martes, 27 de junio de 2017

6º Domingo de Pascua, Año B (2012). El mandamiento nuevo: «que os améis los unos a los otros como yo os he amado». En qué sentido es nuevo. Es un amor que Él nos da, que nos renueva, que nos hace hombres nuevos. Lo esencial en esas palabras no es precisamente la llamada a una exigencia suprema, sino al nuevo fundamento del ser que se nos ha dado. La novedad solamente puede venir del don de la comunión con Cristo, del vivir en Él. La inserción de nuestro yo en el suyo —«vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga2,20)— es lo que verdaderamente cuenta. El amor enunciado en la Biblia sólo es posible a partir del encuentro íntimo con Dios. En Dios y con Dios amo también a quien no me agrada y ni siquiera conozco. Aprender a mirar desde la perspectiva de Jesucristo. El Espíritu Santo armoniza el corazón de los creyentes con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los hermanos como Él los ha amado».


1 6º Domingo de Pascua, Año B (2012). El mandamiento nuevo: «que os améis los unos a los otros como yo os he amado». En qué sentido es nuevo. Es un amor que Él nos da, que nos renueva, que nos hace hombres nuevos. Lo esencial en esas palabras no es precisamente la llamada a una exigencia suprema, sino al nuevo fundamento del ser que se nos ha dado. La novedad solamente puede venir del don de la comunión con Cristo, del vivir en Él. La inserción de nuestro yo en el suyo —«vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga2,20)— es lo que verdaderamente cuenta. El amor enunciado en la Biblia sólo es posible a partir del encuentro íntimo con Dios. En Dios y con Dios amo también a quien no me agrada y ni siquiera conozco. Aprender a mirar desde la perspectiva de Jesucristo. El Espíritu Santo armoniza el corazón de los creyentes con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los hermanos como Él los ha amado». Cfr. VI Domingo de Pascua Año B 13 mayo 2012 Juan 15, 9-17; 1 Juan 4, 7-10 Juan 15, 9-17: 9 Como el Padre me ama, así también os amo yo; permaneced en mi amor. 10 Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. 11 Os digo esto, para que mi alegría esté con vosotros, y vuestra alegría sea plena. 12 Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. 13 Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. 14 Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. 15 No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os llamo amigos porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. 16 No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. 17 Lo que os mando es que os améis los unos a los otros.» ESTE ES MI MANDAMIENTO: QUE OS AMÉIS LOS UNOS A LOS OTROS COMO YO OS HE AMADO. (Juan 15, 12). ¿EN QUÉ SENTIDO ES NUEVO ESTE MANDAMIENTO? 1. San Agustín Es nuevo porque debemos amar como Cristo nos amó, y porque es un amor que Él mismo nos da y nos renueva, nos hace hombres nuevos. Este amor nos lo otorga el mismo Señor. De los tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan (Tratado 65,1-32) o ¿Por qué era nuevo si se encontraba ya en la ley antigua? Este amor nos renueva y nos hace hombres nuevos. El Señor Jesús pone de manifiesto que lo que da a sus discípulos es un nuevo mandamiento, que se amen unos a otros: Os doy —dice— un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros (Juan 13,34). Como yo os he amado ¿Pero acaso este mandamiento no se encontraba ya en la ley antigua, en la que estaba escrito: Amarás a tu prójimo como a ti mismo? (Levítico 19,18) ¿Por qué lo llama entonces nuevo el Señor, si está tan claro que era antiguo? ¿No será que es nuevo porque nos viste del hombre nuevo después de despojarnos del antiguo? Porque no es cualquier amor el que renueva al que oye, o mejor al que obedece, sino aquél a cuyo propósito añadió el Señor, para distinguirlo del amor puramente carnal: como yo os he amado (Juan 13,34). Es un amor que nos renueva, y nos hace hombres nuevos Éste es el amor que nos renueva, y nos hace ser hombres nuevos, herederos del nuevo Testamento, intérpretes de un cántico nuevo. Este amor, hermanos queridos, renovó ya a los antiguos justos, a los patriarcas y a los profetas; y luego a los bienaventurados apóstoles; ahora renueva a los gentiles, y hace de 2 todo el género humano, extendido por el universo entero, un único pueblo nuevo, el cuerpo de la nueva esposa del Hijo de Dios, de la que se dice en el Cantar de los cantares: ¿Quién es ésa que sube del desierto vestida de blanco? (cfr. Ct 8,5). Sí, vestida de blanco, porque ha sido renovada; ¿y qué es lo que la ha renovado sino el mandamiento nuevo? Porque, en la Iglesia, los miembros se preocupan unos por otros; y si padece uno de ellos, se compadecen todos los demás, y si uno de ellos se ve glorificado, todos los otros se congratulan (Cfr. 1 Corintios 12, 25-26). La Iglesia, en verdad, escucha y guarda estas palabras: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros (Juan 13, 34). No como se aman quienes viven en la corrupción de la carne, ni como se aman los hombres simplemente porque son hombres; sino como se quieren todos los que se tienen por dioses e hijos del Altísimo, y llegan a ser hermanos de su único Hijo, amándose unos a otros con aquel mismo amor con que él los amó, para conducirlos a todos a aquel fin que les satisfaga, donde su anhelo de bienes encuentre su saciedad (Cfr. Salmo 102,5). Porque no queda ningún anhelo por saciar cuando Dios lo sea todo en todos (Cfr. 1 Corintios 15,28). . Este amor nos lo otorga el mismo Señor Este amor nos lo otorga el mismo que dijo: Como yo os he amado, amaos también entre vosotros (Juan 13, 34). Pues para esto nos amó precisamente, para que nos amemos los unos a los otros; y con su amor hizo posible que nos ligáramos estrechamente, y como miembros unidos por tan dulce vínculo, formemos el cuerpo de tan espléndida cabeza. 2. Benedicto XVI ¿En qué consiste la novedad del mandamiento nuevo? Cfr. Joseph Ratzinger - Benedicto XVI, Jesús de Nazaret 2, Ediciones Encuentro 2011, pp. 78-83. o Lo esencial en estas palabras no es precisamente la llamada a una exigencia suprema, sino al nuevo fundamento del ser que se nos ha dado. La novedad solamente puede venir del don de la comunión con Cristo, del vivir en Él. Sólo si nos dejamos lavar una y otra vez, si nos dejamos «purificar» por el Señor mismo, podemos aprender a hacer, junto con Él, lo que Él ha hecho. La inserción de nuestro yo en el suyo —«vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga2,20)— es lo que verdaderamente cuenta. ¿En qué consiste la novedad del mandamiento nuevo? Puesto que, a fin de cuentas, aquí entra en juego la novedad del Nuevo Testamento y, por tanto, la cuestión sobre «la esencia del cristianismo», es muy importante escuchar con especial atención. Se ha dicho que la novedad, más allá del mandamiento ya existente del amor al prójimo, se manifiesta en la expresión «amar como yo os he amado», es decir, en amar hasta estar dispuestos a sacrificar la propia vida por el otro. Si consistiera en esto la esencia y la totalidad del «mandamiento nuevo» entonces habría que definir el cristianismo como una especie de esfuerzo moral extremo. Así interpretan muchos también el Sermón de la Montaña. Respecto al antiguo camino de los Diez Mandamientos, que indicaría algo así como la senda normal para el hombre común, el cristianismo habría inaugurado con el Sermón de la Montaña el camino más elevado de una exigencia radical, en la cual se habría manifestado en la humanidad un grado superior de humanismo. Pero, en realidad, ¿quién puede decir de sí mismo que se ha elevado por encima de la «mediocridad» del camino de los Diez Mandamientos, que los ha dejado atrás como algo que se da por descontado, por decirlo así, y que ahora camina por vías más elevadas en la «nueva Ley»? No, la verdadera novedad del mandamiento nuevo no puede consistir en la elevación de la exigencia moral. Lo esencial también en estas palabras no es precisamente la llamada a una exigencia 3 suprema, sino al nuevo fundamento del ser que se nos ha dado. La novedad solamente puede venir del don de la comunión con Cristo, del vivir en Él. De hecho, Agustín había comenzado su exposición del Sermón de la Montaña —su primer ciclo de homilías tras su ordenación sacerdotal— con la idea del ethos superior, de las normas más elevadas y más puras. Pero, en el transcurso de sus homilías, el centro de gravedad se va desplazando cada vez más. Tiene que admitir repetidamente que la antigua exigencia significaba ya una verdadera perfección. Y, en lugar de una pretendida exigencia superior, aparece cada vez más claramente la disposición del corazón (cf. De serm. Dom. in monte, I, 19, 59); el «corazón puro» (cf. Mt 5,8) se convierte progresivamente en el centro de la interpretación. Más de la mitad de todo el ciclo de homilías se desarrolla con la idea de fondo del corazón purificado. Así, sorprendentemente, puede verse la conexión con el lavatorio de los pies: sólo si nos dejamos lavar una y otra vez, si nos dejamos «purificar» por el Señor mismo, podemos aprender a hacer, junto con Él, lo que Él ha hecho. Debemos dejarnos sumergir en la misericordia del Señor; entonces también nuestro «corazón» encontrará el camino recto. El «mandamiento nuevo» no es simplemente una exigencia nueva y superior. Está unido a la novedad de Jesucristo, al sumergirse progresivamente en Él. Siguiendo en esta línea, Tomás de Aquino pudo decir: «La nueva ley es la misma gracia del Espíritu Santo» no una norma nueva, sino la nueva interioridad dada por el mismo Espíritu de Dios. La inserción de nuestro yo en el suyo —«vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga2,20)— es lo que verdaderamente cuenta. Por eso la segunda palabra clave que aparece frecuentemente en la interpretación que hace Agustín del Sermón de la Montaña es «misericordia». Debemos dejarnos sumergir en la misericordia del Señor; entonces también nuestro «corazón» encontrará el camino recto. El «mandamiento nuevo» no es simplemente una exigencia nueva y superior. Está unido a la novedad de Jesucristo, al sumergirse progresivamente en Él. Siguiendo en esta línea, Tomás de Aquino pudo decir: «La nueva ley es la misma gracia del Espíritu Santo» (S. Theol., I-II, q. 106, a. 1), no una norma nueva, sino la nueva interioridad dada por el mismo Espíritu de Dios. Agustín pudo resumir al final esta experiencia espiritual de la verdadera novedad en el cristianismo en la famosa fórmula: «Da quod iubes et iube quod vis», «dame lo que mandas y manda lo que quieras» (Conf., X, 29, 40). El amor enunciado en la Biblia sólo es posible a partir del encuentro íntimo con Dios. En Dios y con Dios amo también a quien no me agrada y ni siquiera conozco. Aprender a mirar desde la perspectiva de Jesucristo. Cfr. Enc. Deus caritas est, n. 18 18. De este modo se ve que es posible el amor al prójimo en el sentido enunciado por la Biblia, por Jesús. Consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo. Más allá de la apariencia exterior del otro descubro su anhelo interior de un gesto de amor, de atención, que no le hago llegar solamente a través de las organizaciones encargadas de ello, y aceptándolo tal vez por exigencias políticas. Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita. El Espíritu armoniza el corazón de los creyentes con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los hermanos como Él los ha amado». Cfr. Benedicto XVI, Catequesis de los miércoles, 15 de noviembre de 2006. 4 Hay, además, otro aspecto típico del Espíritu que nos ha enseñado san Pablo: su relación con el amor. El apóstol escribe así: «La esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Romanos 5, 5). En mi carta encíclica «Deus caritas est» citaba una frase sumamente elocuente de san Agustín: «Ves la Trinidad si ves el amor» (número 19), y luego explicaba: «el Espíritu es esa potencia interior que armoniza su corazón [de los creyentes] con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los hermanos como Él los ha amado» (ibídem). El Espíritu nos pone en el ritmo mismo de la vida divina, que es vida de amor, haciéndonos participar personalmente en las relaciones que se dan entre el Padre y el Hijo. Es sumamente significativo que Pablo, cuando enumera los diferentes elementos de los frutos del Espíritu, menciona en primer lugar el amor: «El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, etc.» (Gálatas 5, 22). Y, dado que por definición el amor une, el Espíritu es ante todo creador de comunión dentro de la comunidad cristiana, como decimos al inicio de la misa con una expresión de san Pablo: «… la comunión del Espíritu Santo [es decir, la que por Él actúa] sea con todos vosotros» (2 Corintios 13,13). Ahora bien, por otra parte, también es verdad que el Espíritu nos estimula a entablar relaciones de caridad con todos los hombres. De este modo, cuando amamos dejamos espacio al Espíritu, le permitimos expresarse en plenitud. Se comprende de este modo el motivo por el que Pablo une en la misma página de la carta a los Romanos estas dos exhortaciones: «Sed fervorosos en el Espíritu» y «No devolváis a nadie mal por mal» (Romanos 12, 11.17) 3. Juan Pablo II Cfr. Juan Pablo II, Homilía, 30 de noviembre de 1997, Domingo 1º de Adviento • “Abrid las puertas de vuestra vida al don del Espíritu Santo, el Santificador, que renueva la faz de la tierra y transforma los corazones de piedra en corazones de carne, capaces de amar como Cristo nos amó (cf. Juan 15,12)”. 4. Es el amor de Dios lo que nos hace buenos Es el amor de Dios que se derrama en nuestro corazones (vid. Romanos 5,5) lo que nos hace buenos, y capaces de amar a los demás 1 . o 3. Catecismo de la Iglesia Católica Sólo el Espíritu Santo hace nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús. • n. 2842: (…) Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida «del fondo del corazón», en la santidad, en la misericordia y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es «nuestra vida» (Gálatas 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (Cf Filipenses 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible, «perdonándonos mutuamente "como" nos perdonó Dios en Cristo» (Efesios 4, 32). www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana 1 Romanos 5, 5: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado”.

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