martes, 28 de marzo de 2017

La Esperanza cristiana - 9. El yelmo de la esperanza (1Ts 5,4-11)



1 Esperanza cristiana (9). Catequesis de Papa Francisco en la Audiencia general del miércoles 1 de febrero de 2017. La comunidad de Tesalónica es una comunidad joven, fundada hace poco; sin embargo, a pesar de las dificultades y tantas pruebas, está arraigada en la fe y celebra con entusiasmo y con alegría la resurrección del Señor Jesús. Cuando San Pablo escribe su primera carta a los fieles tesalonicenses, la dificultad de la comunidad no era tanto reconocer la resurrección de Jesús, todos lo creían, sino creer en la resurrección de los muertos. Cada vez que nos encontramos ante nuestra muerte, o la de una persona querida, sentimos que nuestra fe se pone a prueba. Surgen todas nuestras dudas, toda nuestra fragilidad, y nos preguntamos: «Pero, ¿de verdad habrá vida después de la muerte? ¿Podré todavía ver y volver a abrazar a las personas que he amado?». Pablo, ante los temores y perplejidades de la comunidad, invita a tener firme en la cabeza como un yelmo, sobre todo en las pruebas y en los momentos más difíciles de nuestra vida, «la esperanza de la salvación». Es un yelmo 1 . Eso es la esperanza cristiana. Así es la esperanza cristiana: tener la certeza de que estoy en camino hacia algo que es, no que yo quiero que sea. Esa es la esperanza cristiana. La esperanza cristiana es la espera de una cosa que ya se ha cumplido y que ciertamente se realizará para cada uno de nosotros. Nuestra resurrección y la de los queridos difuntos, pues, no es una cosa que podrá pasar o no, sino que es una realidad cierta, en cuanto arraigada en el evento de la resurrección de Cristo. Una expresión de San Pablo me llena de la seguridad de la esperanza. Dice así: «En adelante estaremos siempre con el Señor» (1Ts 4,17). Una cosa bonita: todo pasa, pero, después de la muerte, estaremos siempre con el Señor. Cfr. Papa Francisco, Catequesis en la Audiencia General del miércoles 1 de febrero de 2017. La Esperanza cristiana - 9. El yelmo de la esperanza (1Ts 5,4-11) Queridos hermanos y hermanas, en las pasadas catequesis iniciamos nuestro recorrido sobre el tema de la esperanza releyendo en esa perspectiva algunas páginas del Antiguo Testamento. Ahora queremos pasar a destacar el alcance extraordinario que esta virtud asume en el Nuevo Testamento, cuando encuentra la novedad representada por Jesucristo y el acontecimiento pascual: la esperanza cristiana. Nosotros cristianos, somos mujeres y hombres de esperanza. Es lo que surge de modo claro desde el primer texto que se escribió, es decir la Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses. En el pasaje que hemos escuchado, se puede percibir toda la frescura y la belleza del primer anuncio cristiano. La de Tesalónica es una comunidad joven, fundada hace poco; sin embargo, a 1 Nota de la redacción de Vida Cristiana. . El yelmo. «Es una pieza dela armadura antigua que resguardaba la cabeza». (Diccionario de la Real Academia española). «Se llama yelmo, palabra de origen germánico helm, 1 al elemento de la armadura que protege la cabeza y el rostro del guerrero. Tuvo su momento cumbre en la Baja Edad Media cuando llegaron a ser piezas importantes de la armadura medieval, posteriormente se siguieron utilizando en desfiles, paradas militares y torneos deportivos en pos de seguridad. Actualmente se fabrican para armaduras con fines ornamentales y decorativos; pese a que su función la siguen realizando cascos deportivos y para unidades anti disturbios». (…) Pese a que en Oriente no se utiliza mucho o nada la protección de la cara, en Occidente el peso y volumen del yelmo va en aumento con el paso del tiempo, caso de los compactos cascos germánicos de una pieza propios de la Baja Edad Media. Así se incrementaba la protección, pero se reducía la visibilidad. De esta manera un romance andaluz relata como un sólo arquero musulmán logró matar al adelantado castellano cuando este cercaba la plaza con sus hombres, gritándole aquel y este alzando su celada para "mejor ver quien lo llamaba", momento en el que disparó su flecha alcanzándolo en el cráneo desprovisto entonces de protección. (Wikipedia). 2 pesar de las dificultades y tantas pruebas, está arraigada en la fe y celebra con entusiasmo y con alegría la resurrección del Señor Jesús. El Apóstol entonces se alegra de corazón con todos, en cuanto que los que renacen en la Pascua se convierten de verdad en «hijos de la luz e hijos del día» (5,5), por la plena comunión con Cristo. Cuando Pablo le escribe, la comunidad de Tesalónica está recién fundada, y solo pocos años la separan de la Pascua de Cristo. Por eso, el Apóstol intenta hacerles comprender a todos los efectos y las consecuencias que ese evento único y decisivo, o sea la resurrección del Señor, comporta para la historia y para la vida de cada uno. En particular, la dificultad de la comunidad no era tanto reconocer la resurrección de Jesús, todos lo creían, sino creer en la resurrección de los muertos. Sí, Jesús ha resucitado, pero la dificultad era creer que los muertos resuciten. En tal sentido, esta carta se revela más actual que nunca. Cada vez que nos encontramos ante nuestra muerte, o la de una persona querida, sentimos que nuestra fe se pone a prueba. Surgen todas nuestras dudas, toda nuestra fragilidad, y nos preguntamos: «Pero, ¿de verdad habrá vida después de la muerte? ¿Podré todavía ver y volver a abrazar a las personas que he amado?». Esta pregunta me la hizo una señora hace pocos días en una audiencia, manifestando una duda: “¿Encontraré a los míos?”. También nosotros, en el contexto actual, necesitamos volver a la raíz y a los fundamentos de nuestra fe, para tomar conciencia de los que Dios ha obrado por nosotros en Cristo Jesús y qué significa nuestra muerte. Todos tenemos un poco de miedo por esa incertidumbre de la muerte. Me viene a la memoria un viejecito, un anciano, bueno, que decía: “Yo no tengo miedo de la muerte. Tengo un poco de miedo de verla venir”. Tenía miedo de eso. Pablo, ante los temores y perplejidades de la comunidad, invita a tener firme en la cabeza como un yelmo, sobre todo en las pruebas y en los momentos más difíciles de nuestra vida, «la esperanza de la salvación». Es un yelmo. Eso es la esperanza cristiana. Cuando se habla de esperanza, podemos dejarnos llevar a entenderla según la acepción común del término, es decir en referencia a algo bonito que deseamos, pero que puede realizarse o no. Esperamos que suceda, es como un deseo. Se dice, por ejemplo: «Espero que mañana haga buen tiempo»; pero sabemos que al día siguiente puede hacer en cambio mal tiempo… La esperanza cristiana no es así. La esperanza cristiana es la espera de algo que ya se ha realizado; la puerta está ahí, y yo espero llegar a la puerta. ¿Qué debo hacer? ¡Caminar hacia la puerta! Estoy seguro de que llegaré a la puerta. Así es la esperanza cristiana: tener la certeza de que estoy en camino hacia algo que es, no que yo quiero que sea. Esa es la esperanza cristiana. La esperanza cristiana es la espera de una cosa que ya se ha cumplido y que ciertamente se realizará para cada uno de nosotros. También nuestra resurrección y la de los queridos difuntos, pues, no es una cosa que podrá pasar o no, sino que es una realidad cierta, en cuanto arraigada en el evento de la resurrección de Cristo. Así pues, esperar significa aprender a vivir a la espera. Aprender a vivir a la espera y hallar la vida. Cuando una mujer se da cuenta de que está encinta, cada día aprende a vivir a la espera de ver la mirada de aquel niño que vendrá. Así también nosotros debemos vivir y aprender de esas esperas humanas y vivir a la espera de mirar al Señor, de encontrar al Señor. Esto no es fácil, pero se aprende: vivir a la espera. Esperar significa e implica un corazón humilde, un corazón pobre. Solo un pobre sabe esperar. Quien ya está lleno de sí y de sus cosas, no sabe poner su confianza en ningún otro si no en sí mismo. Escribe también san Pablo: «Él [Jesús] murió por nosotros para que, tanto si velamos como si dormimos, vivamos juntos con él» (1Ts 5,10). Estas palabras son siempre motivo de gran consuelo y de paz. También por las personas amadas, que nos han dejado, estamos llamados a rezar para que vivan en Cristo y estén en plena comunión con nosotros. Una cosa que me llega tanto al corazón es una expresión de san Pablo, también dirigida a los Tesalonicenses. Me llena de la seguridad de la esperanza. Dice así: «En adelante estaremos siempre con el Señor» (1Ts 4,17). Una cosa bonita: todo pasa, pero, después de la muerte, estaremos siempre con el Señor. Es la certeza total de la esperanza, la misma que, mucho tiempo antes, hacía exclamar a Job: «Yo sé que mi redentor vive […]. Yo lo veré por mí mismo, mis ojos lo contemplarán» (Jb 19,25.27). Y así para siempre estaremos con el Señor. ¿Vosotros creéis esto? Os pregunto: ¿creéis esto? Para tener un poco de fuerza os invito a decirlo tres veces conmigo: “En adelante estaremos siempre con el Señor”. Y allí, con el Señor, nos encontraremos. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

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