martes, 11 de abril de 2017

Cuaresma, 2º domingo. La Transfiguración del Señor tiene por finalidad fortalecer la fe de los apóstoles ante la proximidad de la pasión. Vieron, por un instante, la gloria de Jesús, y enseguida volvieron a la «cuaresma de la vida»: al riesgo de la fe, al silencio de Dios, a las pruebas. La perplejidad no ha sido eliminada, pero podemos continuar la búsqueda, caminar y esperar.



1 Cuaresma, 2º domingo. La Transfiguración del Señor tiene por finalidad fortalecer la fe de los apóstoles ante la proximidad de la pasión. Vieron, por un instante, la gloria de Jesús, y enseguida volvieron a la «cuaresma de la vida»: al riesgo de la fe, al silencio de Dios, a las pruebas. La perplejidad no ha sido eliminada, pero podemos continuar la búsqueda, caminar y esperar. Cfr. 2º Cuaresma Año B - 8 marzo 2009 Lecturas: Génesis 22,1-2. 9-13.15-18; Romanos 8, 31b-34; Marcos 9, 2-10 Génesis 22,1-2. 9-13.15-18: En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán, llamándole: - «¡Abrahán!» Él respondió: - «Aquí me tienes.» Dios le dijo: - «Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio, en uno de los montes que yo te indicaré.» Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: «¡Abrahán! Abrahán!» Él contestó:- «Aquí me tienes.» El ángel le ordenó: - «No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo tu único hijo.» Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo. El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo: -- «Juro por mí mismo -oráculo del Señor-: Por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.» Marcos 9, 2-10: En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a un monte alto y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: - «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Ellas.» Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: - «Éste es mi Hijo amado; escuchadlo». De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: - «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.» Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos». * Bastantes años después, San Pedro recordará el hecho de la Transfiguración en su segunda Carta (1,16-18): “Os hemos dado a conocer el poder y la venida futura de nuestro señor Jesucristo, no siguiendo fábulas ingeniosas, sino porque hemos sido testigos oculares de su majestad. En efecto, él fue honrado y glorificado por Dios Padre, cuando la suprema gloria le dirigió esta voz: «Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias». Y esta voz venida del cielo la oímos nosotros estando con él en el monte santo”. [Cf. Mt 17,5). 1. En el breve espacio de tiempo de la Transfiguración Jesús desveló su gloria, reveló a los tres discípulos la realidad que estaba velada bajo la humanidad: la gloria de la divinidad. • “Los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria futura que se va a manifestar en nosotros” (Romanos 8,18). La transfiguración fue una revelación de la gloria de la divinidad, ante los tres apóstoles que habían conocido a Jesús hasta entonces de una manera adaptada a los sentidos humanos: a través de su humanidad, a través de su cuerpo, y, por tanto, de su palabra, de su predicación, de su alegría, de los gestos - signos, milagros – que hizo, a través de su mirada ... En ese brevísimo espacio de tiempo de la Transfiguración, que Pedro quería que se hubiese eternizado, Jesús desveló su gloria, les hizo ver la realidad que estaba velada bajo la humanidad, es decir, que Él es “resplandor de la gloria del Padre” (Cf. Hebreos 1,3), “Imagen de Dios invisible” (Colosenses 1,15). Esta realidad queda reflejada - casi inmediatamente antes de la Pasión - en un diálogo entre Jesús y Felipe (Cf. Juan 14, 7-10): “Le dice Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Le dice Jesús: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?”. «Su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz» Josef Ratzinger – Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, La esfera de los libros, 2007 pp. 361-362 2 o Jesús es Luz de Luz. Las vestiduras blancas: que llevarán los que serán salvados, porque han sido lavadas en la sangre del Cordero. A través del bautismo nos revestimos de luz con Jesús y nos convertimos nosotros mismos en luz. «Y se transfiguró delante de ellos», dice simplemente Marcos, y añade, con un poco de torpeza y casi balbuciendo ante el misterio: «Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo» (9, 2s). Mateo utiliza ya palabras de mayor aplomo: «Su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz» (17, 2). Lucas es el único que había mencionado antes el motivo de la subida: subió «a lo alto de una montaña, para orar»; y, a partir de ahí, explica el acontecimiento del que son testigos los tres discípulos: «Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blanco» (9, 29).La transfiguración es un acontecimiento de oración; se ve claramente lo que sucede en la conversación de Jesús con el Padre: la íntima compenetración de su ser con Dios, que se convierte en luz pura. En su ser uno con el Padre, Jesús mismo es Luz de Luz. En ese momento se percibe también por los sentidos lo que es Jesús en lo más íntimo de sí y lo que Pedro trata de decir en su confesión: el ser de Jesús en la luz de Dios, su propio ser luz como Hijo. Aquí se puede ver tanto la referencia a la figura de Moisés como su diferencia: «Cuando Moisés bajó del monte Sinaí... no sabía que tenía radiante la piel de la cara, de haber hablado con el Señor» (Ex 34, 29). Al hablar con Dios su luz resplandece en él y al mismo tiempo, le hace resplandecer. Pero es, por así decirlo, una luz que le llega desde fuera, y que ahora le hace brillar también a él. Por el contrario, Jesús resplandece desde el interior, no sólo recibe la luz, sino que El mismo es Luz de Luz. Al mismo tiempo, las vestiduras de Jesús, blancas como la luz durante la transfiguración, hablan también de nuestro futuro. En la literatura apocalíptica, los vestidos blancos son expresión de criatura celestial, de los ángeles y de los elegidos. Así, el Apocalipsis de Juan habla de los vestidos blancos que llevarán los que serán salvados (cf. sobre todo 7, 9.13; 19, 14). Y esto nos dice algo más: las vestiduras de los elegidos son blancas porque han sido lavadas en la sangre del Cordero (cf. Ap 7, 14). Es decir, porque a través del bautismo se unieron a la pasión de Jesús y su pasión es la purificación que nos devuelve la vestidura original que habíamos perdido por el pecado (cf. Lc 15, 22). A través del bautismo nos revestimos de luz con Jesús y nos convertimos nosotros mismos en luz. 2. La finalidad de la Transfiguración es fortalecer la fe de los apóstoles • Como precisa el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 568: “La Transfiguración de Cristo tiene por finalidad fortalecer la fe de los apóstoles ante la proximidad de la Pasión: la subida a un «monte alto» prepara la subida al Calvario. Cristo, Cabeza de la Iglesia, manifiesta lo que su cuerpo contiene e irradia en los sacramentos: «la esperanza de la gloria» (Col 1, 27). (Cf S. León Magno, serm. 51, 3)”. • Nos ayuda a entender bien esta afirmación del Catecismo la consideración del contexto en el que tiene lugar ese hecho de la vida del Señor. Poco antes de ese milagro, Jesús ha predicho su pasión delante de sus discípulos: “Y comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, por los príncipes de los sacerdotes y por los escribas, y ser llevado a muerte ....” (Marcos 8,31; Cf. Mateo 16, 21-28; Lucas 9, 22- 27). Y sabemos cuál fue la reacción de Pedro: “Pedro, tomándolo aparte, se puso a reprenderle. Pero él se volvió y, mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro y le dijo: - «¡Apártate de mi Satanás!, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres” (Marcos 8, 32-33). La dificultad que tiene Pedro para aceptar el anuncio del Señor, también la tienen los otros apóstoles, según narra el Evangelio un poco más adelante: cuando el Señor predice – por segunda vez - su pasión tampoco ellos lo comprenden. Mateo nos dice en su Evangelio que “se pusieron muy tristes” (17,23), y Lucas afirma que “ellos no entendían este lenguaje, y les resultaba tan oscuro, que no lo comprendían; y temían preguntarle sobre este asunto” (9,45). (Cf. Catecismo n. 554). Sin embargo, «es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios» (Hechos 14,22) (Cf. Catecismo n. 556). • Juan Pablo II, en su último documento sobre el Rosario 1 , propone la Transfiguración del Señor como uno de los misterios de Luz, y resalta la misma finalidad del Catecismo, es decir, que los discípulos se dispongan con la Transfiguración a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión: “Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el Monte Tabor. La gloria de la Divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo « escuchen » (cf. Lc 9, 35 par.) y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección y a una vida transfigurada por el Espíritu Santo” (n. 21). • Ese día los tres discípulos que subieron con Jesús al “monte alto”, vieron su rostro con una luz nueva: descubrieron su divinidad oculta bajo su carne, bajo su condición humana. Dios hizo resplandecer aquel día en el corazón de los tres «el conocimiento de la gloria de Dios que está en el rostro de Cristo» (2 Corintios 4,6). 1 Carta Apostólica «Rosarium Virginis Mariae», 16 octubre 2002 3 Y Dios Padre les hizo oir: «Éste es mi Hijo amado; escuchadlo» (Marcos 9,6), y el mismo Señor enseguida después de la Transfiguración les anunciará que él «padecerá mucho y será despreciado» (Marcos 9,12). Los ojos de los apóstoles se asomaron, aunque sea por un instante, al misterio escondido bajo la fisonomía histórica de ese hombre. • Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Piemme 4 edizione, settembre 1996, pp. 76-78: p. 77: “Podemos considerar la transfiguración como una epifanía que, en la mitad de la de la historia terrenal de Jesús de Nazaret, levanta el velo de su misterio. Este predicador ambulante que realiza actos extraños, cuya palabra es incandescente, que asombra, que escandaliza y fascina, es «el Hijo predilecto de Dios», como atestigua la voz que desciende de la nube (p. 77). (...) El énfasis sobre sus vestidos deslumbrantes y muy blancos, que Marcos colorea pintorescamente con una de sus típicas anotaciones («tanto, que ningún batanero 2 en la tierra puede dejarlos así de blancos»), evoca un símbolo de la entronización del Hijo del hombre, figura mesiánica presentada en el libro de Daniel: en él Dios es representado con un «vestido blanco como nieve, el cabello de su cabeza como lana pura» (7,9). Cristo, por tanto, participa del resplandecer de la divinidad y los ojos de los apóstoles se asoman, aunque sea por un instante, al misterio escondido bajo la fisonomía histórica de ese hombre. Y sus oídos escuchan la “voz venida del cielo estando con él en el monte santo” (2 Pedro 1,18) (p. 77). Pero la visión dura como un relámpago, y enseguida vuelve el riesgo de la fe aunque ya se ha encendido algo en el corazón de los discípulos. La noche y la perplejidad no son eliminadas, pero podemos continuar la búsqueda, caminar y esperar. Pero esta visión, que disipa dudas e indecisiones con su luminosidad, dura sólo como un relámpago e inmediatamente vuelve el riesgo de la fe, la larga cuaresma de la búsqueda: «Y luego, mirando a su alrededor, ya no vieron a nadie: sólo a Jesús con ellos». Es más, descendiendo del monte, Jesús les ordenará que no cuenten a nadie aquella experiencia emocionante, y que piensen más bien al camino de la cruz que les espera, «escándalo para los judíos, necedad para los gentiles» (1 Co 1,23). Jesús vuelve a ser un hombre como los demás, más aún, un condenado a muerte que se está encaminando hacia un patíbulo infame. Y, sin embargo, algo se ha encendido en el corazón de los discípulos. Su camino ya no es el camino detrás de un predicador o de un curandero o de un personaje conocido, no es ni siquiera el seguimiento de un maestro o del Mesías que Israel consideraba solamente una criatura, aunque fuese alta y gloriosa. Ahora los apóstoles tienen en los ojos la luz y en los oídos aquella voz: es como tener una lámpara secreta que no elimina la noche, la perplejidad, las dudas, pero que permite continuar la búsqueda, caminar y esperar. (...) La Pascua terrena que celebramos es como una transfiguración, en la espera de la Pascua perfecta que celebraremos en la liturgia celeste y que no conocerá ya la vuelta a la meseta. Con la luz en los ojos y con aquella voz en el corazón, continuamos nuestro camino hacia Jerusalén.” (pp. 77-78) 3. También, hoy día, el cristiano pedirá al Señor la esperanza de que llegará a la vida eterna - a la gloria - pasando por las pruebas de esta vida: la vida del cristiano es una participación en la vida de Cristo. o No se puede cancelar la “cuaresma de la vida” • La iluminación que tuvieron los tres apóstoles testigos de la Transfiguración, fue breve, casi fugaz. Después, bajaron del monte y continuó su vida cotidiana, no obstante que Pedro había hecho su famosa e ingenua petición al Señor para quedarse en el monte: «¡ que bien estamos aquí, hagamos tres tiendas ....»! (Cf Marcos 9,5). Pedro “habría deseado estar inmediatamente en la paz y en la gloria de la Pascua, cancelando la cuaresma de la vida con su camino doloroso y oscuro, con el silencio de Dios, con la pasión y con la muerte”. (cfr. Gianfranco Ravasi, p. 75). • Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno B, Piemme 1996, II domenica di Quaresima, pp. 75- 76: “Pedro nos representa a todos cuando queremos que no exista el camino de la Cruz, cuando soñamos con un hatajo fácil que nos lleve enseguida al monte de la transfiguración, es decir, a los momentos de luz y de paz, a la Pascua definitiva. Sin embargo tendremos que recorrer los valles oscuros de las pruebas, como Abrahán; como Cristo debemos descender a la llanura cotidiana de Galilea, preparados para subir al pico alto de la prueba, que es el monte Moria [donde Abrahán iba a ofrecer a su hijo] y el Calvario, donde se encenderá la luz de la promesa y de la Pascua. En épocas antiguas, se pensaba que las perlas eran fruto de una 2 Batanero es el hombre que trata los tejidos de lana, para que se vuelvan compactos, mediante el uso de jabones especiales y presión y frotamiento. 4 enfermedad de las ostras, y que eran más preciosas cuando la enfermedad era más grave. Sí, la belleza más pura nace frecuentemente del dolor más profundo”. Una breve descripción de la vida del cristiano, desde el inicio - el Bautismo - hasta el final al que estamos llamados. • Cf. Nuevo Testamento, Eunsa 1999, Comentario a Romanos 8, 14-30: He aquí una breve descripción de la vida del cristiano, desde el inicio - el Bautismo - hasta el final al que estamos llamados, «a reproducir la imagen de su Hijo» (Romanos 8,29) : “La vida del cristiano es una participación en la vida de Cristo, Hijo de Dios por su naturaleza. Al ser, por adopción, verdaderamente hijo de Dios, el cristiano tiene - por decirlo así – un derecho a participar también de su herencia: la vida gloriosa en el Cielo (Romano 8, 14-18). Esta vida divina, iniciada en el Bautismo por la regeneración en el Espíritu Santo, se desarrolla y crece bajo la dirección de este Espíritu, que hace al bautizado cada vez más conforme a la imagen de Cristo (Romanos 8, 14.26-27). Así, la filiación adoptiva del cristiano es ya ahora una realidad - posee ya las primicias del Espíritu (Romanos 8,23) -, pero sólo al final de los tiempos, con la resurrección gloriosa del cuerpo, la redención llegará a su plenitud (Romanos 8, 23-25). Mientras tanto estamos en una situación de espera - no carente de padecimientos (Romanos 8,18), gemidos (Romanos 8, 23) y flaquezas (Romanos 8,26) -, caracterizada por una cierta tensión entre lo que ya poseemos y somos, y lo que aún anhelamos” o La pasión es camino de la resurrección • Acerca del camino del cristiano, encontramos en la liturgia cuaresmal, en el Prefacio del II Domingo de Cuaresma, una indicación muy precisa: “Porque Cristo nuestro Señor, después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la resurrección”. 4. Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros (2ª Lectura, Romanos 8, 32) o El sentido salvífico del sufrimiento: ¿una explicación o una garantía? Cfr. Raniero Cantalamessa, La parola e la vita anno B, Città Nuova IX edizione giugno 2001, p. 76. • Hoy día las preguntas pidiendo una explicación sobre los «padecimientos», «gemidos» y «flaquezas» en esta vida, suelen ser más angustiosas cuando se concretan en la experiencia del dolor, y más concretamente cuando se trata de descubrir “la razón” que pueda tener Dios para permitir los dolores o injusticias de los inocentes. Y no hay una explicación sólo racional. ¿Qué sentido tiene ese dolor? • Según las palabras de la liturgia de hoy, en su segunda Lectura, solamente meditando sobre el hecho de que Dios entregó a su propio Hijo por todos nosotros se podrá encontrar no ya una “explicación racional”, sino más bien una «garantía» de que ese misterio de dolor tiene un sentido si consideramos que el Hijo de Dios, el Hijo predilecto del Padre, el hombre sin pecado, ha saboreado el dolor hasta el fondo. • En su Carta a los Colosenses, San Pablo da la explicación más radical desde el punto de vista cristiano sobre el sufrimiento en esta vida: “Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su cuerpo, que es la Iglesia” (1,24) 3 . Juan Pablo II, comienza su Carta sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano (Salvifici Doloris, 11 febrero 1984) 3 Biblia de Jerusalén, comentario a Col 1,24: “Colosenses no dice en absoluto que Cristo no haya llevado a cabo todo lo que tenía que realizar (1,19-20.22; 2, 9-10.13-14; 3,1) ni que no haya sufrido lo bastante, como para que el Apóstol tenga que llevar a su plena realización los sufrimientos redentores por la Iglesia: porque en tal caso, la mediación de Cristo no sería perfecta, y la Epístola no se cansa de decir lo contrario. Lo que Pablo debe llevar a cabo es su propio itinerario apostólico, que él llama «tribulaciones de Cristo en mi carne» y que reproduce el de Cristo, en su manera de vivir y de sufrir por y para el anuncio del Evangelio y la Iglesia”. La Casa de la Biblia, Comentario al Nuevo Testamento, 1995, Comentario a Col 1,24-2,3: “Lo que falta a las tribulaciones de Cristo es, para unos, el conjunto de los sufrimientos del cuerpo místico. Formamos con Cristo un cuerpo místico; ha sufrido la cabeza, faltan los sufrimientos del cuerpo, que tienen que seguir la suerte que quiso soportar la cabeza (Lc 9,23). Esta explicación pone de relieve la unión de los cristianos con Cristo y la unión de los cristianos entre sí. Para otros lo que falta es la aplicación de la fuerza salvadora de este misterio de Cristo a los hombres. Y esto se obtiene mediante los sufrimientos apostólicos, que reciben su eficacia de los sufrimientos del Cristo. esta explicación pone de relieve la unidad del ministerio de Cristo y el de los Apóstoles (Jn 20, 21), y la necesidad de los trabajos apostólicos (Jn 16, 1ss; Hch 12,22; 2 Co 4,7ss). Y también la conexión íntima entre los sufrimientos apostólicos y el gozo ante su utilidad para la Iglesia” (La Casa de la Biblia, Comentario al Nuevo Testamento, 1995, Comentario a Col 1,24-2,3). 5 con estas palabras de San Pablo, a las que califica como un “descubrimiento definitivo que va acompañado de alegría”: «Estas palabras parecen encontrarse al final del largo camino por el que discurre el sufrimiento presente en la historia del hombre e iluminado por la palabra de Dios. Ellas tienen el valor casi de un descubrimiento definitivo que va acompañado de alegría; por ello el Apóstol escribe: «Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros». La alegría deriva del descubrimiento del sentido del sufrimiento; tal descubrimiento, aunque participa en él de modo personalísimo Pablo de Tarso que escribe estas palabras, es a la vez válido para los demás. El Apóstol comunica el propio descubrimiento y goza por todos aquellos a quienes puede ayudar --como le ayudó a él mismo-- a penetrar en el sentido salvífico del sufrimiento». o Reparación, desagravio y participación en el destino y en la vida de Jesús • Es Cristo que pasa, 168: “La enseñanza cristiana sobre el dolor no es un programa de consuelos fáciles. Es, en primer término, una doctrina de aceptación de ese padecimiento, que es de hecho inseparable de toda vida humana. No os puedo ocultar —con alegría, porque siempre he predicado y he procurado vivir que, donde está la Cruz, está Cristo, el Amor— que el dolor ha aparecido frecuentemente en mi vida; y más de una vez he tenido ganas de llorar. En otras ocasiones, he sentido que crecía mi disgusto ante la injusticia y el mal. Y he paladeado la desazón de ver que no podía hacer nada, que —a pesar de mis deseos y de mis esfuerzos— no conseguía mejorar aquellas inicuas situaciones. Cuando os hablo de dolor, no os hablo sólo de teorías. Ni me limito tampoco a recoger una experiencia de otros, al confirmaros que, si —ante la realidad del sufrimiento— sentís alguna vez que vacila vuestra alma, el remedio es mirar a Cristo. La escena del Calvario proclama a todos que las aflicciones han de ser santificadas, si vivimos unidos a la Cruz. Porque las tribulaciones nuestras, cristianamente vividas, se convierten en reparación, en desagravio, en participación en el destino y en la vida de Jesús, que voluntariamente experimentó por Amor a los hombres toda la gama del dolor, todo tipo de tormentos. Nació, vivió y murió pobre; fue atacado, insultado, difamado, calumniado y condenado injustamente; conoció la traición y el abandono de los discípulos; experimentó la soledad y las amarguras del castigo y de la muerte. Ahora mismo Cristo sigue sufriendo en sus miembros, en la humanidad entera que puebla la tierra, y de la que el es Cabeza, y Primogénito, y Redentor. El dolor entra en los planes de Dios. Esa es la realidad, aunque nos cueste entenderla. También, como Hombre, le costó a Jesucristo soportarla: Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya (Lucas 22,42). En esta tensión de suplicio y de aceptación de la voluntad del Padre, Jesús va a la muerte serenamente, perdonando a los que le crucifican. Precisamente, esa admisión sobrenatural del dolor supone, al mismo tiempo, la mayor conquista. Jesús, muriendo en la Cruz, ha vencido la muerte; Dios saca, de la muerte, vida. La actitud de un hijo de Dios no es la de quien se resigna a su trágica desventura, es la satisfacción de quien pregusta ya la victoria. En nombre de ese amor victorioso de Cristo, los cristianos debemos lanzarnos por todos los caminos de la tierra, para ser sembradores de paz y de alegría con nuestra palabra y con nuestras obras. Hemos de luchar —lucha de paz— contra el mal, contra la injusticia, contra el pecado, para proclamar así que la actual condición humana no es la definitiva; que el amor de Dios, manifestado en el Corazón de Cristo, alcanzará el glorioso triunfo espiritual de los hombres.” La figura de Abrahán (primera Lectura): Dios le pide que sacrifique al hijo que le había dado; su fe y obediencia. El hijo de la promesa y el silencio de Dios. El padre de los creyentes se hace semejante al Padre que no perdonará a su propio Hijo, sino que lo entregará por todos nosotros (Cf Romanos 8, 32). • CCE 2572: Como última purificación de su fe, se le pide al «que había recibido las promesas» (Hb 11, 17) que sacrifique al hijo que Dios le ha dado. Su fe no vacila: «Dios proveerá el cordero para el holocausto» (Gn 22, 8), «pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar a los muertos» (Hb 11, 19). Así, el padre de los creyentes se hace semejante al Padre que no perdonará a su propio Hijo, sino que lo entregará por todos nosotros (Cf Rm 8, 32). La oración restablece al hombre en la semejanza con Dios y le hace participar en la potencia del amor de Dios que salva a la multitud (Cf Rm 4, 16-21). La prueba es casi como un paradigma del itinerario de la fe • Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno B, Piemme IV Edizione settembre 1996, II domenica di Quaresima (pp. 73-74): “Aquel terrible y silencioso viaje de tres días que afronta Abrahán hacia la cima de la prueba es casi como un paradigma del itinerario de la fe. Es un camino oscuro y atormentado, acompañado sólo por aquella orden implacable: «Toma a tu hijo, a tu único hijo, a quien amas, a Isaac, y vete a la región de Moria. Allí lo ofrecerás en sacrificio, sobre un monte que yo te indicaré». Después, el silencio. Silencio de Dios (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”), silencio de Abrahán, silencio del hijo Isaac que sólo una vez, con una ingenuidad desgarradora, insinuó un diálogo ritmado sobre la relación de paternidad y de filiación: Isaac dijo a su padre Abrahán: «¡Padre! Él respondió: Sí, hijo mío. Y el muchacho preguntó: Aquí está el fuego y la leña, pero, ¿donde está el cordero para el sacrificio? Respondió Abrahán: Dios proveerá el cordero para el sacrificio, hijo mío». 6 La fe es presentada a su nivel más puro y más desnudo. Como hijo, Isaac debe morir para que Abrahán renuncie también a su paternidad y se apoye solamente en su creer, en la palabra de Dios. Aquí la fe es presentada a su nivel más puro y más desnudo. Como hijo, Isaac debe morir para que Abrahán renuncie también a su paternidad e se apoye solamente, en su creer, en la palabra de Dios. Por esto la palabra de Dios le hace vislumbrar la posibilidad de la destrucción de su paternidad. De este modo, después de la prueba, Abrahán recibe Isaac como hijo de la promesa divina y no ya como hijo de su carne”. 5. En una síntesis esquemática, propongo las consideraciones que hace el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC) sobre el dolor y el sufrimiento. o La fe puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento, que son problemas graves que aquejan la vida humana, donde el hombre experimenta su impotencia, límites y finitud. “La fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación. A veces Dios puede aparecer ausente e incapaz de impedir el mal. La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. ” CEC 164; 272; 1500 o Dios ha revelado su omnipotencia de la manera más misteriosa en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo “Ahora bien, Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más misteriosa en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado es «poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres» (1 Corintios 2, 24-25). En la Resurrección y en la exaltación de Cristo es donde el Padre «desplegó el vigor de su fuerza» y manifestó «la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes» (Efesios 1, 19-22).” CEC 272 o La cooperación libre y a menudo inconsciente, por parte del hombre, con la voluntad divina “Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por su acciones y sus oraciones, sino también por sus sufrimientos (Cf Colosenses 1,24). Entonces llegan a ser plenamente «colaboradores de Dios» (1Corintios 3, 9; 1 Ts 3, 2) y de su Reino (Cf Colosenses 4, 11).” CEC 307 o El sufrimiento como consecuencia del pecado original Aunque propio de cada uno (Cf Cc. de Trento: DS 1513), el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada «concupiscencia»). El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual. CEC 405 o Toda la vida de Cristo ( también sus silencios y sufrimientos) es Revelación del Padre; Jesús presentó el sentido de su vida y muerte a la luz del Siervo doliente Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús puede decir: «Quien me ve a mí, ve al Padre» (Jn 14, 9), y el Padre: «Este es mi Hijo amado; escuchadle» (Lucas 9, 35). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente (Cf Isaías 53, 7-8 y Hechos 8, 32-35). Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (Cf Mateo 20, 28). Después de su Resurrección dio esta interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús (Cf Lucas 24, 25-27), luego a los propios apóstoles (Cf Lucas 24, 44-45). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (Cf Hebreos 2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: «Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente» (Juan 10, 18). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando El mismo se encamina hacia la muerte (Cf Juan 18, 4-6; Mateo 26, 53). Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con El y nos une a su pasión redentora. CEC 516; 601; 609; 1505 7 o Desde el comienzo, Jesús dio a sus discípulos parte en su misión, en su alegría y en sus sufrimientos, invitándolos a tomar su cruz y a seguirle colaborando en su sacrificio redentor Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida (Cf Marcos 1, 16-20; 3, 13-19); les reveló el Misterio del Reino (Cf Mateo 13, 10-17); les dio parte en su misión, en su alegría (Cf Lucas 10, 17-20) y en sus sufrimientos (Cf Lucas 22, 28-30). Jesús habla de una comunión todavía más íntima entre El y los que le sigan: «Permaneced en mí, como yo en vosotros... Yo soy la vid y vosotros los sarmientos» (Juan 15, 4-5). Anuncia una comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo y el nuestro: «Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él» (Juan 6, 56). El llama a sus discípulos a «tomar su cruz y a seguirle» (Mateo 16, 24) porque El «sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas» (1 Pedro 2, 21). El quiere, en efecto, asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios (Cf Marcos 10, 39; Juan 21, 18-19; Colosenses 1, 24). En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo presente sobre el altar da a todas las generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda. CEC 787; 618; 1368 o Uno de los modos de la conversión es la aceptación de los sufrimientos; la aceptación paciente de la cruz es penitencia que nos ayuda a configurarnos con Cristo. La conversión se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho (Cf Amós 5, 24; Isaías 1, 17), por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución a causa de la justicia. Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de la penitencia (Cf Lucas 9, 23). La aceptación paciente de la cruz que debemos llevar, junto con otras penitencias (ofrendas, obras de misericordia, servicios al prójimo, etc.), nos ayuda configurarnos con Cristo que, el Unico, expió nuestros pecados (Cf Romanos 3, 25; 1 Juan 2, 1-2) una vez por todas. Nos permiten llegar a ser coherederos de Cristo resucitado, «ya que sufrimos con él» (Romanos 8, 17) (Cf Cc. de Trento: DS 1690). CEC 1435; 1460 www.parroquiasantamonica.com

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