martes, 6 de junio de 2017

Domingo 21 del tiempo ordinario, Ciclo B (2012). Libertad y fe. «¿También vosotros queréis marcharos?». La pregunta que el Señor hace (en el evangelio de hoy) es una invitación a descubrir que sólo El tiene “palabras de vida eterna”. Es necesaria la animación del Espíritu Santo para aceptar las palabras de Jesús. Nuestra libre disponibilidad para dejarnos interrogar por el Señor. La fe es un acto auténticamente humano que no es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre. El servicio al Señor (cfr. Primera Lectura) en el lenguaje bíblico no tiene una acepción “servil”, como en algunos idiomas modernos, sino que indica la gozosa adhesión al proyecto divino.



1 Domingo 21 del tiempo ordinario, Ciclo B (2012). Libertad y fe. «¿También vosotros queréis marcharos?». La pregunta que el Señor hace (en el evangelio de hoy) es una invitación a descubrir que sólo El tiene “palabras de vida eterna”. Es necesaria la animación del Espíritu Santo para aceptar las palabras de Jesús. Nuestra libre disponibilidad para dejarnos interrogar por el Señor. La fe es un acto auténticamente humano que no es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre. El servicio al Señor (cfr. Primera Lectura) en el lenguaje bíblico no tiene una acepción “servil”, como en algunos idiomas modernos, sino que indica la gozosa adhesión al proyecto divino. Cfr. Domingo 21 tiempo ordinario Año B, 26 agosto 2012. Josué 24, 1-2.15-17.18; Efesios 5, 21-32; Juan 6, 60-69 Josué 24, 1 Josué reunió a todas las tribus de Israel en Siquem, llamó a los ancianos de Israel, a sus jefes, jueces y escribas que se situaron en presencia de Dios.2 Josué dijo a todo el pueblo: «Esto dice Yahveh el Dios de Israel: Al otro lado del Río habitaban antaño vuestros padres, Téraj, padre de Abraham y de Najor, y servían a otros dioses.15 Pero, si no os parece bien servir a Yahveh, elegid hoy a quién habéis de servir, o a los dioses a quienes servían vuestros padres más allá del Río, o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis ahora. Yo y mi familia serviremos a Yahveh.» 16 El pueblo respondió: «Lejos de nosotros abandonar a Yahveh para servir a otros dioses.17 Porque Yahveh nuestro Dios es el que nos hizo subir, a nosotros y a nuestros padres, de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre, y el que delante de nuestros ojos obró tan grandes señales y nos guardó por todo el camino que recorrimos y en todos los pueblos por los que pasamos.18 Además Yahveh expulsó delante de nosotros a todos esos pueblos y a los amorreos que habitaban en el país. También nosotros serviremos a Yahveh, porque él es nuestro Dios.» Juan 6 60 Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: « Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo? » 61 Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: « ¿Esto os escandaliza? 62 ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? 63 « El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida.64 « Pero hay entre vosotros algunos que no creen. » Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. 65 Y decía: « Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre. » 66 Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él.67 Jesús dijo entonces a los Doce: « ¿También vosotros queréis marcharos? » 68 Le respondió Simón Pedro: « Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, 69 y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.» 1. Israel elige a Dios y abandona a los demás dioses (primera Lectura). • Se trata del último capítulo del libro de Josué, de la conclusión de la narración de la epopeya de la conquista de Canán. Josué pide al pueblo la fidelidad a Dios y el final de la idolatría. La preocupación por evitar la idolatría será algo constante en los que guían a Israel porque la experiencia les había ya enseñado que era la verdadera amenaza contra la identidad del pueblo. A menos que Israel recuerde siempre que es el pueblo de la Alianza con Dios, el pueblo elegido, existe el peligro que sucumba ante la fascinación de otros pueblos con los que entra en contacto, por la fuerza y la riqueza de estos. Israel puede constatar que la fidelidad a Yahvé no tiene consecuencias económicas o políticas que se pueda medir inmediatamente. Otros pueblos que están al servicio de los ídolos, son más fuertes, más ricos y más potentes que Israel 1 . Josué les dice que son libres de servir a dioses de otros pueblos (elegid hoy “a quién habéis de servir”, v. 15), afirmando que él y su familia servirán a Yahveh. o La idolatría en el Catecismo de la Iglesia Católica • 2112 El primer mandamiento condena el politeísmo. Exige al hombre no creer en otros dioses que el 1 Cfr. Temi di Predicazione Omelie, Edirice Domenicana Italiana 4/2012, Domenica 21 del Tempo Ordinario. 2 Dios verdadero. Y no venerar otras divinidades que al único Dios. La Escritura recuerda constantemente este rechazo de los «ídolos, oro y plata, obra de las manos de los hombres», que «tienen boca y no hablan, ojos y no ven...» Estos ídolos vanos hacen vano al que les da culto: «Como ellos serán los que los hacen, cuantos en ellos ponen su confianza» (Sal 115, 4-5.8) (39). Dios, por el contrario, es el «Dios vivo» (Jos 3, 10; Sal 42, 3, etc.), que da vida e interviene en la historia. La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. • 2113: La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de demonios (por ejemplo, el satanismo), de poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero, etc. «No podéis servir a Dios y al dinero», dice Jesús (Mt 6, 24). Numerosos mártires han muerto por no adorar a «la Bestia» (Cf Ap 13-14), negándose incluso a simular su culto. La idolatría rechaza el único Señorío de Dios; es, por tanto, incompatible con la comunión divina (Cf Ga 5, 20; Ef 5, 5). o 1ª Lectura. Israel es el pueblo de la alianza que, en Siquem, eligió a Dios y abandonó a todos los demás dioses. • Juan Pablo II, 21-4-1999: En la sagrada Escritura el tema del único Dios, frente a la universalidad de los pueblos que buscan la salvación, se va desarrollando progresivamente hasta alcanzar su culmen de la plena revelación en Cristo. El Dios de Israel, expresado con el tetragrama sagrado, es el Dios de los patriarcas, el Dios que se apareció a Moisés en la zarza ardiente (Exodo 3) para liberar a Israel y convertirlo en el pueblo de la alianza. En el libro de Josué se relata la opción por el Señor que se realizó en Siquem, donde la gran asamblea del pueblo eligió a Dios, que se había mostrado benévolo y próvido con él, y abandonó a todos los demás dioses (Josué 24). o La elección de Dios lleva consigo servir al Señor. Pero el servicio en el lenguaje bíblico no tiene una acepción “servil”, como en algunos idiomas modernos, sino que indica la gozosa adhesión al proyecto divino. • Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scrittura, Anno B, Piemme 1996 pp. 261-262: Nótese que esa elección lleva consigo, según la expresión del libro de Josué que se ha leído, «servir» al Señor. Pero en el lenguaje bíblico no tiene una acepción “servil” (como en algunos idiomas modernos), sino que indica la libre y gozosa adhesión al proyecto divino; de hecho “siervo” es el título de los máximos personajes bíblicos, de Abraham a Moisés, de Josué a David, de los profetas a la figura mesiánica del “Siervo del Señor” cantado por Isaías (capítulos 42; 49; 50; 53). Y en el Nuevo Testamento María se declara «sierva del Señor» (Lucas 1,38), y «siervo» es llamado incluso el Señor (Hechos 3,13; 4,27). Servir al Señor significa seguir su camino, aceptando su propuesta de vida, significa reconocer su grandeza y su gloria, significa amarlo con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas (Deuteronomio 6,5), significa creer en él. o El Catecismo de la Iglesia Católica explica que los discípulos de Cristo realizamos nuestra «dignidad regia» viviendo conforme a la vocación de servir con Cristo. Para el cristiano «servir es reinar» y de este modo participamos en la función regia de Cristo. • CEC n. 786: El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo. Cristo ejerce su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección (Cf Juan 12, 32). Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo «venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28). Para el cristiano, «servir es reinar» (Lumen gentium, 36.) particularmente «en los pobres y en los que sufren» donde descubre «la imagen de su Fundador pobre y sufriente» (Lumen gentium, 8). El pueblo de Dios realiza su «dignidad regia» viviendo conforme a esta vocación de servir con Cristo. La señal de la cruz hace reyes a todos los regenerados en Cristo, y la unción del Espíritu Santo los consagra sacerdotes; y así, además de este especial servicio de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y perfectos deben saber que son partícipes del linaje regio y del oficio sacerdotal. ¿Qué hay más regio que un espíritu que, sometido a Dios, rige su propio cuerpo? ¿Y qué 3 hay más sacerdotal que ofrecer a Dios una conciencia pura y las inmaculadas víctimas de nuestra piedad en el altar del corazón (S. León Magno, serm. 4, 1)? 2. Algunas características de la fe en cuanto respuesta a las palabras del Señor. a) La respuesta es una decisión dramática que se plantea en la historia de todo hombre. • La afirmación del Señor en la sinagoga de Cafarnaún (“El que come carne y bebe mi sangre tiene vida eterna … Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”, Juan 6, 54-55), provoca la afirmación de muchos oyentes: “Es dura esta enseñanza”. Lo cual quiere decir que el lenguaje del Señor es duro, intolerable: en el original griego, un lenguaje casi incomprensible, lleno de fantasía, que es incluso ofensivo para la inteligencia de los oyentes (ellos dicen: “¿Quién puede entender esa enseñanza?”). • En la historia de todo hombre se plantea esta decisión dramática: responder ante la persona de Cristo y sus palabras. En el texto del evangelio de hoy, la falta de fe está descrita de modo dramático en el v. 66: “Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él”. Se trata de un alejamiento definitivo del Señor. b) Jesús dice claramente que para aceptar sus palabas hace falta la animación de nuestras vidas por el Espíritu Santo: “El Espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida” (v. 63). • Jesús, por otra parte, dice claramente que para aceptar sus palabas hace falta la animación de nuestras vidas por el Espíritu Santo: “El Espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida” (v. 63). La capacidad de ver - de creer y aceptar las palabras de Jesús – no pertenece al mundo de la “carne”, entendiendo por “carne” el hombre en su condición criatural, dominado por la fragilidad, por la precariedad de la condición natural. Hace falta “renacer” en el Espíritu (como enseñó Jesús a Nicodemo). Sin el don del Espíritu no hay posibilidad de relacionarnos con Jesús. Con palabras del mismo Jesús: “nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre” (v.65). o La fe - necesaria para adherir a la predicación del Evangelio - es concedida con la fuerza del Espíritu. Comité para el Jubileo del Año 2000, El Espíritu del Señor, BAC Madrid 1997, Cap. VIII pp. 139-142 Dios Padre, por medio del Espíritu Santo, hace que Cristo habite en el corazón del hombre, es decir, allí donde nace su opción fundamental: «En El [en Cristo] también Vosotros - que habéis escuchado la verdad, la extraordinaria noticia de que habéis sido salvados, y habéis creído- habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo prometido» (Ef 1,13). La fe, don amoroso de Dios (Ef 2,8), no es otra cosa que aquella sublime realidad a partir de la cual es dado el Espíritu y, en consecuencia, la vida en Cristo. Hay una constante en el Nuevo Testamento, especialmente en San Pablo, según la cual no se puede adherir a la predicación del Evangelio sin el don de la fe que es concedida «con la fuerza del Espíritu Santo» (cf. Rom 15,19; Gál 3,1-5; 1 Cor 6,11; 1 Tes 1,4-5). «Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo» (CEC 154), porque se trata , de aquella fe viva que envuelve la totalidad del hombre y transforma su vida en «Vida de fe». Expresa la Dei Verbum: «Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la verdad. Para que el hombre pueda comprender cada vez más profundamente la revelación, el Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe con sus dones» (DV 5). El Espíritu, por tanto, nutre, profundiza, interioriza y personaliza cada vez más esta fe, vivificando y activando la palabra de la predicación (cf. 1 Tes 1,5; 4,8; 1 Pe 1,12), ayudando en la escucha de la palabra (Hech 1,8), y desvelando el sentido de la Escritura ( cf. 2 Cor 3,14-15): de este modo El rinde testimonio de Jesús para poder acogerlo en la fe (cf. Jn 15,26; Hech 1,8; Ap 19,10). 4 El primer efecto de animación de la fe por parte del Espíritu es que el hombre adhiera a la persona de Cristo, aceptándolo como Señor y Maestro de vida. El primer efecto de este proceso de animación de la fe por parte del Espíritu es el de adherir al hombre a la Persona de Cristo con todo el propio ser, aceptándolo como Señor y Maestro de la propia vida, como se lee en el Catecismo: «No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres quién es Jesús. Porque nadie puede decir: "Jesús es Señor” sino bajo la acción del Espíritu Santo (1 Cor 12,3). "El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios... Nadie ha podido conocer jamás lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Cor 2,10-11 ). Sólo Dios conoce plenamente a Dios. Nosotros creemos en el Espíritu Santo porque es Dios» (CEC 152). La fe, por otra parte, aun presuponiendo la colaboración de la libertad humana, es un don de Dios y, como todo don, nos es dado generosamente por el Espíritu. San Agustín lo dice explícitamente: «El hecho de creer y actuar nos pertenece en razón de la libre elección de nuestra voluntad y, sin embargo, lo uno y lo otro viene dado por el Espíritu de fe y de caridad» {Retractaciones, I, 23,2). Está claro, entonces, que «para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede "a todos gusto en aceptar y creer la verdad"» (DV 5). c) "¿También vosotros queréis marcharos?" (Juan 6,67) es una invitación de amor a descubrir que sólo Él tiene “palabras de vida eterna”. • CEC 1336: El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó: "Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?" (Juan 6,60). La Eucaristía y la cruz son piedras de tropiezo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división. "¿También vosotros queréis marcharos?" (Juan 6,67): esta pregunta del Señor resuena a través de las edades, como invitación de su amor a descubrir que sólo El tiene "palabras de vida eterna" (Juan 6,68), y que acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a El mismo. o Nuestra disponibilidad para dejarnos interrogar por Jesús • Juan Pablo II, Catequesis 7/01/1987: Concluimos esta catequesis introductoria, recordando que Jesus, en un momento especialmente difícil de la vida de los primeros discípulos, es decir, cuando la cruz se perfilaba cercana y lo abandonaban, hizo a los que se habían quedado con El otra de estas preguntas tan fuertes, penetrantes e ineludibles: "¿Queréis iros vosotros también?". Fue de nuevo Pedro quien, como intérprete de sus hermanos, le respondió: "Señor, ¿a quién iríamos? Tu tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios" (Juan 6,67-69). Que estos apuntes catequéticos puedan hacernos más disponibles para dejarnos interrogar por Jesus, capaces de dar la respuesta justa a sus preguntas, dispuestos a compartir su Vida hasta el final. d) La fe es un acto auténticamente humano que no es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre. CEC 154: Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a las verdades por El reveladas. Ya en las relaciones humanas no es contrario a nuestra propia dignidad creer lo que otras personas nos dicen sobre ellas mismas y sobre sus intenciones, y prestar confianza a sus promesas (como, por ejemplo, cuando un hombre y una mujer se casan), para entrar así en comunión mutua. Por ello, es todavía menos contrario a nuestra dignidad «presentar por la fe la sumisión plena de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad al Dios que revela» (Cc. Vaticano I: DS 3008) y entrar así en comunión íntima con El. Se trata de una libertad que profundiza en la verdad sobre el hombre y sobre el mundo, para liberarlo de lo que limita y disminuye esa libertad. • Redemptor hominis, 12: “Jesucristo sale al encuentro del hombre de toda época, también de nuestra época, con las mismas palabras: «Conoceréis la verdad y la verdad os librará » (Juan 8, 32). Estas palabras encierran una exigencia fundamental y al mismo tiempo una advertencia: la exigencia de una relación honesta con respecto a la verdad, como condición de una auténtica libertad; y la advertencia, además, de que 5 se evite cualquier libertad aparente, cualquier libertad superficial y unilateral, cualquier libertad que no profundiza en toda la verdad sobre el hombre y sobre el mundo. También hoy, después de dos mil años, Cristo aparece a nosotros como Aquel que trae al hombre la libertad basada sobre la verdad, como Aquel que libera al hombre de lo que limita, disminuye y casi destruye esta libertad en sus mismas raíces, en el alma del hombre, en su corazón, en su conciencia. ¡Qué confirmación tan estupenda de lo que han dado y no cesan de dar aquellos que, gracias a Cristo y en Cristo, han alcanzado la verdadera libertad y la han manifestado hasta en condiciones de constricción exterior!”. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

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