de Jesús. Y Él, Cordero inocente, morirá después, a su vez, por todos nosotros. El Hijo de Dios entró en el dolor de los hombres. No se puede olvidar esto. Cuando alguno se dirige a mí y me hace preguntas difíciles, por ejemplo: “Dígame, Padre: ¿por qué sufren los niños?”, de verdad que no sé qué responder. Solo digo: “Mira el Crucifijo: Dios nos ha dado a su Hijo, Él ha sufrido, y quizá allí halles una respuesta”. Pero respuestas de aquí [se señala la cabeza] no hay. Solo mirando el amor de Dios que da a su Hijo que ofrece su vida por nosotros, puede indicar algún camino de consuelo. Y por eso decimos que el Hijo de Dios entró en el dolor de los hombres; ha compartido y aceptado la muerte; su Palabra es definitivamente palabra de consuelo, porque nace del llanto. Y en la cruz será Él, el Hijo que muere, quien dé una nueva fecundidad a su madre, confiándole al discípulo Juan y haciéndola madre del pueblo de los creyentes. La muerte es vencida, y se cumple así la profecía de Jeremías. También las lágrimas de María, como las de Raquel, han generado esperanza y nueva vida. Gracias. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

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