lunes, 26 de junio de 2017

Domingo 3º de Pascua (2014). Emaús: un encuentro de Jesús con dos discípulos, en la Palabra y en la Eucaristía. Este encuentro es fruto de la acción del Espíritu Santo. La conversación con Jesús reanima a los discípulos, el reconocimiento del Señor cambia su vida y van a Jerusalén para contar a los demás lo que les había sucedido.






1 Domingo 3º de Pascua (2014). Emaús: un encuentro de Jesús con dos discípulos, en la Palabra y en la Eucaristía. Este encuentro es fruto de la acción del Espíritu Santo. La conversación con Jesús reanima a los discípulos, el reconocimiento del Señor cambia su vida y van a Jerusalén para contar a los demás lo que les había sucedido. cfr. Domingo 3º Pascua Ciclo A 4 de mayo 2014 Lucas 24, 13-35; 1 Pedro 1, 17- 21. Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Anno A, Piemme III Edizione, noviembre 1995, pp. 108-113. Lucas 24, 13-35: 13 Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; 14 iban comentando todo lo que había sucedido. 15 Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. 16 Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. 17 Él les dijo: -«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?» Ellos se detuvieron entristecidos. 18Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: -«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?» 19 El les preguntó: -«¿Qué?» Ellos le contestaron: -«Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; 20 cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. 21 Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. 22 Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, 23 no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. 24 Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron. » 25 Entonces Jesús les dijo: ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! 26 ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? » 27 Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. 28 Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; 29 pero ellos le retuvieron, diciendo: -«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.» Y entró para quedarse con ellos. 30 Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. 31 A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. 32 Ellos comentaron: -«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» 33 Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, 34 que estaban diciendo: -«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.» 35 Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. EMAÚS: UN ENCUENTRO DE JESUCRISTO CON DOS DE SUS DISCÍPULOS La fe nace del encuentro personal con Cristo resucitado y se transforma en impulso de valentía y libertad que nos lleva a proclamar al mundo: Jesús ha resucitado y vive para siempre. (Benedicto XVI, Audiencia general del 19 de abril de 2006) «El cristianismo es una persona, una presencia, un rostro» «Buscadle en la lectura atenta y disponible de la Sagrada Escritura, en la oración personal y comunitaria; en la participación activa en la Eucaristía; al encontraros con un sacerdote en el sacramento de la Reconciliación; (…) buscadlo en el rostro del hermano que sufre, que tiene necesidad o que es extranjero». (Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes suizos, en el Palacio del Hielo de Berna, el 6 junio 2004) La Iglesia es comunión con Jesús. Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida. (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 787) Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. (Francisco, Evangelii gaudium, n. 3) 2 1. Una conversación con Jesús, que reanima a esos dos discípulos, y que acaba con el reconocimiento del Señor que cambia su vida. Algunos puntos que se podrían contemplar: o “Iban caminando … mientras conversaban y discutían … Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos … pero no eran capaces de reco nocerlo” (vv. 13-16) 1 - Jesús va de camino con todos nosotros, aunque, misteriosamente, no se dé a conocer de entrada. - “Es un retrato vivísimo de la crisis de fe, de la desilusión, de la vana discusión para llenar un vacío que se hace siempre más angustioso. Pero se enciende una pequeña luz: hay otro hombre con quien hablar”. (Ravasi, o.c. p. 108). - “Aquel Cristo en el que habían esperado era “un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante el pueblo (v. 19), pero ha acabado en un fracaso” (vv. 19-20), al máximo en una desilusión de mujeres” (vv. 22-23). - “El extraño, a través de un «viaje» por la Escrituras, les propone el Credo cristiano (v. 27), y, ante sus palabras, el corazón de los dos discípulos vuelve a «arder» (v. 32). - “No es todavía la fe pero es como revivir los sentimientos de aquel día en el que habían oído hablar de Jesús de Nazaret por primera vez” (Ravasi, o.c. p. 109). Además invitan a Jesús a que se quede con ellos (vv. 29, 32). o Se les abren los ojos, lo reconocen en la fracción del pan, y van a Jerusalén para contar a los demás lo que les había sucedido. (vv. 31-33) - Biblia de Jerusalén (v. 35): “Lucas, al emplear aquí este término técnico que repetirá en los Hechos (2, 42+), piensa sin duda en la Eucaristía”. - Cambia su vida, y vuelven a Jerusalén para referir lo que les había sucedido: Y al instante se levantaron y regresaron a Jerusalén (v. 33) .... y se pusieron a contar lo que había pasado en el camino (v 35). - Ravasi , o.c., p. 109: “La chispa que había comenzado a «arder» durante el viaje, ahora es como un incendio. Ellos no pueden tener entre los muros de su casa y de su conciencia la experiencia vivida y «levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén» para anunciar también a Jerusalén su alegría”. - Francisco, Evangelii gaudium, n. 8: “Sólo gracias a ese encuentro –o reencuentro– con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?”. Emaús se convierte en un grande símbolo de nuestro encuentro con nuestro Señor. o Las apariciones de Jesús son, sobre todo, acontecimientos de fe. Cristo actúa, se pone en camino a nuestro lado, y el hombre puede reconocerle, acogerle con fe. - Ravasi, o.c. pp. 112-113: “Emaús se convierte en un grande símbolo del continuo encuentro de la Iglesia con su Señor. Un encuentro que se realiza también en este domingo a través de la escucha de la Biblia y de la Eucaristía. Un encuentro que tal vez florece después de una semana de incertidumbres y de desánimos, de sombras y de esperas. Las apariciones de Jesús, como sabemos, lejos de ser experiencias mágicas o parapsicológicas, son, sobre todo, acontecimientos de fe. Ciertamente, es necesario no reducirlas a puro evento subjetivo, interior, personal. (…) Por una parte hay una acción externa al hombre y es la de Cristo que se pone en el camino de Emaús, también cuando el hombre no lo busca o no espera ya en él. Por otra parte, hay una acción interna del hombre que «reconoce» al Señor, es decir, lo acoge en la fe. Son dos los componentes indispensables, la acción del Yo de Cristo y la reacción del yo del hombre. Las apariciones son, 1 Biblia de Jerusalén: “En las apariciones referidas por Lucas y Juan, los discípulos no reconocen al Señor a la primera, sino sólo a consecuencia de una palabra o de un signo (Lucas 24,30s.35.37 y 39-43; Juan 20, 14.16.20; 21, 4 y 6-7: comp. Mateo 28,17). Y es que, aun manteniéndose idéntico a sí mismo, el cuerpo del Resucitado se encuentra en un estado nuevo que modifica su figura exterior (Marcos 16,12), y lo libra de las condiciones sensibles de este mundo (Juan 20,19). Sobre el estado de los cuerpos gloriosos, ver 1 Corintios 15,44+”. 3 precisamente, estos encuentros misteriosos pero reales entre dos libertades, la del Resucitado y la del hombre. Esas libertades imprimen un cambio eficaz en la vida, como sucedió a Cleofás y al desconocido compañero de viaje y como sucederá a Saulo de Tarso. » También nosotros podemos ser protagonistas de este acontecimiento porque Cristo se hace presente continuamente en nuestras vidas llamando a nuestra puerta. Depende de nosotros el saber «reconocerle» y acogerle. Podemos identificarnos todos en aquel discípulo anónimo de Emaús”. 2. Jesús se hace presente primero con sus palabras y, después, con el gesto de partir el pan. Cfr. Benedicto XVI, Exhortación apostólica «Verbum Domini», 30/09/2010, nn. 54-55 - “El relato de Lucas sobre los discípulos de Emaús nos permite una reflexión ulterior sobre la unión entre la escucha de la Palabra y el partir el pan (cf. Lc 24,13-35). Jesús salió a su encuentro el día siguiente al sábado, escuchó las manifestaciones de su esperanza decepcionada y, haciéndose su compañero de camino, «les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura» (24,27). Junto con este caminante que se muestra tan inesperadamente familiar a sus vidas, los dos discípulos comienzan a mirar de un modo nuevo las Escrituras. Lo que había ocurrido en aquellos días ya no aparece como un fracaso, sino como cumplimiento y nuevo comienzo. Sin embargo, tampoco estas palabras les parecen aún suficientes a los dos discípulos. El Evangelio de Lucas nos dice que sólo cuando Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, «se les abrieron los ojos y lo reconocieron» (24,31), mientras que antes «sus ojos no eran capaces de reconocerlo» (24,16). La presencia de Jesús, primero con las palabras y después con el gesto de partir el pan, hizo posible que los discípulos lo reconocieran, y que pudieran revivir de un modo nuevo lo que antes habían experimentado con él: « ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» (24,32)”. Nosotros nos encontramos con Jesús en la Escritura y en la fracción del Pan, gracias a la acción del Espíritu Santo. Cfr. Benedicto XVI, Exhortac. Ap. Verbum Domini, nn. 15-16 o No se comprende auténticamente la revelación cristiana sin tener en cuenta la acción del Paráclito en la historia en la historia de la salvación y, en particular, en la vida de Jesús. 15. (…) No se comprende auténticamente la revelación cristiana sin tener en cuenta la acción del Paráclito. (…) Por lo demás, la Sagrada Escritura es la que nos indica la presencia del Espíritu Santo en la historia de la salvación y, en particular, en la vida de Jesús, a quien la Virgen María concibió por obra del Espíritu Santo (cf. Mt 1,18; Lc1,35); al comienzo de su misión pública, en la orilla del Jordán, lo ve que desciende sobre sí en forma de paloma (cf. Mt 3,16); Jesús actúa, habla y exulta en este mismo Espíritu (cf. Lc10,21); y se ofrece a sí mismo en el Espíritu (cf. Hb 9,14). Cuando estaba terminando su misión, según el relato del Evangelista Juan, Jesús mismo pone en clara relación el don de su vida con el envío del Espíritu a los suyos (cf. Jn 16,7). Después, Jesús resucitado, llevando en su carne los signos de la pasión, infundió el Espíritu (cf. Jn 20,22), haciendo a los suyos partícipes de su propia misión (cf. Jn 20,21). El Espíritu Santo enseñará a los discípulos y les recordará todo lo que Cristo ha dicho (cf. Jn 14,26), puesto que será Él, el Espíritu de la Verdad (cf. Jn 15,26), quien llevará los discípulos a la Verdad entera (cf. Jn 16,13). Por último, como se lee en los Hechos de los Apóstoles, el Espíritu desciende sobre los Doce, reunidos en oración con María el día de Pentecostés (cf. 2,1-4), y les anima a la misión de anunciar a todos los pueblos la Buena Nueva. 2 (…) El mismo Espíritu que actúa en la encarnación del Verbo, en el seno de la Virgen María, es el mismo que guía a Jesús a lo largo de toda su misión y que será prometido a los discípulos. El mismo Espíritu, que habló por los profetas, sostiene e inspira a la Iglesia en la tarea de anunciar la Palabra de Dios y en la predicación de los Apóstoles; es el mismo Espíritu, finalmente, quien inspira a los autores de las Sagradas Escrituras. Sin la acción eficaz del «Espíritu de la Verdad» no se pueden comprender las palabras del Señor. 16. (…) Sin la acción eficaz del «Espíritu de la Verdad» (Juan 14,16) no se pueden comprender las palabras del Señor. Como recuerda san Ireneo: «Los que no participan del Espíritu no obtienen del pecho de su madre 2 Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, 12 4 (la Iglesia) el nutrimento de la vida, no reciben nada de la fuente más pura que brota del cuerpo de Cristo».3 Puesto que la Palabra de Dios llega a nosotros en el cuerpo de Cristo, en el cuerpo eucarístico y en el cuerpo de las Escrituras, mediante la acción del Espíritu Santo, sólo puede ser acogida y comprendida verdaderamente gracias al mismo Espíritu. o El testimonio de grandes escritores de la tradición cristiana sobre la función del Espíritu Santo en la relación de los creyentes con las Escrituras. Los grandes escritores de la tradición cristiana consideran unánimemente la función del Espíritu Santo en la relación de los creyentes con las Escrituras. San Juan Crisóstomo afirma que la Escritura «necesita de la revelación del Espíritu, para que descubriendo el verdadero sentido de las cosas que allí se encuentran encerradas, obtengamos un provecho abundante». 4 También san Jerónimo está firmemente convencido de que «no podemos llegar a comprender la Escritura sin la ayuda del Espíritu Santo que la ha inspirado». 5 San Gregorio Magno, por otra parte, subraya de modo sugestivo la obra del mismo Espíritu en la formación e interpretación de la Biblia: «Él mismo ha creado las palabras de los santos testamentos, él mismo las desvela». 6 Ricardo de San Víctor recuerda que se necesitan «ojos de paloma», iluminados e ilustrados por el Espíritu, para comprender el texto sagrado. 7 o El testimonio de los textos litúrgicos: oraciones que invocan al Espíritu Santo antes de la proclamación de las Escrituras. Quisiera subrayar también, con respecto a la relación entre el Espíritu Santo y la Escritura, el testimonio significativo que encontramos en los textos litúrgicos, donde la Palabra de Dios es proclamada, escuchada y explicada a los fieles. Se trata de antiguas oraciones que en forma de epíclesis invocan al Espíritu antes de la proclamación de las lecturas: «Envía tu Espíritu Santo Paráclito sobre nuestras almas y haznos comprender las Escrituras inspiradas por él; y a mí concédeme interpretarlas de manera digna, para que los fieles aquí reunidos saquen provecho». Del mismo modo, encontramos oraciones al final de la homilía que invocan a Dios pidiendo el don del Espíritu sobre los fieles: «Dios salvador… te imploramos en favor de este pueblo: envía sobre él el Espíritu Santo; el Señor Jesús lo visite, hable a las mentes de todos y disponga los corazones para la fe y conduzca nuestras almas hacia ti, Dios de las Misericordias».[55] De aquí resulta con claridad que no se puede comprender el sentido de la Palabra si no se tiene en cuenta la acción del Paráclito en la Iglesia y en los corazones de los creyentes. 3. El significado de la fracción del Pan R. Cantalamessa, La Eucaristía, nuestra santificación, Edicep 1999, pp. 20-23. [Cfr. Félix M. Arocena, En el corazón de la liturgia, Palabra 1999, pp. 190-192]. o a) Haced esto en memoria mía: ofreced vuestro cuerpo – ofreceos a vosotros mismos - en sacrificio, como yo he hecho. Nosotros somos su cuerpo. pp. 20-21 “En la epístola a los Romanos leemos estas palabras del Apóstol: «Os exhorto, pues hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual» (Romanos 12,1). Pero estas palabras, irremediablemente, nos recuerdan a las pronunciadas por Jesús en la última cena: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo que se entrega por vosotros». Por ello, cuando san Pablo nos exhorta a ofrecer nuestros cuerpos en sacrificio, es como si dijera: haced también vosotros lo mismo que hizo Jesucristo; haceos también vosotros eucaristía para Dios. Él se ofreció a Dios como sacrificio de suave perfume; ofreceos también vosotros como sacrificio vivo y agradable a Dios. Pero no sólo es el apóstol Pablo quien nos exhorta a obrar así, sino el mismo Jesús. Cuando Jesucristo, al instituir la eucaristía, dio el mandato: «Haced esto en memoria mía» (Lucas 22,19), no sólo quería decir: haced exactamente los gestos que yo he hecho, repetid el rito que he realizado; sino que con aquellas palabras quería expresar también lo más importante: haced la esencia de lo que yo he realizado; ofreced vuestro cuerpo en sacrificio como habéis visto que yo he hecho. «Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros» (Juan 13,15). Aún más, hay algo todavía más urgente y doloroso en aquel mandato de Jesús. Nosotros somos «su» cuerpo, «sus» miembros (cfr. 1 Corintios 12, 12ss); por ello es como si Jesús nos dijera: Permitidme ofrecer al Padre mi propio 3 Adversus haereses, III, 24,1 4 Homiliae in Genesim, 22 5 Epistula 120, 10 6 Homiliae in Ezechielem, 1, 7,17 7 «Oculi ergo devotae animae sunt columbarum quia sensus eius per Spiritum sanctum sunt illuminati et edocti, spiritualia sapientes… Nunc quidem aperitur animae talis sensus, ut intellegat Scripturas»: Ricardo de San Víctor, Explicatio in Cantica canticorum, 15: PL 196, 450 B. D. 5 cuerpo que sois vosotros; no me impidáis ofrecerme a mí mismo al Padre; yo no puedo ofrecerme totalmente al Padre hasta que no haya ni un solo miembro de mi cuerpo que se resista a ser ofrecido conmigo. Completad, pues, lo que falta a mi ofrenda; haced plena mi alegría. o b) Significado del gesto: «partió el pan». No sólo distribución, también inmolación. El pan de la obediencia y de amor por el Padre. pp. 21-22 Miremos, pues, con nuevos ojos el momento de la consagración eucarística, porque ahora sabemos - como decía san Agustín – que «sobre la mesa del Señor está el misterio que sois vosotros mismos» (San Agustín, Sermones, 272). He dicho que para celebrar de verdad la eucaristía es necesario «hacer» también nosotros lo mismo que hizo Jesús. ¿Qué hizo Jesús aquella noche? Ante todo, realizó un gesto: partió el pan; todos los relatos de la institución resaltan este gesto, tanto es así, que la eucaristía tomó, bien pronto, el nombre de «fracción del pan» (fractio panis). Pero el significado de aquel gesto, quizás, no lo hemos comprendido todavía plenamente. ¿Por qué Jesús partió el pan? ¿Sólo para darle un trozo a los discípulos, es decir, sólo por consideración hacia ellos? Es evidente que no. Aquel gesto, ante todo, tenía un significado sacrificial que se consumaba entre Jesús y el Padre; no indicaba solamente repartición, sino también inmolación. El pan es el propio Jesús; al partir el pan, se «partía» a sí mismo, en el sentido con el que Isaías había hablado del Siervo de Yahvé: ha sido molido (attritus) por nuestras culpas (cfr. Isaías 53, 5). Una criatura humana - que, sin embargo, es el mismo Hijo eterno de Dios – se parte a sí mismo ante Dios, es decir, «obedece hasta la muerte» para reafirmar los derechos de Dios violados por el pecado; para proclamar que Dios es Dios y basta. Es imposible explicar con palabras la esencia del acto interior que acompaña a este gesto de partir el pan. A nosotros nos parece un acto duro, cruel, y, en cambio, es el acto supremo de amor y de ternura que nunca antes se había realizado o que pueda llegar a realizarse alguna vez en la tierra. Cuando, en la consagración sostengo entre las manos la frágil hostia, y repito las palabras «partió el pan...», me parece intuir algo de los sentimientos que, en aquel momento, albergaba el corazón de Jesús: cómo su voluntad humana se entregaba por entero al Padre, venciendo toda resistencia, y repetía para sí las bien conocidas palabras de la Escritura: Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron, pero me has preparado un cuerpo; he aquí que te ofrezco este cuerpo que me has dado: vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad (cfr. Hebreos 10, 5-9). Lo que Jesús da de comer a sus discípulos es el pan de su obediencia y de su amor por el Padre. o c) Hacer yo lo mismo que hizo Jesús: «partirme» a mí mismo, decir «sí» a lo que Dios me pide. pp.22-23 Entonces comprendo que para «hacer» también yo lo que hizo Jesús aquella noche, debo ante todo «partirme» a mí mismo, es decir, deponer todo tipo de resistencia ante Dios, toda rebelión hacia él o hacia los hermanos; debo someter mi orgullo, doblegarme y decir «sí» hasta el final, sí a todo aquello que Dios me pide; debo repetir también yo aquellas palabras: ¡He aquí que vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad! Tú no quieres muchas cosas de mí; me quieres a mí y yo te digo «sí». Ser eucaristía como Jesús significa estar totalmente abandonado a la voluntad del Padre.” 4. Acoger, invitar al Señor. S. Agustín, 354-430, Sermón 235, 1-4) o Le reconocieron en la fracción del pan. Jesús premia la hospitalidad, la acogida. El Señor Jesús, después de haber resucitado de los muertos, encontró en el camino dos de sus discípulos, que conversaban sobre los hechos del día, y les dijo: "Qué son estos discursos que vais haciendo entre de vosotros, y por qué estáis tristes"?, etcétera; el hecho es contado sólo por el evangelista Lucas. Marcos se limita a decir que se apareció a dos discípulos a lo largo del camino (cf. Marcos 16,12.13), pero omitió lo que ellos dijeron al Señor, y también lo que éste les dijo. ¿Cristo con los discípulos por "camino". ¿Qué cosa nos ha aportado esta lección? Algo grande, si procuramos comprender. Jesús apareció: fue visto con los ojos, pero no fue reconocido. (...) "Nosotros", dicen ellos, "esperábamos que habría realizado la redención de Israel". O discípulos, vosotros esperabais; es decir, ¿ya no esperáis más? ¡He aquí que Cristo vive, mientras la esperanza ha muerto en vosotros! Ciertamente Cristo vive. Y Cristo vivo encontró muertos los corazones de los discípulos: a sus ojos apareció y no apareció; y fue visto y se escondió. (...) Sin duda lo vieron, pero no lo reconocieron. "Sus ojos, en efecto, estaban pesados y eran incapaces de reconocerlo", como hemos sentido. No dice que fueron incapaces de ver, sino que fueron incapaces de reconocerlo. "Por qué Cristo quiso ser reconocido en la fracción del pan. ¿Fue el premio de la hospitalidad". Ánimo, hermanos, ¿dónde quiso ser reconocido el Dios? En la fracción del pan. Estemos seguros, si partimos el pan conoceremos al Señor. Él sólo ha querido ser conocido allí. (...) Aquellos dos, cuando hablaba con ellos el Señor, no tenían fe: porque no creían que había resucitado, no esperaban que pudiera resurgir. Habían perdido la fe, habían perdido la esperanza. Caminaban muertos junto a la misma vida. Caminaba con ellos la vida, pero, en sus corazones, la vida todavía no había sido reclamada. También tú, por lo tanto, si quieres tener la vida, haz lo que ellos hicieron, para que tú conozcas al Señor. Ellos le ofrecieron hospitalidad. El Señor, en efecto, era como alguien que quiere continuar su camino, pero ellos lo retuvieron. Y después de haber llegado al lugar donde se dirigían, le dijeron: "Quédate 6 aquí con nosotros, ya que está atardeciendo, y el día se está acabando". Acoge al huésped, si quieres conocer al Salvador. Lo que se llevó la infidelidad, lo devolvió la hospitalidad. El Señor, pues, se hizo conocer en la fracción del pan. San Gregorio Magno (Papa, 540-604) , Hom. 23. o Vivir la caridad para reconocer al Señor. Invitaron al Señor con sentido de la hospitalidad, con insistencia, como peregrino. Habló con ellos, los regañó por su dureza en entender, les explicó los secretos de la Sagrada Escritura que se referían a él; y, sin embargo, ya que en sus corazones todavía era peregrino en cuanto a la fe, fingió ir más lejano. (...) Quiso probar si ellos, que no lo amaban todavía como Dios, al menos podían quererlo como peregrino. Pero como no podían ser extraños a la caridad aquellos con los que caminó la misma Verdad, he aquí que lo invitaron hospitalariamente como peregrino. Pero ¿por qué decimos lo "invitaron", cuando está escrito: "Lo obligaron"? De este ejemplo se entiende que los peregrinos no sólo tienen que ser invitados, sino atraídos con insistencia. Pusieron la mesa, ofrecieron la comida, y al partir el pan reconocen aquel Dios que no reconocieron mientras explicó la Sagrada Escritura. Escuchando, pues, las preceptos de Dios no fueron iluminados, mientras que lo fueron cuando los llevaron a la práctica, ya que está escrito: "No son justos ante Dios los que oyen la Ley, sino los que cumplen la Ley: éstos son los que serán justificados" (Romanos 2,13). Por tanto, quién quiere comprender las cosas oídas, se apresure a llevar a la práctica las que ya ha entendido. He aquí que el Señor no fue conocido mientras hablaba, y se dignó hacerse conocer mientras era servido en la mesa. Amad, pues, la hospitalidad, queridos hermanos, amad las obras de la caridad. A este propósito, en efecto, Pablo nos dice: "Mantened el amor fraterno. No olvidéis la hospitalidad, gracias a la cual algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles" (Hebreos 13, 1-2). Pedro dice: "Sed hospitalarios unos con otros, sin quejaros" (1 Pedro 4,9). Y la misma Verdad afirma: "Era peregrino y me acogisteis" (Mateo 25,35). 5. Emaús es el mundo entero, porque el Señor ha abierto los caminos divinos de la tierra. Cfr. San Josemaría, Amigos de Dios, pp. 313 -314. o Jesús, en el camino: nos busca en nuestro ajetreo diario, sin ningún signo exterior de su gloria. 313. Me gusta hablar de camino, porque somos viadores, nos dirigimos a la casa del Cielo, a nuestra Patria. Pero mirad que un camino, aunque puede presentar trechos de especiales dificultades, aunque nos haga vadear alguna vez un río o cruzar un pequeño bosque casi impenetrable, habitualmente es algo corriente, sin sorpresas. El peligro es la rutina: imaginar que en esto, en lo de cada instante, no está Dios, porque ¡es tan sencillo, tan ordinario! Iban aquellos dos discípulos hacia Emaús. Su paso era normal, como el de tantos otros que transitaban por aquel paraje. Y allí, con naturalidad, se les aparece Jesús, y anda con ellos, con una conversación que disminuye la fatiga. Me imagino la escena, ya bien entrada la tarde. Sopla una brisa suave. Alrededor, campos sembrados de trigo ya crecido, y los olivos viejos, con las ramas plateadas por la luz tibia. Jesús, en el camino. ¡Señor, qué grande eres siempre! Pero me conmueves cuando te allanas a seguirnos, a buscarnos, en nuestro ajetreo diario. Señor, concédenos la ingenuidad de espíritu, la mirada limpia, la cabeza clara, que permiten entenderte cuando vienes sin ningún signo exterior de tu gloria. o Jesús no se impone nunca, quiere que le roguemos que se quede con nosotros. 314. Se termina el trayecto al encontrar la aldea, y aquellos dos que - sin darse cuenta - han sido heridos en lo hondo del corazón por la palabra y el amor del Dios hecho Hombre, sienten que se vaya. Porque Jesús les saluda con ademán de continuar adelante (Lucas 24, 28). No se impone nunca, este Señor Nuestro. Quiere que le llamemos libremente, desde que hemos entrevisto la pureza del Amor, que nos ha metido en el alma. Hemos de detenerlo por fuerza y rogarle: continúa con nosotros, porque es tarde, y va ya el día de caída (Lucas 24, 29), se hace de noche. Así somos: siempre poco atrevidos, quizá por insinceridad, o quizá por pudor. En el fondo, pensamos: quédate con nosotros, porque nos rodean en el alma las tinieblas, y sólo Tú eres luz, sólo Tú puedes calmar esta ansia que nos consume. Porque entre las cosas hermosas, honestas, no ignoramos cuál es la primera: poseer siempre a Dios (S. Gregorio Nacianzeno, Epistolae, 212). Y Jesús se queda. Se abren nuestros ojos como los de Cleofás y su compañero, cuando Cristo parte el pan; y aunque El vuelva a desaparecer de nuestra vista, seremos también capaces de emprender de nuevo la marcha – anochece -, para hablar a los demás de El, porque tanta alegría no cabe en un pecho solo. Camino de Emaús. Nuestro Dios ha llenado de dulzura este nombre. Y Emaús es el mundo entero, porque el Señor ha abierto los caminos divinos de la tierra. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana 

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