martes, 6 de junio de 2017

Domingo 11 del tiempo ordinario, Ciclo C (2013). La fe en el Hijo de Dios que nos amó hasta entregarse por nosotros (segunda Lectura). La fe, en san Pablo, no es una teoría, es la experiencia de ser amado por Jesucristo de una manera totalmente personal. Es el impacto del amor de Dios sobre su corazón. Es la conciencia del hecho que Cristo ha enfrentado la muerte no por algo anónimo, sino por amor él. Y así, esta misma fe es amor por Jesucristo. Así debe ser la fe de todos los bautizados. Cualquiera de nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí. El ser humano necesita un amor incondicionado. La fe no es simplemente un conjunto de proposiciones, es una decisión que afecta a toda la existencia; implica un acto de confianza y abandono en Cristo, y nos ayuda a vivir como él vivió (cf. Gálatas 2,20), o sea, en el mayor amor a Dios y a los hermanos.



1 Domingo 11 del tiempo ordinario, Ciclo C (2013). La fe en el Hijo de Dios que nos amó hasta entregarse por nosotros (segunda Lectura). La fe, en san Pablo, no es una teoría, es la experiencia de ser amado por Jesucristo de una manera totalmente personal. Es el impacto del amor de Dios sobre su corazón. Es la conciencia del hecho que Cristo ha enfrentado la muerte no por algo anónimo, sino por amor él. Y así, esta misma fe es amor por Jesucristo. Así debe ser la fe de todos los bautizados. Cualquiera de nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí. El ser humano necesita un amor incondicionado. La fe no es simplemente un conjunto de proposiciones, es una decisión que afecta a toda la existencia; implica un acto de confianza y abandono en Cristo, y nos ayuda a vivir como él vivió (cf. Gálatas 2,20), o sea, en el mayor amor a Dios y a los hermanos. Gálatas 2, 16 Hermanos, sabemos que el hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino por medio de la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo y no por las obras de la ley, ya que por las obras de la Ley ningún hombre será justificado. 19 Porque yo por la Ley he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios. Con Cristo estoy crucificado: 20 vivo, pero ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y la vida que vivo ahora en la carne la vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a si mismo por mí.21 No anulo la gracia de Dios; pues si la justicia viene por medio de la Ley, entonces Cristo murió en vano. Segundo Libro de Samuel 12, 7-10.13; Gálatas 2, 16.19-21; Lucas 7, 36-8,3 Vivo, pero ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. La vida que vivo ahora en la carne la vivo de la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a si mismo por mí. (Gálatas 2, 20) 1. La fe, en san Pablo, no es una teoría, es la experiencia de ser amado por Jesucristo de una manera totalmente personal. Cfr. Benedicto XVI, Homilía el 28 de junio de 2008, durante las primeras vísperas de la solemnidad de los Santos apóstoles Pedro y Pablo, en la Basílica de San Pablo Extramuros, inauguración del Año Paulino. Es el impacto del amor de Dios sobre su corazón. o Es la conciencia del hecho que Cristo ha enfrentado la muerte no por algo anónimo, sino por amor él. Y así, esta misma fe es amor por Jesucristo. En la Carta a los Gálatas, él nos ha donado una profesión de fe muy personal, en la cual abre su corazón frente a los lectores de todos los tiempos y revela cual es el resorte más íntimo de su vida "Vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí". Todo aquello que hace Pablo, parte de este centro. Su fe es la experiencia del ser amado por Jesucristo de manera totalmente personal; es la conciencia del hecho que Cristo ha enfrentado la muerte no por algo anónimo, sino por amor a él- a Pablo- y que, como resucitado, lo ama todavía, que Cristo se ha donado por él. Su fe es el ser alcanzado por el amor de Jesucristo, un amor que lo perturba hasta lo más íntimo y lo transforma. Su fe no es una teoría, una opinión sobre Dios o sobre el mundo. Su fe es el impacto del amor de Dios sobre su corazón. Y así, esta misma fe es amor por Jesucristo. Pablo es presentado como un hombre combativo que sabe manejar la espada de la palabra. Pero lo que lo motivaba en lo más profundo, era el ser amado por Jesucristo y el deseo de transmitir a otros este amor. Pablo era un hombre tocado por un gran amor, y todo su obrar y sufrir se explica a partir de este centro. Los conceptos que son fundamento de su anuncio se comprenden únicamente en base a esto. Por muchos, Pablo es presentado como un hombre combativo que sabe manejar la espada de la palabra. De hecho, sobre su camino de apóstol no faltaron las disputas. No buscó una armonía superficial. En su primera carta, aquella dirigida a los tesalonicenses, el mismo dice: "tuvimos la valentía de predicaros el Evangelio de Dios entre frecuentes luchas....Nunca nos presentamos, bien lo sabéis, con palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia..". La verdad era para él demasiado grande para estar dispuesto a sacrificarla en vista de un éxito exterior. La verdad que había experimentado en el encuentro con el Resucitado merecía para él la lucha, la persecución, el sufrimiento. Pero lo que lo motivaba en lo más profundo, era el ser amado por Jesucristo y el deseo de transmitir a otros este amor. Pablo era un hombre tocado por un gran amor, y 2 todo su obrar y sufrir se explica a partir de este centro. Los conceptos que son fundamento de su anuncio se comprenden únicamente en base a esto. El apóstol Pablo fue un hombre poseído enteramente por el Señor, consciente de que en Cristo se ha revelado realmente la salvación de todos los pueblos, la liberación de la esclavitud del pecado para entrar en la libertad de los hijos de Dios. • Benedicto XVI, Exhortación apostólica Verbum Domini, 91: El Verbo de Dios nos ha comunicado la vida divina que transfigura la faz de la tierra, haciendo nuevas todas las cosas (cf. Apocalipsis 21,5). Su Palabra no sólo nos concierne como destinatarios de la revelación divina, sino también como sus anunciadores. Él, el enviado del Padre para cumplir su voluntad (cf. Juan 5,36-38 6,38-40 7,16-18), nos atrae hacia sí y nos hace partícipes de su vida y misión. El Espíritu del Resucitado capacita así nuestra vida para el anuncio eficaz de la Palabra en todo el mundo. Ésta es la experiencia de la primera comunidad cristiana, que vio cómo iba creciendo la Palabra mediante la predicación y el testimonio (cf. Hechos 6,7). Quisiera referirme aquí, en particular, a la vida del apóstol Pablo, un hombre poseído enteramente por el Señor (cf. Filipenses 3,12) –«vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Gálatas 2,20) – y por su misión: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Corintios 9,16), consciente de que en Cristo se ha revelado realmente la salvación de todos los pueblos, la liberación de la esclavitud del pecado para entrar en la libertad de los hijos de Dios. 2. Así debe ser la fe de todos los bautizados. o a) Cualquiera de nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí • Gaudium et spes, 22: El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajo con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amo con corazón de hombre. Nacido de la Virgen Maria, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado. Cordero inocente, con la entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida. En El Dios nos reconcilió consigo y con nosotros y nos liberó de la esclavitud del diablo y del pecado, por lo que cualquiera de nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gálatas 2,20). o b) La santidad del sacerdote: Dios prefiere manifestar sus maravillas por medio de quienes, hechos más dóciles al impulso y guía del Espíritu Santo, por su íntima unión con Cristo y su santidad de vida, ya pueden decir con el Apóstol: "Ya no vivo yo; es Cristo quien vive en mí". • Presbyterum ordinis, 13: La santidad de los presbíteros contribuye poderosamente al cumplimiento fructuoso del propio ministerio -porque aunque la gracia de Dios puede realizar la obra de la salvación también por medio de ministros indignos-, sin embargo, por ley ordinaria, Dios prefiere manifestar sus maravillas por medio de quienes, hechos más dóciles al impulso y guía del Espíritu Santo, por su íntima unión con Cristo y su santidad de vida, ya pueden decir con el Apóstol: "Ya no vivo yo; es Cristo quien vive en mí" (Gálatas 2,20). o c) Dios prefiere mostrar normalmente sus maravillas por obra de quienes, más dóciles al impulso e inspiración del Espíritu Santo, por su íntima unión con Cristo y la santidad de su vida, pueden decir con el Apóstol: "Pero ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí" (Ga 2,20)" • Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, 25 (25 de marzo de 1992): No hay duda de que el ejercicio del ministerio sacerdotal, especialmente la celebración de los Sacramentos, recibe su eficacia salvífica de la acción misma de Jesucristo, hecha presente en los Sacramentos. Pero por un designio divino, que quiere resaltar la absoluta gratuidad de la salvación, haciendo del hombre un "salvado" a la vez que un "salvador" —siempre y sólo con Jesucristo—, la eficacia del ejercicio del ministerio está condicionada también por la mayor o menor acogida y participación humana. (Cf. Conc. Ecum. Trident. Decretum de iustificatione, cap. 7; Decretum de sacramentis, can. 6, (DS 1529; 1606) En particular, la mayor o menor santidad del ministro influye realmente en el anuncio de la Palabra, en la celebración de los Sacramentos y en la dirección de la comunidad en la caridad. Lo afirma con claridad el Concilio: "La santidad misma de los 3 presbíteros contribuye en gran manera al ejercicio fructuoso del propio ministerio; pues, si es cierto que la gracia de Dios puede llevar a cabo la obra de salvación aun por medio de ministros indignos, sin embargo, Dios prefiere mostrar normalmente sus maravillas por obra de quienes, más dóciles al impulso e inspiración del Espíritu Santo, por su íntima unión con Cristo y la santidad de su vida, pueden decir con el Apóstol: "Pero ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí" (Ga 2,20)". (Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, 12) o d) El ser humano necesita un amor incondicionado • Benedicto XVI, Enc. Spe salvi, 26: No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor. Eso es válido incluso en el ámbito puramente intramundano. Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de « redención » que da un nuevo sentido a su existencia. Pero muy pronto se da cuenta también de que el amor que se le ha dado, por sí solo, no soluciona el problema de su vida. Es un amor frágil. Puede ser destruido por la muerte. El ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: « Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro » (Romanos 8,38-39). Si existe este amor absoluto con su certeza absoluta, entonces –sólo entonces– el hombre es « redimido », suceda lo que suceda en su caso particular. Esto es lo que se ha de entender cuando decimos que Jesucristo nos ha « redimido ». Por medio de Él estamos seguros de Dios, de un Dios que no es una lejana « causa primera » del mundo, porque su Hijo unigénito se ha hecho hombre y cada uno puede decir de Él: « Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí » (Gálatas 2,20). o e) La fe no es simplemente un conjunto de proposiciones, es una decisión que afecta a toda la existencia; implica un acto de confianza y abandono en Cristo, y nos ayuda a vivir como él vivió (cf. Gálatas 2,20), o sea, en el mayor amor a Dios y a los hermanos. • Juan Pablo II, Enc. Veritatis splendor, 89: Urge recuperar y presentar una vez más el verdadero rostro de la fe cristiana, que no es simplemente un conjunto de proposiciones que se han de acoger y ratificar con la mente, sino un conocimiento de Cristo vivido personalmente, una memoria viva de sus mandamientos, una verdad que se ha de hacer vida. Pero, una palabra no es acogida auténticamente si no se traduce en hechos, si no es puesta en práctica. La fe es una decisión que afecta a toda la existencia; es encuentro, diálogo, comunión de amor y de vida del creyente con Jesucristo, camino, verdad y vida (cf. Juan 14,6). Implica un acto de confianza y abandono en Cristo, y nos ayuda a vivir como él vivió (cf. Gálatas 2,20), o sea, en el mayor amor a Dios y a los hermanos. o f) La alegría, fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5, 20), la fuerza y el sostén de nuestras vidas, deben partir de Jesús que nos amó y se entregó por nosotros. • Juan Pablo II, Discurso a estudiantes, 1-III-1980: “Sólo de Él, cada uno de nosotros puede decir con plena verdad, junto con San Pablo: Me amó y se entregó por mí (Gálatas 2,20). De ahí debe partir vuestra alegría más profunda, de ahí ha de venir también vuestra fuerza y vuestro sostén. Si vosotros, por desgracia, debéis encontrar amarguras, padecer sufrimientos, experimentar incomprensiones y hasta caer en pecado, que rápidamente vuestro pensamiento se dirija hacia Aquel que os ama siempre y que con su amor ilimitado, como de Dios, hace superar toda prueba, llena todos vuestros vacíos, perdona todos nuestros pecados y empuja con entusiasmo hacia un camino nuevamente seguro y alegre”. 3. La alegría y el júbilo en María (Magnificat) provienen de que se siente amada por el Creador. Cfr. Raniero Cantalamessa, El misterio de la Navidad, la Visitación, Edicep, Valencia septiembre 1996, capítulo II, pp. 5-32. • De este reconocimiento de Dios, de sí misma y de la verdad se libera la alegría y el júbilo: Mi espíritu se alegra... Alegría incontenible de la verdad, alegría por el obrar divino, alegría de la alabanza pura y gratuita. Aquello que san Agustín dice de sí mismo y de todo creyente, vale de manera eminente para la Madre de Dios que canta el Magnificat: «Alabo a Dios y en la alabanza me alegro, gozo de ella. Sea gratuito el hecho de amar y alabar. ¿Y qué significa gratuito? Significa amar y alabar por sí mismo, no por cualquier otra cosa»1 . María glorifica a Dios en sí mismo, aunque lo glorifique por aquello que ha obrado en ella, es 1 SAN AGUSTÍN, Enarr. Ps. 53, 10; CCL, 38,653s. 4 decir, a partir de la propia experiencia, como hacen todos los grandes orantes de la Biblia. El júbilo de María es el júbilo escatológico por el obrar definitivo de Dios y es el júbilo de la criatura que se siente amada por el Creador, al servicio del Santo, del amor, de la belleza, de la eternidad. Es la plenitud de la alegría. Si una simple visita de la gracia divina es capaz de hacer exclamar a quien la recibe - como le sucede a B. Pascal, en su memorable noche de fuego -: «Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob... Sentimiento, alegría, paz. Alegría, alegría, lágrimas de alegría», ¿cómo podemos imaginar que sucedería con la venida de Dios en persona en el seno de la Virgen Madre? San Buenaventura, que tenía experiencia directa de los efectos transformadores de la visita de Dios al alma, habla de la venida del Espíritu Santo en María, en el momento de la Anunciación, como de un fuego que la inflama por completo: «Descendió en ella - escribe - el Espíritu Santo como un fuego divino que inflamó su mente y santificó su carne, confiriéndole una pureza perfectísima... ¡Ojalá fueras tú capaz de sentir, en alguna medida, cuál y qué grande fue aquel incendio bajado del cielo, cuál el refrigerio causado ... ! ¡Si pudieras oír el canto jubiloso de la Virgen ... !»2 . Incluso la exégesis científica más rigurosa y exigente se da cuenta de que aquí nos encontramos ante palabras que no se pueden comprender por los medios normales de análisis filológico y, con este convencimiento, confiesa: «Quien lee estas líneas, está llamado a compartir el júbilo; sólo la comunidad concelebrante de los creyentes en Cristo y de sus fieles está a la altura de estos textos»3 . Es un hablar «en el Espíritu» que no se puede comprender sino en el Espíritu. Es como si se tratara de un sonido que se transmite a través de las ondas de la atmósfera y que no puede ser oído por quien está sumergido en el agua, donde rigen otras leyes físicas de transmisión de los sonidos. (...) 4. Creer es, sobre todo, vivir en comunión con Cristo cfr. Gianfranco Ravasi, Avvenire, 5 abril 2007 La fe no es saber/que el otro existe/ es vivir dentro de él/ calor en sus venas/ sueño en sus pensamientos. /Aquí vagar durmiendo/en él despertarse. (Lalla Romano) (…) Ciertamente, creer es también un poco saber, pero es, sobre todo, comunión de vida con el Otro, es vivir dentro de él, pulsando en su corazón, recorriendo su pensamiento, abandonándose a Él en el sueño, conscientes - como dice la mujer del Cantar de los Cantares – de que “yo duermo, pero mi corazón vigila./ La voz de mi amado llama a la puerta/ (5,2). Sí, la fe es hermana del amor y es precisamente con el lenguaje amoroso con el que los místicos han descrito los secretos del creer en Dios. Por tanto superemos una religiosidad hecha solamente de saber y de deber, aunque sea necesario como primera etapa, y introduzcámonos en el camino de la intimidad y de la comunión, “viviendo dentro de Él”, haciendo que Él viva en nosotros, como confesó san Pablo: “Cristo vive en mí” (Gálatas 2,20). 5. El cristiano debe vivir según la vida de Cristo Cfr. San Josemaría, Es Cristo que pasa, 103. • La vida de Cristo es vida nuestra, según lo que prometiera a sus Apóstoles, el día de la Ultima Cena: Cualquiera que me ama, observará mis mandamientos, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos mansión dentro de él (Juan 14,23). El cristiano debe —por tanto— vivir según la vida de Cristo, haciendo suyos los sentimientos de Cristo, de manera que pueda exclamar con San Pablo, non vivo ego, vivit vero in me Christus (Gálatas 2,20), no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí. o Cada cristiano es no ya alter Christus, sino ipse Christus, ¡el mismo Cristo! Cfr. San Josemaría, Es Cristo que pasa, 104. • En la vida espiritual no hay una nueva época a la que llegar. Ya está todo dado en Cristo, que murió, y resucitó, y vive y permanece siempre. Pero hay que unirse a El por la fe, dejando que su vida se manifieste en nosotros, de manera que pueda decirse que cada cristiano es no ya alter Christus, sino ipse Christus, ¡el mismo Cristo! www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana 2 SAN BUENAVENTURA, Lignum vitae, I, 3; trad. esp. Obras Completas, BAC, Madrid 1949. 3 H. SCHÜRMANN, 0.c.

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