lunes, 26 de junio de 2017

Domingo 21 del Tiempo Ordinario, Año A (2014). La identidad de Jesucristo "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" (Mateo 16,15). Nos sentimos interpelados por la misma pregunta que hace más de dos mil años el Maestro dirigió a Pedro y a los discípulos que estaban con El. La pregunta de Jesús requiere una respuesta madurada en el tiempo de reflexión y de oración. No podemos contentarnos de una simpatía simplemente humana por legítima y preciosa que sea, ni es suficiente considerarlo sólo como un personaje digno de interés histórico, teológico, espiritual, social o como fuente de inspiración artística. El conocimiento de Jesús en la fe supone el seguimiento de Jesús. Fe y seguimiento de Cristo están estrechamente relacionados. Los discípulos de Jesús no tendrán que ser heraldos de una idea, sino testigos de una persona. La respuesta no se encuentra en los libros como una fórmula, sino en la experiencia de quien sigue de verdad a Jesús. Para conocer a Jesús, no es necesario un estudio de nociones, sino ser discípulos. Caminar con Jesús. Seguir a Jesús, con nuestras virtudes y pecados.





1 Domingo 21 del Tiempo Ordinario, Año A (2014). La identidad de Jesucristo "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" (Mateo 16,15). Nos sentimos interpelados por la misma pregunta que hace más de dos mil años el Maestro dirigió a Pedro y a los discípulos que estaban con El. La pregunta de Jesús requiere una respuesta madurada en el tiempo de reflexión y de oración. No podemos contentarnos de una simpatía simplemente humana por legítima y preciosa que sea, ni es suficiente considerarlo sólo como un personaje digno de interés histórico, teológico, espiritual, social o como fuente de inspiración artística. El conocimiento de Jesús en la fe supone el seguimiento de Jesús. Fe y seguimiento de Cristo están estrechamente relacionados. Los discípulos de Jesús no tendrán que ser heraldos de una idea, sino testigos de una persona. La respuesta no se encuentra en los libros como una fórmula, sino en la experiencia de quien sigue de verdad a Jesús. Para conocer a Jesús, no es necesario un estudio de nociones, sino ser discípulos. Caminar con Jesús. Seguir a Jesús, con nuestras virtudes y pecados. Cfr. Domingo 21 del tiempo ordinario, Año A 2014 Mateo 16, 13-20 Mateo 16, 13-20: 13 Cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? 14 Ellos respondieron: Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o alguno de los profetas. 15 El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? 16 Respondiendo Simón Pedro dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. 17 Jesús le respondió: Bienaventurado eres, Simón hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos.18 Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. 19 Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que atares sobre la tierra quedará atado en los Cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra, quedará desatado en los Cielos.20 Entonces ordenó a los discípulos que no dijeran a nadie que él era el Cristo. ¿Vosotros quién decís que soy yo? Una pregunta que hace Jesús a cada uno de nosotros. No basta con responder con lo que se dice a nuestro alrededor. 1. Cada uno de nosotros debe sentirse interpelado por la misma pregunta de Jesús. "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" (Mt 16,15). Nos sentimos interpelados por la misma pregunta que hace casi dos mil años el Maestro dirigió a Pedro y a los discípulos que estaban con El. Cfr. Juan Pablo II, Audiencia General del 7 de enero de 1987 Al iniciar el ciclo de catequesis sobre Jesucristo, catequesis de fundamental importancia para la fe y la vida cristiana, nos sentimos interpelados por la misma pregunta que hace casi dos mil años el Maestro dirigió a Pedro y a los discípulos que estaban con El. En ese momento decisivo de su vida, como narra en su Evangelio Mateo, que fue testigo de ello, "viniendo Jesús a la región de Cesárea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos contestaron: unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías u otro de los Profetas. Y El les dijo: y vosotros, ¿quién decís que soy?" (Mt 16,13-15). Conocemos la respuesta escueta e impetuosa de Pedro: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16). Para que nosotros podamos darla, no sólo en términos abstractos, sino como una expresión vital, fruto del don del Padre (Mt 16,17), cada uno debe dejarse tocar personalmente por la pregunta: "Y tú, ¿quién dices que soy? Tú, que oyes hablar de Mí, responde: ¿Qué soy yo de verdad para ti? A Pedro la iluminación divina y la respuesta de la fe le llegaron después de un largo período de estar cerca de Jesús, de escuchar su palabra y de observar su vida y su ministerio (cf. Mt 16,21-24). o También nosotros, para llegar a una confesión más consciente de Jesucristo, hemos de recorrer como Pedro un camino de escucha atenta, diligente. Hemos de ir a la escuela de los primeros discípulos, que son sus testigos y nuestros maestros, y al mismo tiempo hemos de recibir la 2 experiencia y el testimonio nada menos que de veinte siglos de historia surcados por la pregunta del Maestro y enriquecidos por el inmenso coro de las respuestas de fieles de todos los tiempos y lugares. También nosotros, para llegar a una confesión más consciente de Jesucristo, hemos de recorrer como Pedro un camino de escucha atenta, diligente. Hemos de ir a la escuela de los primeros discípulos, que son sus testigos y nuestros maestros, y al mismo tiempo hemos de recibir la experiencia y el testimonio nada menos que de veinte siglos de historia surcados por la pregunta del Maestro y enriquecidos por el inmenso coro de las respuestas de fieles de todos los tiempos y lugares. Hoy, mientras el Espíritu, "Señor y dador de vida", nos conduce al umbral del tercer milenio cristiano, estamos llamados a dar con renovada alegría la respuesta que Dios nos inspira y espera de nosotros, casi como para que se realice un nuevo nacimiento de Jesucristo en nuestra historia. La pregunta de Jesús quiere una respuesta madurada en el tiempo de reflexión y de oración. No podemos contentarnos de una simpatía simplemente humana por legítima y preciosa que sea, ni es suficiente considerarlo sólo como un personaje digno de interés histórico, teológico, espiritual, social o como fuente de inspiración artística. La pregunta de Jesús sobre su identidad muestra la finura pedagógica de quien no se fía de respuestas apresuradas, sino que quiere una respuesta madurada a través de un tiempo, a veces largo, de reflexión y de oración, en la escucha atenta e intensa de la verdad de la fe cristiana profesada y predicada por la Iglesia. Reconocemos, pues, que ante Jesús no podemos contentarnos de una simpatía simplemente humana por legítima y preciosa que sea, ni es suficiente considerarlo sólo como un personaje digno de interés histórico, teológico, espiritual, social o como fuente de inspiración artística. En torno a Cristo vemos muchas veces pulular, incluso entre los cristianos, las sombras de la ignorancia, o las aún más penosas de los malentendidos, y a veces también de la infidelidad. Siempre está presente el riesgo de recurrir al "Evangelio de Jesús" sin conocer verdaderamente su grandeza y su radicalidad y sin vivir lo que se afirma con palabras. Cuántos hay que reducen el Evangelio a su medida y se hacen un Jesús más cómodo, negando su divinidad trascendente, o diluyendo su real, histórica humanidad, e incluso manipulando la integridad de su mensaje especialmente si no se tiene en cuenta ni el sacrificio de la cruz, que domina su vida y su doctrina, ni la Iglesia que Él instituyó como su "sacramento" en la historia. Estas sombras también nos estimulan a la búsqueda de la verdad plena sobre Jesús, sacando partido de las muchas luces que, como hizo una vez a Pedro, el Padre ha encendido, en torno a Jesús a lo largo de los siglos, en el corazón de tantos hombres con la fuerza del Espíritu Santo: las luces de los testigos fieles hasta el martirio; las luces de tantos estudiosos apasionados, empeñados en escrutar el misterio de Jesús con el instrumento de la inteligencia apoyada en la fe; las luces que especialmente del Magisterio de la Iglesia, guiado por el carisma del Espíritu Santo, ha encendido con las definiciones dogmáticas sobre Jesucristo. (…) "El objeto esencial y primordial de la catequesis es (...) el "misterio de Cristo". Catequizar es, en cierto modo llevar a uno a escrutar ese misterio en toda su dimensión...; descubrir en la Persona de Cristo el designio eterno de Dios, que se realiza en Él... Quizá recordaréis que al principio de mi pontificado lancé una invitación a los hombres de hoy para "abrir de par en par las puertas a Cristo" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 29 octubre, 1978. pág. 4). Después, en la Exhortación Catechesi tradendae, dedicada a la catequesis, haciéndome portavoz del pensamiento de los obispos reunidos en el IV Sínodo, afirmé que "el objeto esencial y primordial de la catequesis es (...) el "misterio de Cristo". Catequizar es, en cierto modo llevar a uno a escrutar ese misterio en toda su dimensión...; descubrir en la Persona de Cristo el designio eterno de Dios, que se realiza en Él... Sólo El puede conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad" (Catechesi tradendae, 5 - L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 11 de noviembre, 1979. pág. 4). 2. Modos de ver a Jesús Hay dos modos de “ver” y de “conocer” a Jesús: uno superficial y el otro penetrante y auténtico. Cfr. Benedicto XVI, Homilía, 29 de junio de 2007 3 Hay dos modos de "ver" y de "conocer" a Jesús: uno, el de la multitud, más superficial; el otro, el de los discípulos, más penetrante y auténtico. Con la doble pregunta: "¿Qué dice la gente?", "¿qué decís vosotros de mí?, Jesús invita a los discípulos a tomar conciencia de esta perspectiva diversa. La gente piensa que Jesús es un profeta. Esto no es falso, pero no basta; es inadecuado. En efecto, hay que ir hasta el fondo; es preciso reconocer la singularidad de la persona de Jesús de Nazaret, su novedad. o Cuando nos acercamos a Jesús, por así decirlo, desde fuera. También hoy sucede lo mismo: muchos se acercan a Jesús, por decirlo así, desde fuera. Grandes estudiosos reconocen su talla espiritual y moral y su influjo en la historia de la humanidad, comparándolo a Buda, Confucio, Sócrates y a otros sabios y grandes personajes de la historia. Pero no llegan a reconocerlo en su unicidad. Viene a la memoria lo que Jesús dijo a Felipe durante la última Cena: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? (Jn 14,9). A menudo Jesús es considerado también como uno de los grandes fundadores de religiones, de los que cada uno puede tomar algo para formarse una convicción propia. Por tanto, como entonces, también hoy la "gente" tiene opiniones diversas sobre Jesús. Y como entonces, también a nosotros, discípulos de hoy, Jesús nos repite su pregunta: "Y vosotros ¿quién decís que soy yo?". o Queremos hacer nuestra la respuesta de san Pedro. Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios. Queremos hacer nuestra la respuesta de san Pedro. Según el evangelio de san Marcos, dijo: "Tú eres el Cristo" (Marcos 8,29); en san Lucas, la afirmación es: "El Cristo de Dios" (Lucas 9,20); en san Mateo: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mateo 16,16); por último, en san Juan: "Tú eres el Santo de Dios" (Juan 6,69). Todas esas respuestas son exactas y valen también para nosotros. (…) Los títulos que le atribuye san Pedro —tú eres "el Cristo", "el Cristo de Dios", "el Hijo de Dios vivo"— sólo se comprenden auténticamente a la luz del misterio de su muerte y resurrección. En los evangelios sinópticos, a la confesión de san Pedro sigue siempre el anuncio por parte de Jesús de su próxima pasión. Un anuncio ante el cual Pedro reacciona, porque aún no logra comprender. Sin embargo, se trata de un elemento fundamental; por eso Jesús insiste con fuerza. En efecto, los títulos que le atribuye san Pedro —tú eres "el Cristo", "el Cristo de Dios", "el Hijo de Dios vivo"— sólo se comprenden auténticamente a la luz del misterio de su muerte y resurrección. Y es verdad también lo contrario: el acontecimiento de la cruz sólo revela su sentido pleno si "este hombre", que sufrió y murió en la cruz, "era verdaderamente Hijo de Dios", por usar las palabras pronunciadas por el centurión ante el Crucificado (cf. Mc 15,39). El modo escandaloso para los discípulos de todos los tiempos de ser el Mesías y el Hijo de Dios: también para el creyente la cruz es siempre difícil de aceptar. Estos textos dicen claramente que la integridad de la fe cristiana se da en la confesión de san Pedro, iluminada por la enseñanza de Jesús sobre su "camino" hacia la gloria, es decir, sobre su modo absolutamente singular de ser el Mesías y el Hijo de Dios. Un "camino" estrecho, un "modo" escandaloso para los discípulos de todos los tiempos, que inevitablemente se inclinan a pensar según los hombres y no según Dios (cf. Mt 16,23). También hoy, como en tiempos de Jesús, no basta poseer la correcta confesión de fe: es necesario aprender siempre de nuevo del Señor el modo propio como él es el Salvador y el camino por el que debemos seguirlo. En efecto, debemos reconocer que, también para el creyente, la cruz es siempre difícil de aceptar. El instinto impulsa a evitarla, y el tentador induce a pensar que es más sabio tratar de salvarse a sí mismos, más bien que perder la propia vida por fidelidad al amor, por fidelidad al Hijo de Dios que se hizo hombre. (…) Dos modos distintos de conocer a Cristo. El conocimiento externo y el conocimiento en la fe. Cfr. Benedicto XVI, Homilía en la Celebración Eucarística, Domingo 21 de agosto de 2011, en la Jornada Mundial de la Juventud 4 o Dos modos distintos de conocer a Cristo. a) El conocimiento externo En el evangelio que hemos escuchado (cf. Mt 16, 13-20), vemos representados como dos modos distintos de conocer a Cristo. El primero consistiría en un conocimiento externo, caracterizado por la opinión corriente. A la pregunta de Jesús: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?», los discípulos responden: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Es decir, se considera a Cristo como un personaje religioso más de los ya conocidos. b) El conocimiento en la fe. Supone el seguimiento de Jesús. Fe y seguimiento de Cristo están estrechamente relacionados. Después, dirigiéndose personalmente a los discípulos, Jesús les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde con lo que es la primera confesión de fe: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». La fe va más allá de los simples datos empíricos o históricos, y es capaz de captar el misterio de la persona de Cristo en su profundidad. La fe es un don de Dios que no proporciona solo información sobre la identidad de Cristo, sino que supone una relación personal con Él, la adhesión a su persona, el seguimiento. Se consolida y crece a medida que se intensifica y fortalece la relación con Jesús. Pero la fe no es fruto del esfuerzo humano, de su razón, sino que es un don de Dios: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos». Tiene su origen en la iniciativa de Dios, que nos desvela su intimidad y nos invita a participar de su misma vida divina. La fe no proporciona solo alguna información sobre la identidad de Cristo, sino que supone una relación personal con Él, la adhesión de toda la persona, con su inteligencia, voluntad y sentimientos, a la manifestación que Dios hace de sí mismo. Así, la pregunta de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», en el fondo está impulsando a los discípulos a tomar una decisión personal en relación a Él. Fe y seguimiento de Cristo están estrechamente relacionados. Y, puesto que supone seguir al Maestro, la fe tiene que consolidarse y crecer, hacerse más profunda y madura, a medida que se intensifica y fortalece la relación con Jesús, la intimidad con Él. También Pedro y los demás apóstoles tuvieron que avanzar por este camino, hasta que el encuentro con el Señor resucitado les abrió los ojos a una fe plena. o También hoy Cristo se dirige a vosotros con la misma pregunta que hizo a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Queridos jóvenes, también hoy Cristo se dirige a vosotros con la misma pregunta que hizo a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Respondedle con generosidad y valentía, como corresponde a un corazón joven como el vuestro. Decidle: Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera en tus manos. Quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me abandone. 3. Los discípulos de Cristo son testigos de una persona. El seguimiento de Cristo. Los discípulos de Jesús no tendrán que ser heraldos de una idea, sino testigos de una persona. Cfr. Benedicto XVI, Catequesis, 22 de marzo de 2006 o Ven donde vive y comienzan a conocerle. Su aventura comienza como un encuentro de personas que se abren recíprocamente. Este aspecto es subrayado por el evangelista Juan desde el primer encuentro de Jesús con los futuros apóstoles. Aquí el escenario es diferente. El encuentro tiene lugar a orillas del Jordán. La presencia de los futuros discípulos, que como Jesús vinieron de Galilea para vivir la experiencia del bautismo administrado por Juan, ilumina su mundo espiritual. Eran hombres en espera del Reino de Dios, deseosos de conocer al Mesías, cuya venida era anunciada como algo inminente. Les es suficiente que Juan Bautista señale a Jesús como el Cordero de Dios (Cf. Juan 1,36) para que surja en ellos el deseo de un encuentro personal con el Maestro. El diálogo de Jesús con sus primeros dos futuros apóstoles es muy expresivo. A la pregunta: «¿Qué buscáis?», responden con otra pregunta: «Rabbí --que quiere decir, "Maestro"- ¿dónde vives?». La respuesta 5 de Jesús es una invitación: «Venid y lo veréis» (Cf. Juan 1, 38-39). Venid para poder ver. La aventura de los apóstoles comienza así, como un encuentro de personas que se abren recíprocamente. Para los discípulos comienza un conocimiento directo del Maestro. Ven donde vive y comienzan a conocerle. No tendrán que ser heraldos de una idea, sino testigos de una persona. Antes de ser enviados a evangelizar, tendrán que «estar» con Jesús (Cf. Marcos 3, 14), estableciendo con él una relación personal. Con este fundamento, la evangelización no es más que un anuncio de lo que se ha experimentado y una invitación a entrar en el misterio de la comunión con Cristo (Cf. 1 Juan 13). La pregunta de Jesús a sus discípulos alcanza, después de dos mil años, a cada uno de nosotros y pide una respuesta. Cfr. Papa Francisco, Homilía en la Capilla de la Domus Sanctae Marthae, 20 de febrero de 2014. Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 9, viernes 28 de febrero de 2014 o La respuesta no se encuentra en los libros como una fórmula, sino en la experiencia de quien sigue de verdad a Jesús. «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». La pregunta de Jesús a sus discípulos alcanza, después de dos mil años, a cada uno de nosotros y pide una respuesta. Una respuesta que no se encuentra en los libros como una fórmula, sino en la experiencia de quien sigue de verdad a Jesús, con la ayuda de un «gran trabajador», el Espíritu Santo. Es éste el perfil del discípulo trazado por el Papa Francisco en la misa del jueves 20 de febrero en la Casa Santa Marta. (…) Diferente es la reacción de Pedro «cuando Jesús comenzó a explicar lo que tenía que suceder: el Hijo del hombre tenía que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». Sin embargo, el diálogo con Jesús no termina así. En efecto, «el Señor —dijo el Papa— comenzó a explicar lo que tenía que suceder». Pero «Pedro no estaba de acuerdo» con lo que había oído: «no le gustaba ese camino» proyectado por Jesús. También hoy, prosiguió el obispo de Roma, «escuchamos muchas veces dentro de nosotros» la misma pregunta dirigida por Jesús a los apóstoles. Jesús «se dirige a nosotros y nos pregunta: para ti, ¿quién soy yo? ¿Quién es Jesucristo para cada uno de nosotros, para mí? ¿Quién es Jesucristo?». Y, destacó el Pontífice, también «nosotros seguramente daremos la misma respuesta de Pedro, la que hemos aprendido en el catecismo: ¡Tú eres el Hijo de Dios vivo, Tú eres el Redentor, Tú eres el Señor!». Diferente es la reacción de Pedro «cuando Jesús comenzó a explicar lo que tenía que suceder: el Hijo del hombre tenía que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». A Pedro, afirmó el Papa, «ciertamente no le gustaba este discurso». Él razonaba así: «¡Tú eres el Cristo! ¡Tú vences y vamos adelante!». Por esta razón «no comprendía este camino» de sufrimiento indicado por Jesús. Así que, como relata el Evangelio, «se lo llevó aparte» y «se puso a increparlo». Estaba «tan contento de haber dado aquella respuesta —“Tú eres el Mesías”— que se sintió con la fuerza para reprender a Jesús». El Papa Francisco releyó palabra por palabra la respuesta de Jesús a Pedro: «Pero Él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro: “Aléjate de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios”». o Para responder nosotros a la pregunta de Jesús no es suficiente haber estudiado el catecismo. Debemos seguir el camino de Pedro. Por lo tanto, para «responder a esa pregunta que todos nosotros percibimos en el corazón —quién es Jesús para nosotros— no es suficiente lo que hemos aprendido, estudiado en el catecismo». Es ciertamente «importante estudiarlo y conocerlo, pero no es suficiente», insistió el Santo Padre. Porque para conocerlo de verdad «es necesario hacer el camino que hizo Pedro». En efecto, «después de esta humillación, Pedro siguió adelante con Jesús, contempló los milagros que hacía Jesús, vio sus poderes...». Sin embargo, «a un cierto punto Pedro negó a Jesús, traicionó a Jesús». Precisamente en ese momento «aprendió esa difícil ciencia —más que ciencia, sabiduría— de las lágrimas, del llanto». Pedro «pidió perdón» al Señor. 6 E incluso, «en la incertidumbre de aquel domingo de Pascua, Pedro no sabía qué pensar» de lo dicho por las mujeres acerca del sepulcro vacío. Y así también él «fue al sepulcro». En el Evangelio, recordó el Papa, no se recoge «explícitamente el momento, pero se dice que el Señor encontró a Pedro», se dice que Pedro «encontró al Señor vivo, solo, cara a cara». Y así «esa mañana, en la playa del Tiberíades, Pedro fue interrogado otra vez. Tres veces. Y él sintió vergüenza, recordó aquella tarde del jueves santo: las tres veces que había negado a Jesús». Recordó «el llanto». Según el Papa, «en la playa del Tiberíades, Pedro lloró no amargamente como el jueves, pero lloró». Para conocer a Jesús, no es necesario un estudio de nociones, sino ser discípulos. Caminar con Jesús. Seguir a Jesús, con nuestras virtudes y pecados. Por lo tanto, «la pregunta a Pedro —¿Quién soy yo para vosotros, para ti?— se comprende sólo a lo largo del camino, después de un largo camino. Una senda de gracia y de pecado». Es «el camino del discípulo». En efecto, «Jesús no dijo a Pedro y a sus apóstoles: ¡conóceme! Dijo: ¡sígueme!». Y precisamente «este seguir a Jesús nos hace conocer a Jesús. Seguir a Jesús con nuestras virtudes» y «también con nuestros pecados. Pero seguir siempre a Jesús». Para conocer a Jesús, reafirmó el Santo Padre, «no es necesario un estudio de nociones sino una vida de discípulo». De este modo, «caminando con Jesús aprendemos quién es Él, aprendemos esa ciencia de Jesús. Conocemos a Jesús como discípulos». Lo conocemos en el «encuentro cotidiano con el Señor, todos los días. Con nuestras victorias y nuestras debilidades». Además, «conocer a Jesús es un don del Padre: es Él quien nos hace conocer a Jesús». En realidad, puntualizó, esto «es un trabajo del Espíritu Santo». Se trata de «un camino que no podemos hacer solos», precisó el Papa. Por lo tanto, se conoce a Jesús «como discípulos por el camino de la vida, siguiéndole a Él». Pero esto «no es suficiente», advirtió el Papa, porque «conocer a Jesús es un don del Padre: es Él quien nos hace conocer a Jesús». En realidad, puntualizó, esto «es un trabajo del Espíritu Santo, que es un gran trabajador: no es un sindicalista, es un gran trabajador. Y trabaja siempre en nosotros; y realiza esta gran labor de explicar el misterio de Jesús y darnos este sentido de Cristo». www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana 

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