martes, 30 de mayo de 2017

Familia. Papa Francisco, Catequesis sobre la familia (3), 7 de enero de 2015. La madre en la familia. Toda persona humana debe la vida a una madre, y casi siempre le debe mucho de su propia existencia posterior, de la formación humana y espiritual. Pero la madre, aun siendo muy exaltada desde el punto de vista simbólico —tantas poesías, tantas cosas bonitas que se dicen poéticamente de la madre— es poco escuchada y poco ayudada en la vida ordinaria, poco considerada en su papel central en la sociedad. Es más, a menudo se aprovecha de la disponibilidad de las madres por sacrificarse por sus hijos para "ahorrar" en los gastos sociales. Sucede que, también en la comunidad cristiana, la madre no siempre es tenida en cuenta como debiera, o es poco escuchada. Las madres son el antídoto más fuerte contra la propagación del individualismo egoísta. "Individuo" quiere decir "que no se puede dividir". Las madres, en cambio, se "dividen", desde que alojan al hijo para darlo al mundo y hacerlo crecer.



1 Familia. Papa Francisco, Catequesis sobre la familia (3), 7 de enero de 2015. La madre en la familia. Toda persona humana debe la vida a una madre, y casi siempre le debe mucho de su propia existencia posterior, de la formación humana y espiritual. Pero la madre, aun siendo muy exaltada desde el punto de vista simbólico —tantas poesías, tantas cosas bonitas que se dicen poéticamente de la madre— es poco escuchada y poco ayudada en la vida ordinaria, poco considerada en su papel central en la sociedad. Es más, a menudo se aprovecha de la disponibilidad de las madres por sacrificarse por sus hijos para "ahorrar" en los gastos sociales. Sucede que, también en la comunidad cristiana, la madre no siempre es tenida en cuenta como debiera, o es poco escuchada. Las madres son el antídoto más fuerte contra la propagación del individualismo egoísta. "Individuo" quiere decir "que no se puede dividir". Las madres, en cambio, se "dividen", desde que alojan al hijo para darlo al mundo y hacerlo crecer. Cfr. Papa Francisco, Catequesis sobre la familia (3), 7 de enero de 2015. Hoy continuamos con las catequesis sobre la Iglesia y haremos una reflexión sobre la Iglesia madre. La Iglesia es madre. Nuestra santa madre Iglesia. En estos días la liturgia de la Iglesia ha puesto ante nuestros ojos la figura de la Virgen María, Madre de Dios. El primer día del año es la fiesta de la Madre de Dios, a la que sigue la Epifanía, con el recuerdo de la visita de los Magos. Escribe el evangelista Mateo: Entrando en la casa, vieron al Niño con María su madre, se postraron y le adoraron (Mt 2,11). Es la Madre la que, después de haberlo engendrado, presenta al Hijo al mundo. Ella nos da a Jesús, nos muestra a Jesús, nos hace ver a Jesús. Continuamos con la catequesis sobre la familia y en la familia está la madre. Toda persona humana debe la vida a una madre, y casi siempre le debe mucho de su propia existencia posterior, de la formación humana y espiritual. Pero la madre, aun siendo muy exaltada desde el punto de vista simbólico —tantas poesías, tantas cosas bonitas que se dicen poéticamente de la madre— es poco escuchada y poco ayudada en la vida ordinaria, poco considerada en su papel central en la sociedad. Es más, a menudo se aprovecha de la disponibilidad de las madres por sacrificarse por sus hijos para "ahorrar" en los gastos sociales. Sucede que, también en la comunidad cristiana, la madre no siempre es tenida en cuenta como debiera, o es poco escuchada. Sin embargo, en el centro de la vida de la Iglesia está la Madre de Jesús. Quizá las madres, dispuestas a tantos sacrificios por sus hijos, y no raramente también por los de los demás, deberían ser más escuchadas. Habría que comprender más su lucha diaria por ser eficaces en el trabajo y atentas y afectuosas en la familia; deberíamos comprender mejor a qué aspiran, para expresar los mejores y auténticos frutos de su emancipación. Una madre siempre tiene problemas con sus hijos, siempre tiene trabajo. Recuerdo que en casa éramos cinco hijos y, mientras uno hacía una trastada por ahí, el otro ya estaba pensando en otra, y mi pobre madre iba de un lado a otro, pero era feliz. ¡Nos dio tanto! Las madres son el antídoto más fuerte contra la propagación del individualismo egoísta. "Individuo" quiere decir "que no se puede dividir". Las madres, en cambio, se "dividen", desde que alojan al hijo para darlo al mundo y hacerlo crecer. Son ellas, las madres, las que más odian la guerra, que mata a sus hijos. Muchas veces he pensado en esas madres cuando reciben la carta: "Le comunico que su hijo ha caído en defensa de la patria…". ¡Pobres mujeres! ¡Cómo sufre una madre! Son ellas las que manifiestan la belleza de la vida. El arzobispo Oscar Arnulfo Romero decía que las madres viven un "martirio materno". En la homilía del funeral de un cura asesinado por los escuadrones de la muerte, decía, haciéndose eco del Concilio Vaticano II: «Todos debemos estar dispuestos a morir por nuestra fe, aunque el Señor no nos conceda ese honor… Dar la vida no significa solo que nos 2 maten; dar la vida, tener espíritu de martirio, es darlo todo en el deber, en el silencio, en la oración, en el cumplimiento honesto del deber; en el silencio de la vida ordinaria. ¿Dar la vida a poco a poco? Sí, como la da una madre, que, sin miedo, con la sencillez del martirio materno, concibe en su seno un hijo, lo da a luz, lo amamanta, lo hace crecer y lo atiende con cariño. Es dar la vida. Es martirio». Hasta aquí la cita. Sí, ser madre no significa solo traer hijos al mundo, sino que es también una decisión vital. ¿Qué elige una madre, cuál es la decisión vital de una madre? La decisión vital de una madre es la elección de dar la vida. Y eso es grande, eso es hermoso. Una sociedad sin madres sería una sociedad deshumana, porque las madres saben manifestar siempre, hasta en los peores momentos, la ternura, la entrega, la fuerza moral. Las madres trasmiten frecuentemente también el sentido más profundo de la práctica religiosa: en las primeras oraciones, en los primeros gestos de devoción que un niño aprende, está inscrito el valor de la fe en la vida de un ser humano. Es un mensaje que las madres creyentes saben trasmitir sin muchas explicaciones: ya vendrán después, pero el germen de la fe está en esos primeros, preciosísimos momentos. Sin las madres, no solo no habría nuevos fieles, sino que la fe perdería buena parte de su calor sencillo y profundo. ¡Y la Iglesia es madre, con todo eso, es nuestra madre! ¡No somos huérfanos, tenemos una madre! La Virgen, la madre Iglesia, y nuestra madre. No somos huérfanos, somos hijos de la Iglesia, somos hijos de la Virgen, y somos hijos de nuestras madres. Queridísimas mamás, gracias, gracias por lo que sois en la familia y por lo que dais a la Iglesia y al mundo. Y a ti, amada Iglesia, gracias, gracias por ser madre. Y a te, María, Madre de Dios, gracias por hacernos ver a Jesús. Y gracias a todas las madres aquí presentes, a las que saludamos con un aplauso. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

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