lunes, 26 de junio de 2017

Domingo 3º del tiempo ordinario (2014). Evangelio: el inicio de la predicación de Jesús “proclama, con palabras y obras, que el Reino de Dios ha llegado” Además, “llama a seguirle, dejándolo todo, a los primeros discípulos” instaurando así ese Reino que anunciaba. «Evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios» «El contenido del primer anuncio tiene una inmediata repercusión moral cuyo centro es la caridad». «La aceptación del primer anuncio, que invita a dejarse amar por Dios y a amarlo con el amor que él mismo nos comunica, provoca en la vida de la persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: desear, buscar y cuidar el bien de los demás». «En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos». «Tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales. Una auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra».






1 Domingo 3º del tiempo ordinario (2014). Evangelio: el inicio de la predicación de Jesús “proclama, con palabras y obras, que el Reino de Dios ha llegado” Además, “llama a seguirle, dejándolo todo, a los primeros discípulos” instaurando así ese Reino que anunciaba. «Evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios» «El contenido del primer anuncio tiene una inmediata repercusión moral cuyo centro es la caridad». «La aceptación del primer anuncio, que invita a dejarse amar por Dios y a amarlo con el amor que él mismo nos comunica, provoca en la vida de la persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: desear, buscar y cuidar el bien de los demás». «En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos». «Tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales. Una auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra». Cfr. 3º Tiempo Ordinario Ciclo A 26 enero 2014 - Evangelio: Mateo 4, 12-23; Isaías 9,1-4 Cfr. Nuevo Testamento, Eunsa 2004, Nota a Mateo 4, 18-25. Mateo 4, 12-23: 12 Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. 13 Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. 14 Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: 15 «País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. 16 El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.» 17 Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: -«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.» 18 Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando la red en el lago, pues eran pescadores. 19 Les dijo: -«Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.» 20 Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. 21 Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes. con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. 22 Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. 23 Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo. Convertíos, porque está al llegar el Reino de los Cielos (Mateo 4,17) El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está al llegar; convertíos y creed en el Evangelio (Marcos 1,15) 1. Introducción Iniciamos hoy la lectura del Evangelio según S. Mateo (4, 12-23), que nos acompañará durante todo el año. Sobre todo hoy queda reflejado el inicio del ministerio y de la predicación de Jesús (vv. 12-17) en el que llama a la conversión para que se instaure el Reino de Dios en cada uno de nosotros. También aparece la llamada de los primeros discípulos por parte del Señor (vv. 18-22), con los que formará más tarde el grupo de los Doce, sobre los que fundará su Iglesia. Finalmente, hay una brevísima síntesis (v. 23) de la actividad del Señor en Galilea: predica el Evangelio del Reino y cura toda enfermedad y dolencia del pueblo. (cfr también los dos versículos siguientes, que no aparecen en la liturgia de hoy, vv. 24-25). Los milagros son signos que ayudan a entender que ya ha llegado el Reino de Dios en Jesucristo. 2. El Reino de Dios en Cristo Acoger a Jesús – Palabra de Dios - es acoger el Reino de Dios. Todos estamos llamados a entrar en el Reino. o Jesús propone sencillamente que le sigan: «Venid y seguidme» (v. 19). Él es el Reino de Dios en nosotros. El Reino se manifiesta en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo • De modo diferente a lo que sucedía en la época de Cristo, Jesús no propone a los apóstoles una 2 determinada praxis o estudio (de la Torà, ecc.), sino sencillamente que lo sigan. Él mismo se ofrece como camino, verdad, ley. Él es el Reino de Dios en nosotros. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2232: (...) “Es preciso convencerse de que la vocación primera del cristiano es seguir a Jesús: (Cf Mateo 16, 25) «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí» (Mt 10, 37)”. • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 764: «Este Reino se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo» (Lumen gentium, 5). Acoger la palabra de Jesús es acoger «el Reino» (ibid.). El germen y el comienzo del Reino son el «pequeño rebaño» (Lucas 12, 32) de los que Jesús ha venido a convocar en torno suyo y de los que él mismo es el pastor (Cf Mateo 10, 16; 26,31; Juan 10, 1-21 ). Constituyen la verdadera familia de Jesús (Cf Mt 12, 49). A los que reunió así en torno suyo, les enseñó no sólo una nueva «manera de obrar», sino también una oración propia (Cf Mateo 5-6). o Todos los hombres estamos llamados a entrar en el Reino de Dios. • CEC 543: El anuncio del Reino de Dios - Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel (Cf Mateo 10, 5-7), este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (Cf Mt 8, 11; 28, 19). Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús: La Palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega (Lumen Gentium 5). 3. Jesús propone, en sus primeras palabras al iniciar su ministerio, un cambio radical de la mente y del corazón, la conversión, para que entremos en el Reino de Dios, o para que el Reino de Dios entre en nosotros, que es lo mismo. • Juan Pablo II, 30 agosto 2000: “Las primeras palabras que pronuncia en público son éstas: «Convertíos, porque el reino de los cielos está cerca» (Mateo 4, 17). Aparece así un término importante que Jesús ilustrará repetidamente tanto con sus palabras como con sus actos: «Convertíos», en griego «metanoéite», es decir, emprended una «metánoia», un cambio radical de la mente y del corazón. Es necesario dejar a las espaldas el mal y entrar en el reino de justicia, de amor y de verdad, que está comenzando. La trilogía de las parábolas de la misericordia divina recogidas por Lucas en el capítulo 15 de su Evangelio constituye la representación más incisiva de la búsqueda activa y de la espera amorosa de Dios a su criatura pecadora. Al realizar la «metánoia», la conversión, el hombre vuelve, como el hijo pródigo, a abrazar al Padre, que nunca lo ha olvidado ni abandonado.” o Conversión y penitencia Cfr. Nuevo Testamento, Eunsa 2004, Comentario a Mateo 4, 12-17 • “Ante la cercanía del Reino del Reino de los Cielos, la predicación de Jesús es una llamada urgente a la Conversión (v. 17). Muchas versiones traducen «convertíos» por «haced penitencia», porque ahí se encuentra el sentido más hondo de la conversión: «Penitencia significa el cambio penitencia significa el cambio profundo de corazón bajo el influjo de la Palabra de Dios y en la perspectiva del Reino (9). Pero penitencia quiere también decir cambiar la vida en coherencia con el cambio de corazón, y en este sentido el hacer penitencia se completa con el de dar frutos dignos de penitencia (10); toda la existencia se hace penitencia orientándose a un continuo caminar hacia lo mejor. Sin embargo, hacer penitencia es algo auténtico y eficaz sólo si se traduce en actos y gestos de penitencia. En este sentido, penitencia significa, en el vocabulario cristiano teológico y espiritual, la ascesis, es decir, el esfuerzo concreto y cotidiano del hombre, sostenido por la gracia de Dios, para perder la propia vida por Cristo como único modo de ganarla(11); para despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo (12); para superar en sí mismo lo que es carnal, a fin de que prevalezca lo que es espiritual (13); para elevarse continuamente de las cosas de abajo a las de arriba donde está Cristo» (14). (Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia, n. 4). (9). Cf. Mateo 4, 17; Marcos 1, 15. – (10) Cf. Lucas 3, 8. – (11) Cf. Mateo 16, 24-26; Marcos 8, 34-36; Lucas 9, 23-25. (12) Cf. Efesios 4, 23 s. – (13) Cf. 1 Corintios 3, 1-20. – (14) Cf. Colosenses 3, 1 s. 3 o Los Apóstoles también comienzan su misión invitando a la conversión. Pedro • Juan Pablo II, 30 agosto 2000 “La misión de los apóstoles también comenzó con una invitación apremiante a la conversión. Los que escuchaban su primer discurso [el de Pedro], conmovidos en lo más profundo de su corazón, preguntaban con ansia: «¿Qué es lo que tenemos que hacer?». Pedro respondió: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hechos 2, 37-38). Esta respuesta de Pedro fue acogida inmediatamente: «unas tres mil almas» se convirtieron aquel día (cf. Hechos, 2, 41). Después de la curación milagrosa de un cojo, Pedro renovó su exhortación. Recordó a los habitantes de Jerusalén su horrendo pecado: «Vosotros renegasteis del Santo y del Justo (...), y matasteis al Jefe que lleva a la Vida» (Hechos, 3, 14-15). Sin embargo, atenuó su culpabilidad diciendo: «Ya sé yo, hermanos, que obrasteis por ignorancia» (Hechos 3, 17); después, los invitó a convertirse (cf. 3,19) y a cada uno le dio una esperanza inmensa: «Para vosotros en primer lugar ha resucitado Dios a su Siervo y le ha enviado para bendeciros, apartándoos a cada uno de vuestras iniquidades» (3,26). (...) Pablo Del mismo modo, el apóstol Pablo predicaba la conversión. Lo dice en su discurso al rey Agripa, describiendo así su apostolado: a todos, « he predicado que se convirtieran y que se volvieran a Dios haciendo obras dignas de conversión» (Hechos 26, 20; cf. 1 Ts 1,9-10). Pablo enseñaba que la «bondad de Dios te impulsa a la conversión». Inspirada por el amor (cf. Apocalipsis 3,19), la exhortación es vigorosa y manifiesta la urgencia de la conversión (cf. Apocalipsis 2,5.16.21-22; 3,3.19), pero es acompañada por promesas maravillosas de intimidad con el Salvador (cf. 3,20-21). Por tanto, a todos los pecadores siempre se les abre una puerta de esperanza. «El hombre no se queda solo para intentar, de mil modos a menudo frustrados, una imposible ascensión al cielo: hay un tabernáculo de gloria, que es la persona santísima de Jesús el Señor, donde lo humano y lo divino se encuentran en un abrazo que nunca podrá deshacerse: el Verbo se hizo carne, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado. Él derrama la divinidad en el corazón enfermo de la humanidad e, infundiéndole el Espíritu del Padre, la hace capaz de llegar a ser Dios por la gracia» («Orientale lumen», n.15). ” (Juan Pablo II, 30 agosto 2000). o La conversión en nuestros proyectos. No apegarnos desordenadamente al boceto de nuestros proyectos futuros, permitiendo que sea Dios quien añada los rasgos y colores que más le plazcan. • San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, Tras los pasos del Señor, n. 138,7: “El espíritu de penitencia lleva a no apegarse desordenadamente a ese boceto monumental de los proyectos futuros, en el que ya hemos previsto cuáles serán nuestros trazos y pinceladas maestras. ¡Qué alegría damos a Dios cuando sabemos renunciar a nuestros garabatos y brochazos de maestrillo, y permitimos que sea El quien añada los rasgos y colores que más le plazcan!” o La conversión es fruto del encuentro con Dios Padre, rico en misericordia. • Dives in misericordia, 13: “La conversión a Dios consiste siempre en descubrir su misericordia, es decir, ese amor que es paciente y benigno (Cf. 1 Corintios 13,4) a medida del Creador y Padre: el amor, al que « Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo » (2Corintios 1,3) es fiel hasta las últimas consecuencias en la historia de la alianza con el hombre: hasta la cruz, hasta la muerte y la resurrección de su Hijo. La conversión a Dios es siempre fruto del « reencuentro » de este Padre, rico en misericordia”. o La conversión no es solamente un momentáneo acto interior, sino una disposición estable, la componente más profunda de nuestra peregrinación en esta tierra. • Dives in misericordia, 13: “El auténtico conocimiento de Dios, Dios de la misericordia y del amor benigno, es una constante e inagotable fuente de conversión, no solamente como momentáneo acto interior, sino también como disposición estable, como estado de ánimo. Quienes llegan a conocer de este modo a Dios, quienes lo « ven » así, no pueden vivir sino convirtiéndose sin cesar a El. Viven pues in statu conversionis; es este estado el que traza la componente más profunda de la peregrinación de todo hombre por la tierra in statu viatoris”. o La infinita misericordia de Dios es limitada, por parte del hombre, solamente por la falta de prontitud en la conversión y en la penitencia. • Dives in misericordia, 13: “La misericordia en sí misma, en cuanto perfección de Dios infinito es también infinita. Infinita pues e inagotable es la prontitud del Padre en acoger a los hijos pródigos que vuelven a casa. Son infinitas la prontitud y la fuerza del perdón que brotan continuamente del valor 4 admirable del sacrificio de su Hijo. No hay pecado humano que prevalezca por encima de esta fuerza y ni siquiera que la limite. Por parte del hombre puede limitarla únicamente la falta de buena voluntad, la falta de prontitud en la conversión y en la penitencia, es decir, su perdurar en la obstinación, oponiéndose a la gracia y a la verdad especialmente frente al testimonio de la cruz y de la resurrección de Cristo”. o La conversión es obra del Espíritu Santo: • Juan Pablo II, Enc. Domnum et vivificantem, 42: “Jesús dice: « Recibid el Espíritu Santo: a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos ».(Jn 20,22s.)) Jesús confiere a los apóstoles el poder de perdonar los pecados, para que lo transmitan a sus sucesores en la Iglesia. Sin embargo, este poder concedido a los hombres presupone e implica la acción salvífica del Espíritu Santo. Convirtiéndose en «luz de los corazones»,( Cf. Secuencia Veni, Sancte Spiritus) es decir de las conciencias, el Espíritu Santo « convence en lo referente al pecado », o sea hace conocer al hombre su mal y, al mismo tiempo, lo orienta hacia el bien. Merced a la multiplicidad de sus dones por lo que es invocado como el portador « de los siete dones », todo tipo de pecado del hombre puede ser vencido por el poder salvífico de Dios. En realidad —como dice San Buenaventura— « en virtud de los siete dones del Espíritu Santo todos los males han sido destruidos y todos los bienes han sido producidos ». (S. Buenaventura, De los siete dones del Espíritu Santo, II,3). Sin una verdadera conversión, que implica una contrición interior y sin un propósito sincero y firme de enmienda, los pecados quedan «retenidos». Bajo el influjo del Paráclito se realiza, por lo tanto, la conversión del corazón humano, que es condición indispensable para el perdón de los pecados. Sin una verdadera conversión, que implica una contrición interior y sin un propósito sincero y firme de enmienda, los pecados quedan « retenidos », como afirma Jesús, y con El toda la Tradición del Antiguo y del Nuevo Testamento. En efecto, las primeras palabras pronunciadas por Jesús al comienzo de su ministerio, según el Evangelio de Marcos, son éstas: « Convertíos y creed en la Buena Nueva ».(1,15)” (Dominum et vivificantem, 42). 4. Relación entre Reino de Dios y fraternidad. Cfr. Francisco, Exhortación Apostólica «Evangelii gaudium», 24 de noviembre de 2013. «Evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios» (n. 176) El contenido del primer anuncio tiene una inmediata repercusión moral cuyo centro es la caridad (n. 177) La aceptación del primer anuncio, que invita a dejarse amar por Dios y a amarlo con el amor que él mismo nos comunica, provoca en la vida de la persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: desear, buscar y cuidar el bien de los demás. (n. 178) o En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos. Tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales. n. 180 Leyendo las Escrituras queda por demás claro que la propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación personal con Dios. Nuestra respuesta de amor tampoco debería entenderse como una mera suma de pequeños gestos personales dirigidos a algunos individuos necesitados, lo cual podría constituir una «caridad a la carta», una serie de acciones tendentes sólo a tranquilizar la propia conciencia. La propuesta es el Reino de Dios (cf. Lc 4,43); se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales. Buscamos su Reino: «Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura» (Mt 6,33). El 5 proyecto de Jesús es instaurar el Reino de su Padre; Él pide a sus discípulos: « ¡Proclamad que está llegando el Reino de los cielos!» (Mt 10,7). o «Toda la creación espera ansiosamente la revelación de los hijos de Dios». Toda la creación quiere decir también todos los aspectos de la vida humana. Nada de lo humano puede resultar extraño. n.181 El Reino que se anticipa y crece entre nosotros lo toca todo y nos recuerda aquel principio de discernimiento que Pablo VI proponía con relación al verdadero desarrollo: «Todos los hombres y todo el hombre».[145] Sabemos que «la evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre».[146] Se trata del criterio de universalidad, propio de la dinámica del Evangelio, ya que el Padre desea que todos los hombres se salven y su plan de salvación consiste en «recapitular todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo un solo jefe, que es Cristo» (Ef 1,10). El mandato es: «Id por todo el mundo, anunciad la Buena Noticia a toda la creación» (Mc 16,15), porque «toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios» (Rm 8,19). Toda la creación quiere decir también todos los aspectos de la vida humana, de manera que «la misión del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo tiene una destinación universal. Su mandato de caridad abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes de la convivencia y todos los pueblos. Nada de lo humano le puede resultar extraño» [147]. La verdadera esperanza cristiana, que busca el Reino escatológico, siempre genera historia. [145] Carta enc. Populorum Progressio (26 marzo 1967), 14: AAS 59 (1967), 264. [146] Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 29: AAS 68 (1976), 25. [147] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida, 380. o Dios quiere la felicidad de sus hijos también en esta tierra, aunque estén llamados a la plenitud eterna. n. 182 (…) Ya no se puede decir que la religión debe recluirse en el ámbito privado y que está sólo para preparar las almas para el cielo. Sabemos que Dios quiere la felicidad de sus hijos también en esta tierra, aunque estén llamados a la plenitud eterna, porque Él creó todas las cosas «para que las disfrutemos» (1 Tm 6,17), para que todos puedan disfrutarlas. De ahí que la conversión cristiana exija revisar «especialmente todo lo que pertenece al orden social y a la obtención del bien común».[149] o Una auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. n. 183 Por consiguiente, nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos. ¿Quién pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de san Francisco de Asís y de la beata Teresa de Calcuta? Ellos no podrían aceptarlo. Una auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades. La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos. Si bien «el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política», la Iglesia «no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia».[150] Todos los cristianos, también los Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor. De eso se trata, porque el pensamiento social de la Iglesia es ante todo positivo y propositivo, orienta una acción transformadora, y en ese sentido no deja de ser un signo de esperanza que brota del corazón amante de Jesucristo. Al mismo tiempo, une «el propio compromiso al que ya llevan a cabo en el campo social las demás Iglesias y Comunidades eclesiales, tanto en el ámbito de la reflexión doctrinal como en el ámbito práctico».[151] [149] Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in America (22 enero 1999), 27: AAS 91 (1999), 762. [150] Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 28: AAS 98 (2006), 239-240. [151] Pontificio Consejo «Justicia y Paz», Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 12. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana 

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