miércoles, 3 de mayo de 2017

Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo (2015, Año B). La Eucaristía es alimento. En el pan y en el vino, bajo cuya apariencia Cristo se nos entrega, nos llega toda la vida divina y se comparte con nosotros en la forma del Sacramento. La preparación para recibir la comunión. Los frutos de la comunión. Si miramos alrededor, nos daremos cuenta de que hay muchas ofertas de alimento, que no vienen del Señor, y que aparentemente satisfacen más. Algunos se nutren con el dinero, otros con el éxito y la vanidad, otros con el poder y el orgullo. El alimento que da el Señor es distinto de los demás, y quizá no nos parezca tan apetitoso como los manjares que nos ofrece el mundo. Y soñamos, como los hebreos en el desierto, que añoraban la carne y las cebollas que comían en Egipto, olvidando que lo comían en la mesa de la esclavitud.



1 Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo (2015, Año B). La Eucaristía es alimento. En el pan y en el vino, bajo cuya apariencia Cristo se nos entrega, nos llega toda la vida divina y se comparte con nosotros en la forma del Sacramento. La preparación para recibir la comunión. Los frutos de la comunión. Si miramos alrededor, nos daremos cuenta de que hay muchas ofertas de alimento, que no vienen del Señor, y que aparentemente satisfacen más. Algunos se nutren con el dinero, otros con el éxito y la vanidad, otros con el poder y el orgullo. El alimento que da el Señor es distinto de los demás, y quizá no nos parezca tan apetitoso como los manjares que nos ofrece el mundo. Y soñamos, como los hebreos en el desierto, que añoraban la carne y las cebollas que comían en Egipto, olvidando que lo comían en la mesa de la esclavitud. Cfr. Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo Año B - 7/06/2015. Éxodo 24, 3-8; Hebreos 9, 11-15; Marcos 14, 12-16.22-26 Exodo 24,3-8: 3 En aquellos días, Moisés bajó y refirió al pueblo todas las palabras del Señor y todas sus normas. Y todo el pueblo respondió a una voz: "Cumpliremos todas las palabras que ha dicho el Señor." 4 Entonces escribió Moisés todas las palabras del Señor; y, levantándose de mañana, alzó al pie del monte un altar y doce estelas por las doce tribus de Israel. 5 Luego mandó a algunos jóvenes, de los israelitas, que ofreciesen holocaustos e inmolaran novillos como sacrificios de comunión para el Señor. 6 Tomó Moisés la mitad de la sangre y la echó en vasijas; la otra mitad la derramó sobre el altar. 7 Tomó después el libro de la Alianza y lo leyó ante el pueblo, que respondió: "Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho el Señor." 8 Entonces tomó Moisés la sangre, roció con ella al pueblo y dijo: "Esta es la sangre de la Alianza que el Señor ha hecho con vosotros, según todas estas palabras." Hebreos 9, 11-15: 11 Hermanos Cristo ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes definitivos, a través de un Tabernáculo más excelente, perfecto y no hecho por mano de hombre, es decir, no de este mundo creado, 12 y no por medio de la sangre de machos cabríos y becerros, sino por su propia sangre, entró de una vez para siempre en el Santuario, consiguiendo así una redención eterna.13 Porque si la sangre de machos cabríos y toros y la aspersión de la ceniza de una vaca pueden santificar a los impuros en cuanto a la purificación de la carne,14 ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo como víctima inmaculada a Dios, limpiará de las obras muertas nuestra conciencia para dar culto al Dios vivo! 15 Y por esto es mediador de una nueva alianza, a fin de que, habiendo muerto para redimir las transgresiones cometidas bajo la primera alianza, los que han sido llamados reciban la herencia eterna prometida. Aleluya (antes del Evangelio): Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo - dice el Señor -; el que coma de este pan vivirá para siempre (Juan 6, 51). Marcos 14,12-16. 22-26. 12 El primer día de los Azimos, cuando sacrificaban el cordero pascual, le dicen sus discípulos: ¿Dónde quieres que vayamos y preparemos para que comas la Pascua?13 Entonces envía dos de sus discípulos, y les dice: Id a la ciudad y os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle; 14 y allí donde entre, decid al dueño de la casa que el Maestro pregunta: ¿Dónde está mi sala, donde coma la Pascua con mis discípulos? 15 Y él os mostrará una habitación en el piso de arriba, grande, ya amueblada; disponed allí para nosotros. 16 Y marcharon los discípulos, llegaron a la ciudad, encontraron como les había dicho, y prepararon la Pascua. 22 Mientras cenaban, tomó pan, y después de bendecir lo partió, se lo dio a ellos y dijo: Tomad, esto es mi cuerpo. 23 Y tomando el cáliz, habiendo dado gracias, se lo dio y bebieron de él todos. 24 Y les dijo: Esta es mi sangre de la Nueva Alianza, que será derramada por muchos. 25 En verdad os digo que ya no beberé del fruto de la vid hasta aquel día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios. 26 Y recitado el himno, salieron hacia el Monte de los Olivos. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo - dice el Señor -; el que coma de este pan vivirá para siempre (Juan 6, 51). (Aleluya antes del Evangelio) 1. Si miramos alrededor, nos daremos cuenta de que hay muchas ofertas de alimento, que no vienen del Señor, y que, aparentemente satisfacen más. Cfr. Francisco, Homilía en la Solemnidad del Corpus Christi 2014, en Roma, Jueves 19 de junio de 2014 2 Algunos se nutren con el dinero, otros con el éxito y la vanidad, otros con el poder y el orgullo. o El alimento que da el Señor es distinto de los demás, y quizá no nos parezca tan apetitoso como los manjares que nos ofrece el mundo. Y soñamos, como los hebreos en el desierto, que añoraban la carne y las cebollas que comían en Egipto, olvidando que lo comían en la mesa de la esclavitud. Si miramos alrededor, nos daremos cuenta de que hay muchas ofertas de alimento, que no vienen del Señor, y que aparentemente satisfacen más. Algunos se nutren con el dinero, otros con el éxito y la vanidad, otros con el poder y el orgullo. Pero el alimento que de verdad nos nutre y nos sacia es solo el que nos da el Señor. Ese alimento es distinto de los demás, y quizá no nos parezca tan apetitoso como los manjares que nos ofrece el mundo. Y entonces soñamos con otras comidas, como los hebreos en el desierto, que añoraban la carne y las cebollas que comían en Egipto 1 , pero olvidaban que los comían en la mesa de la esclavitud. En esos momentos de tentación, tenían memoria, pero memoria enferma, memoria selectiva: una memoria esclava, no libre. Preguntémonos: ¿dónde quiero comer? ¿En la mesa del Señor? ¿O sueño con manjares apetitosos en la esclavitud? Recuperemos la memoria y aprendamos a reconocer el pan falso, que engaña y corrompe. Hoy, cada uno puede preguntarse: ¿Y yo, dónde quiero comer? ¿En qué mesa quiero alimentarme? ¿En la mesa del Señor? ¿O sueño con comer manjares apetitosos, pero en la esclavitud? ¿Con qué memoria sacio mi alma? El Padre nos dice: «Te he alimentado con un maná que no conocías». Recuperemos la memoria. Esa es la tarea, recuperar la memoria. Y aprendamos a reconocer el pan falso, que engaña y corrompe, porque es fruto del egoísmo, de la autosuficiencia y del pecado. 2. En el pan y en el vino, bajo cuya apariencia Cristo se nos entrega, nos llega toda la vida divina y se comparte con nosotros en la forma del Sacramento. Cfr. Benedicto XVI, Exhortac. Apostólica «Sacramentum caritatis», 22 febrero 2007 • n. 8 “En el pan y en el vino, bajo cuya apariencia Cristo se nos entrega en la cena pascual (cf. Lucas22,14- 20; 1 Co 11,23-26), nos llega toda la vida divina y se comparte con nosotros en la forma del Sacramento. (…) Ya en la creación, el hombre fue llamado a compartir en cierta medida el aliento vital de Dios (cf. Génesis 2,7). Pero es en Cristo muerto y resucitado, y en la efusión del Espíritu Santo que se nos da sin medida (cf. Juan 3,34), donde nos convertimos en verdaderos partícipes de la intimidad divina. Jesucristo, pues, « que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha » (Hb 9,14), nos comunica la misma vida divina en el don eucarístico”. • Benedicto XVI, Homilía, 11/09/ 2011Dios se hace tan cercano que se convierte en nuestro alimento, aquí él se hace fuerza en el camino con frecuencia difícil, aquí se hace presencia amiga que transforma. Ya la Ley dada por medio de Moisés se consideraba como «pan del cielo», gracias al cual Israel se convierte en el pueblo de Dios; pero en Jesús, la palabra última y definitiva de Dios, se hace carne, viene a nuestro encuentro como Persona. Él, Palabra eterna, es el verdadero maná, es el pan de la vida (cf. Juan 6, 32-35). 1 Nota de la redacción de VIDA CRISTIANA: la alusión de Francisco a las quejas del pueblo de Israel que añoraba las comidas en Egipto cuando vivía bajo la esclavitud se encuentra en el libro de los Números 11, 1-6: «1 El pueblo profería quejas amargas a los oídos de Yahveh, y Yahveh lo oyó. Se encendió su ira y ardió un fuego de Yahveh entre ellos y devoró un extremo del campamento. 2 El pueblo clamó a Moisés y Moisés intercedió ante Yahveh, y el fuego se apagó. 3 Por eso se llamó aquel lugar Taberá, porque había ardido contra ellos el fuego de Yahveh. 4 La chusma que se había mezclado al pueblo se dejó llevar de su apetito. También los israelitas volvieron a sus llantos diciendo: "¿Quién nos dará carne para comer? 5 ¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos de balde en Egipto, y de los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos! 6 En cambio ahora tenemos el alma seca. No hay de nada. Nuestros ojos no ven más que el maná."». Cfr. Antiguo Testamento, Eunsa 2000, comentarios a Números cap. 11: La protesta del pueblo de Israel “desemboca en lamentarse de haber salido de Egipto, querer echarse atrás del camino emprendido y desear volver a la esclavitud» (cfr. 11, 18-20) (Comentario a Números 11,1-12-16). En las tradiciones de Israel, el lugar de nombre Taberá está unido al relato de la queja del pueblo, desanimado en su camino, que encendió la ira del Señor. Lo que el pasaje viene a poner especialmente de relieve es la absoluta soberanía de dios y de sus designios que el hombre debe secundar a pesar de las dificultades» (Cfr. ibídem, comentario a Números 11, 1-3). 3. La eucaristía, alimento: algunos números del Catecismo de la Iglesia Católica 3 o Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros. n. 1382 La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero la celebración del sacrificio eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros. “Tomad y comed todos de él”: la comunión n. 1384 El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la Eucaristía: "En verdad en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros" (Juan 6,53). o Preparación para recibir la comunión. S. Pablo exhorta a un examen de conciencia n. 1385 Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. S. Pablo exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo" ( 1 Corintios 11,27- 29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar. n. 1386 Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión (cf Mt 8,8): "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme". En la Liturgia de S. Juan Crisóstomo, los fieles oran con el mismo espíritu: Hazme comulgar hoy en tu cena mística, oh Hijo de Dios. Porque no diré el secreto a tus enemigos ni te daré el beso de Judas. Sino que, como el buen ladrón, te digo: Acuérdate de mí, Señor, en tu Reino. La observancia del ayuno prescrito n.1387 Para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los fieles deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia (cf CIC can. 919). Por la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped. n. 1388 Es conforme al sentido mismo de la Eucaristía que los fieles, con las debidas disposiciones (cf CIC, can. 916), comulguen cuando participan en la misa (cf CIC, can 917. Los fieles, en el mismo día, pueden recibir la Santísima Eucaristía sólo una segunda vez: Cf Pontificia Commissio Codici Iuris Canonici Authentice Interpretando, Responsa ad proposita dubia, 1: AAS 76 (1984) 746): "Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la misa, recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, del mismo sacrificio, el cuerpo del Señor" (SC 55). o Los frutos de la comunión La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo n. 1391 La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él" (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: "Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57): Cuando en las fiestas del Señor los fieles reciben el Cuerpo del Hijo, proclaman unos a otros la Buena Nueva de que se dan las arras de la vida, como cuando el ángel dijo a María de Magdala: "¡Cristo ha resucitado!" He aquí que ahora también la vida y la resurrección son comunicadas a quien recibe a Cristo (Fanqîth, Oficio siriaco de Antioquía, vol. I, Commun, 237 a-b). La comunión con la Carne de Cristo resucitado, vivificada por el Espíritu Santo y vivificante, conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo n. 1392 Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, vivificada por el Espíritu Santo y vivificante (PO 5), conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático. La comunión nos separa del pecado 4 n. 1393 La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es "entregado por nosotros", y la Sangre que bebemos es "derramada por muchos para el perdón de los pecados". Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados: "Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del Señor" (1 Co 11,26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados . Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio (S. Ambrosio, sacr. 4, 28). La Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales n. 1394 Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales (cf Cc. de Trento: DS 1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en él: Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestro propios corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para nosotros, y sepamos vivir crucificados para el mundo...y, llenos de caridad, muertos para el pecado vivamos para Dios (S. Fulgencio de Ruspe, Fab. 28,16-19). La Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales n.1395 Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con él por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. Lo propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que están en plena comunión con la Iglesia. La Eucaristía hace la Iglesia n. 1396 La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (cf 1 Co 12,13). La Eucaristía realiza esta llamada: "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co 10,16-17): Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis "Amén" (es decir, "sí", "es verdad") a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y respondes "amén". Por lo tanto, se tú verdadero miembro de Cristo para que tu "amén" sea también verdadero (S. Agustín, serm. 272). La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres n. 1397 La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cf Mt 25,40): Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso (S. Juan Crisóstomo, hom. in 1 Co 27,4). www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

Imprimir

Printfriendly