lunes, 26 de junio de 2017

Domingo de Ramos del 2013, Año C. En la procesión de los ramos, al inicio de la celebración, nos unimos a los que acompañaron al Señor con alegría en su entrada en Jerusalén. Ese acompañamiento irá acompañado por un “seguimiento interior”: una nueva orientación de nuestra existencia, estar a su disposición. Renunciar al propio yo y desprendernos de nosotros mismos; se trata de un cambio interior de la existencia. Nos exige que ya no estemos encerrados en nuestro yo, y no consideremos la autorrealización como la razón principal de la vida, sino que nos entreguemos a Otro, por la verdad, por amor, por Dios que, en Jesucristo os precede y nos indica el camino. Cfr. Domingo de Ramos, 21 de marzo de 2013.






1 Domingo de Ramos del 2013, Año C. En la procesión de los ramos, al inicio de la celebración, nos unimos a los que acompañaron al Señor con alegría en su entrada en Jerusalén. Ese acompañamiento irá acompañado por un “seguimiento interior”: una nueva orientación de nuestra existencia, estar a su disposición. Renunciar al propio yo y desprendernos de nosotros mismos; se trata de un cambio interior de la existencia. Nos exige que ya no estemos encerrados en nuestro yo, y no consideremos la autorrealización como la razón principal de la vida, sino que nos entreguemos a Otro, por la verdad, por amor, por Dios que, en Jesucristo os precede y nos indica el camino. Cfr. Domingo de Ramos, 21 de marzo de 2013. EL PERFIL DEL CRISTIANO: ES QUIEN ACOMPAÑA A CRISTO. EL SEGUIMIENTO EXTERIOR Y EL INTERIOR DE CRISTO 1. La procesión de Ramos Benedicto XVI, 1 de abril de 2007 o a) Es un testimonio que damos de Jesucristo, porque reconocemos a Jesús como Hijo de David, el Rey de la paz y de la justicia, como aquel que nos indica el camino, aquel del que nos fiamos y al que seguimos. En la procesión del domingo de Ramos nos unimos a la multitud de los discípulos que, con gran alegría, acompañan al Señor en su entrada en Jerusalén. Como ellos, alabamos al Señor aclamándolo por todos los prodigios que hemos visto. Sí, también nosotros hemos visto y vemos todavía ahora los prodigios de Cristo: cómo lleva a hombres y mujeres a renunciar a las comodidades de su vida y a ponerse totalmente al servicio de los que sufren; cómo da a hombres y mujeres la valentía para oponerse a la violencia y a la mentira, para difundir en el mundo la verdad; cómo, en secreto, induce a hombres y mujeres a hacer el bien a los demás, a suscitar la reconciliación donde había odio, a crear la paz donde reinaba la enemistad. La procesión es, ante todo, un testimonio gozoso que damos de Jesucristo, en el que se nos ha hecho visible el rostro de Dios y gracias al cual el corazón de Dios se nos ha abierto a todos. En el evangelio de san Lucas, la narración del inicio del cortejo cerca de Jerusalén está compuesta en parte, literalmente, según el modelo del rito de coronación con el que, como dice el primer libro de los Reyes, Salomón fue revestido como heredero de la realeza de David (cf. 1 R 1, 33-35). Así, la procesión de Ramos es también una procesión de Cristo Rey: profesamos la realeza de Jesucristo, reconocemos a Jesús como el Hijo de David, el verdadero Salomón, el Rey de la paz y de la justicia. Reconocerlo como rey significa aceptarlo como aquel que nos indica el camino, aquel del que nos fiamos y al que seguimos. Significa aceptar día a día su palabra como criterio válido para nuestra vida. Significa ver en él la autoridad a la que nos sometemos. Nos sometemos a él, porque su autoridad es la autoridad de la verdad. o b) Es también expresión de alegría, porque él nos concede ser sus amigos y porque nos ha dado la clave de la vida. La procesión de Ramos es —como sucedió en aquella ocasión a los discípulos— ante todo expresión de alegría, porque podemos conocer a Jesús, porque él nos concede ser sus amigos y porque nos ha dado la clave de la vida. Pero esta alegría del inicio es también expresión de nuestro "sí" a Jesús y de nuestra disponibilidad a ir con él a dondequiera que nos lleve. Por eso, la exhortación inicial de la liturgia de hoy interpreta muy bien la procesión también como representación simbólica de lo que llamamos "seguimiento de Cristo": "Pidamos la gracia de seguirlo", hemos dicho. La expresión "seguimiento de Cristo" es una descripción de toda la existencia cristiana en general. ¿En qué consiste? ¿Qué quiere decir en concreto "seguir a Cristo"? 2 o c) El seguimiento de Cristo interior: una nueva orientación de nuestra existencia, estar a su disposición. Renunciar al propio yo y desprenderse de sí mismo. Un cambio interior de la existencia. Al inicio, con los primeros discípulos, el sentido era muy sencillo e inmediato: significaba que estas personas habían decidido dejar su profesión, sus negocios, toda su vida, para ir con Jesús. Significaba emprender una nueva profesión: la de discípulo. El contenido fundamental de esta profesión era ir con el maestro, dejarse guiar totalmente por él. Así, el seguimiento era algo exterior y, al mismo tiempo, muy interior. El aspecto exterior era caminar detrás de Jesús en sus peregrinaciones por Palestina; el interior era la nueva orientación de la existencia, que ya no tenía sus puntos de referencia en los negocios, en el oficio que daba con qué vivir, en la voluntad personal, sino que se abandonaba totalmente a la voluntad de Otro. Estar a su disposición había llegado a ser ya una razón de vida. Eso implicaba renunciar a lo que era propio, desprenderse de sí mismo, como podemos comprobarlo de modo muy claro en algunas escenas de los evangelios. Pero esto también pone claramente de manifiesto qué significa para nosotros el seguimiento y cuál es su verdadera esencia: se trata de un cambio interior de la existencia. Me exige que ya no esté encerrado en mi yo, considerando mi autorrealización como la razón principal de mi vida. Requiere que me entregue libremente a Otro, por la verdad, por amor, por Dios que, en Jesucristo, me precede y me indica el camino. Se trata de la decisión fundamental de no considerar ya los beneficios y el lucro, la carrera y el éxito como fin último de mi vida, sino de reconocer como criterios auténticos la verdad y el amor. Se trata de la decisión fundamental de no considerar ya los beneficios y el lucro, la carrera y el éxito como fin último de mi vida, sino de reconocer como criterios auténticos la verdad y el amor. Se trata de la opción entre vivir sólo para mí mismo o entregarme por lo más grande. Y tengamos muy presente que verdad y amor no son valores abstractos; en Jesucristo se han convertido en persona. Siguiéndolo a él, entro al servicio de la verdad y del amor. Perdiéndome, me encuentro. 2. Revestirnos de Cristo El Evangelio de la procesión festiva que hemos leído hoy (Lucas 19, 28-40), nos dice que “según iba avanzando Jesús, la gente alfombraba el camino con los mantos” 1 . Un Padre de la Iglesia, nacido en Damasco (660-740), Arsobispo de Gortina (Creta), en un sermón sobre el Domingo de Ramos, que «nosotros deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo, no poniendo bajo sus pies nuestras túnicas o unas ramas inertes, que muy pronto perderían verdor, su fruto y su aspecto agradable, sino revistiéndonos de su gracia, es decir, de él mismo, pues los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os ha revestido de Cristo (Cfr. Gálatas 3,27). Así debemos ponernos a sus pies como si fuéramos unas túnicas». 3. “Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: - Maestro, reprende a tus discípulos. Él replicó -Os digo, que si estos callan, gritarán las piedras”. (Lucas 19, 28-40). Cfr. Romano Guardini, El Señor, Ed. Cristiandad, 2ª ed. 2005, Quinta Parte, Los últimos días, pp. 377-383 1 Cfr. Joseph Ratzinger – Benedicto XVI, Jesús de Nazaret 2 Ediciones Encuentro 2011, capítulo 1 La entrada en Jerusalén, pp. 11-22: “el echar los mantos tiene su sentido en la realeza de Israel (cf. 2 R 9,13). Lo que hacen los discípulos es un gesto de entronización en la tradición de la realeza davídica y, así, también en la esperanza mesiánica que se ha desarrollado a partir de ella. Los peregrinos que han venido con Jesús a Jerusalén se dejan contagiar por el entusiasmo de los discípulos; ahora alfombran con sus mantos el camino por donde pasa. Cortan ramas de los árboles y gritan palabras del Salmo 118, palabras de oración de la liturgia de los peregrinos de Israel que en sus labios se convierten en una proclamación mesiánica: «¡Hosanna, bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (Mc 11,9s; cf. Sal 118,25s). 3 La aceptación de Jesús como Mesías que viene en nombre del Señor no es fruto de una mera capacidad del hombre, sino un fruto del Espíritu Santo. o Lo que domina es la soberana potencia del Espíritu creador. Si el hombre decide sustraerse a este dominio, las «piedras» mismas vocearán su propio testimonio. Y los que alcanzan ese conocimiento no son los inteligentes, los superdotados, los genios, sino «el pueblo de la tierra», el hombre de la calle, el simple ser humano. Porque ese poder de penetración no es una mera capacidad del hombre, sino el Espíritu providente de Dios. En realidad, los que mejor pueden recibir ese Espíritu son precisamente los «niños de pecho», porque carecen de toda posibilidad de confundir ese Espíritu con los méritos del espíritu humano. Esos son los «pequeños», de los que habla Jesús; son los «niños, a los que pertenece el Reino de los cielos» (Mt 11,25; Mc 10,14). Lo que domina es la soberana potencia del Espíritu creador. Si el hombre decide sustraerse a este dominio, las «piedras» mismas vocearán su propio testimonio. o Para los judíos es «escándalo», y para los paganos, insensatez. Esta es la última hora, el último instante que Dios todavía ofrece. Pues bien, sus destinatarios, ¿serán capaces de encontrar la fuerza para actuar movidos por el Espíritu? ¿Podrán abrir de par en par al Reino de Dios esa puerta que parece desesperadamente cerrada? Si contemplamos la figura del Señor que se pasea por nuestras calles, si nos fijamos en sus acompañantes, si penetramos el sentido de los acontecimientos, entonces comprenderemos lo que quiere decir aquella palabra del Apóstol: «Para los judíos, escándalo; para los paganos, insensatez» (1 Cor 1,23). o Escándalo … Jesús podía hacer lo que quisiera: curar, ayudar, perdonar, colmar de favores a los débiles y enfermos, pero siempre se topaba con endurecimiento de corazón, calumnia de sus intenciones, blasfemia contra el Espíritu. Para los judíos, «escándalo»... Siempre ha sido así; la historia ha estado dominada por el escándalo. Surgió un día en Nazaret (véase el capítulo 8 de la primera parte de este libro). Y se ha ido multiplicando. Jesús podía decir lo que quisiera, pronunciar palabras repletas de fuerza y sabiduría divinas, pero invariablemente recibía una respuesta de áspera obstinación, de profunda desconfianza, aun de odio enconado. Jesús podía hacer lo que quisiera: curar, ayudar, perdonar, colmar de favores a los débiles y enfermos, pero siempre se topaba con endurecimiento de corazón, calumnia de sus intenciones, blasfemia contra el Espíritu. También ahora se presenta el escándalo. Cuando el templo se ve sacudido por oleadas de conmoción interna que barren la indiferencia, la enfermedad y la miseria humana, y que harían pensar que todos han de someterse a su poder y que la unidad que lleve el Reino de Dios a su cumplimiento debe estrechar sus vínculos, entonces se presentan los fariseos, y exigen una legitimación de ese modo de proceder. Profundamente indignados preguntan a Jesús si no oye las palabras blasfemas que profieren sus discípulos y si no va a acallar el absurdo griterío de los niños. Pero como son tan incapaces de percibir lo que reina en el ambiente, Jesús, después de su referencia a las piedras, que se pondrían a gritar si los hombres callaran, los deja plantados y se va de la ciudad. o Insensatez … La diferencia entre la entrada de Jesús y la de los héroes romanos victoriosos en la batalla. Cuando Dios viene al encuentro del hombre todo parece una locura. ¡Es difícil reconocer la manifestación de Dios! ¿Y la «insensatez», a los ojos de los paganos? Un estudioso advierte contra una posible tentación de comparar la llegada del Señor a Jerusalén con aquellas entradas triunfales que, como dice la historia, marcaban el «triunfo» de los grandes generales romanos. El héroe era un vencedor. Se había conseguido una victoria. Se ofrecía todo un despliegue de poder y de magnificencia. Las aclamaciones de la masa rodeaban al héroe, con la sensación de una presencia divina... En ese momento —apunta el exegeta— podríamos imaginar qué habría sentido aquel general romano colmado de los máximos honores y de la suprema autoridad si, mientras avanzaba sobre su espléndida cabalgadura, con su coraza resplandeciente y seguido de todo su ejército, que había extendido la dominación romana hasta los confines del mundo, hubiera visto a ese personaje de vestimenta raída, montado en un mísero pollino, con un vulgar manto por silla y aclamado por una masa de gente. Sólo pensarlo, da pena. ¡Pero así fue, en realidad! Ese es el panorama, cuando Dios viene al encuentro del hombre. Todo parece una locura, una sinrazón tan escandalosa que los que se consideran a sí mismos como justos y fieles a la ley empiezan a pensar en un proceso condenatorio. 4 En realidad, ni una sola vez se presenta el auténtico rostro de la pobreza. Y podría resultar de una fascinación sorprendente, pues no sólo existe el esplendor de la majestad y de la magnificencia, sino también el de una pobreza conmovedora y sublime, que actúa por la fuerza de su significado siempre enigmático. Pero los que se apiñan en torno a Jesús no son representantes de la verdadera pobreza. No lo son sus discípulos, como tampoco lo es el pueblo. Son gente normal, como la que vive en los talleres o en las tiendas, o pasea por las calles; gente como cualquiera de nosotros, seres humanos del montón, que no vive ni la plena exaltación de la gloria ni la ruina absoluta de la miseria. ¡Qué difícil es reconocer la manifestación de Dios! ¡Cuánto cuesta huir del escándalo de lo puramente rastrero y del escándalo de los que se tienen por justos! 4. De la Carta Pastoral para la Semana Santa 2013, del Cardenal Bergoglio, ahora Papa Francisco. 25 de febrero de 2013 Necesitamos convertirnos porque muchas veces tenemos la tentación de volver a las cebollitas de Egipto. a) “que todos los miembros de la Iglesia sepamos discernir los signos de los tiempos y crezcamos en la fidelidad al Evangelio; que nos preocupemos de compartir en la caridad las angustias y las tristezas, las alegrías y las esperanzas de los hombres, y así les mostremos el camino de la salvación” Hace años que todos trabajamos por lograr que la Iglesia esté en la calle tratando que se manifieste más la presencia de Jesús vivo. Es el esfuerzo de vivir aquello que rezamos tantas veces en la Misa “que todos los miembros de la Iglesia sepamos discernir los signos de los tiempos y crezcamos en la fidelidad al Evangelio; que nos preocupemos de compartir en la caridad las angustias y las tristezas, las alegrías y las esperanzas de los hombres, y así les mostremos el camino de la salvación” [P. E. V c ]. En mayor o menor medida muchas comunidades aceptaron ese desafío. Aparecida confirmó el camino y nos mostró que, para que no sea un chispazo, necesitábamos una conversión pastoral. La necesitamos continuamente porque muchas veces tenemos la tentación de volver a las cebollitas 2 de Egipto. Todos sabemos que la realidad de nuestras parroquias resulta acotada en relación a la cantidad de personas que hay y a las que no llegamos. b) “hacerse todo para todos para ganar a algunos para Cristo” La Iglesia que nos llama constantemente a una nueva evangelización nos pide poner gestos concretos que manifiesten la unción que hemos recibido. La permanencia en la unción se define en el caminar y en el hacer. Un hacer que no sólo son hechos sino un estilo que busca y desea poder participar del estilo de Jesús. El “hacerse todo para todos para ganar a algunos para Cristo” va por este lado. [Misa Crismal 2012 ] Notas de la redacción de Vida Cristiana sobre la añoranza del alimento de Egipto. 2 Números 11, 5-15: ¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos de balde en Egipto, y de los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos! 6 En cambio ahora tenemos el alma seca. No hay de nada. Nuestros ojos no ven más que el maná." 7 El maná era como la semilla del cilantro; su aspecto era como el del bedelio. 8 El pueblo se desparramaba para recogerlo; lo molían en la muela o lo majaban en el mortero; luego lo cocían en la olla y hacían con él tortas. Su sabor era parecido al de una torta de aceite. 9 Cuando, por la noche, caía el rocío sobre el campamento, caía también sobre él el maná.10 Moisés oyó llorar al pueblo, cada uno en su familia, a la puerta de su tienda. Se irritó mucho la ira de Yahveh. A Moisés le pareció mal, 11 y le dijo a Yahveh: "¿Por qué tratas mal a tu siervo? ¿Por qué no he hallado gracia a tus ojos, para que hayas echado sobre mí la carga de todo este pueblo? 12 ¿Acaso he sido yo el que ha concebido a todo este pueblo y lo ha dado a luz, para que me digas: "Llévalo en tu regazo, como lleva la nodriza al niño de pecho, hasta la tierra que prometí con juramento a sus padres?" 13 ¿De dónde voy a sacar carne para dársela a todo este pueblo, que me llora diciendo: Danos carne para comer? 14 No puedo cargar yo solo con todo este pueblo: es demasiado pesado para mí. 15 Si vas a tratarme así, mátame, por favor, si he hallado gracia a tus ojos, para que no vea más mi desventura." La Escritura también nos dice que cuando la estirpe de Abrahán emigró a Egipto, se integraron en la vida de una de las grandes potencias de la época. Su número aumentó rápidamente (Éxodo 1, 7ss.) y se sentaron “junto a las ollas de carne” y se acostumbraron a la seguridad y al bienestar. (Cfr. Romano Guardini, El Señor, Ed. Cristiandad, p. 213). Éxodo 16, 2-3: “2 Toda la comunidad de los israelitas empezó a murmurar contra Moisés y Aarón en el desierto. 3 Los israelitas les decían: "¡Ojalá hubiéramos muerto a manos de Yahveh en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta hartarnos! Vosotros nos habéis traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea." 5 c) El miedo o el cansancio nos pueden jugar una mala pasada llevándonos a que nos quedemos con lo ya conocido que no ofrece dificultades, nos da una escenografía parcial de la realidad y nos deja tranquilos. Salir, compartir y anunciar, sin lugar a dudas, exigen una ascesis de renuncia que es parte de la conversión pastoral. El miedo o el cansancio nos pueden jugar una mala pasada llevándonos a que nos quedemos con lo ya conocido que no ofrece dificultades, nos da una escenografía parcial de la realidad y nos deja tranquilos. Otras veces podemos caer en el encierro perfeccionista que nos aísla de los otros con excusas tales como: “Tengo mucho trabajo”, “no tengo gente”, “si hacemos esto o aquello ¿quién hace las cosas de la parroquia?”, etc. El miedo o el cansancio nos pueden jugar una mala pasada llevándonos a que nos quedemos con lo ya conocido que no ofrece dificultades, nos da una escenografía parcial de la realidad y nos deja tranquilos. Igual que en el año 2000 quisiera decirles: Los tiempos nos urgen. El miedo o el cansancio nos pueden jugar una mala pasada llevándonos a que nos quedemos con lo ya conocido que no ofrece dificultades, nos da una escenografía parcial de la realidad y nos deja tranquilos. No tenemos derecho a estar tranquilos y a querernos a nosotros mismos… Tenemos que salir a hablarle a esta gente de la ciudad a quien vimos en los balcones. Tenemos que salir de nuestra cáscara y decirles que Jesús vive, y que Jesús vive para él, para ella, y decírselo con alegría… aunque uno a veces parezca un poco loco. d) Acerca de los viejitos y de los jóvenes, de los vanidosos Cuántos viejitos están con la vida aburrida, que no les alcanza, a veces, el dinero ni para comprar remedios. A cuántos nenes les están metiendo en la cabeza ideas que nosotros recogemos como gran novedad, cuando hace diez años las tiraron a la basura en Europa y en los Estados Unidos, y nosotros se las damos como gran progreso educativo. Cuántos jóvenes pasan sus vidas aturdiéndose desde las drogas y el ruido, porque no tienen un sentido, porque nadie les contó que había algo grande. Cuántos nostálgicos, también los hay en nuestra ciudad, que necesitan un mostrador de estaño para ir saboreando grapa tras grapa y así ir olvidando. Cuánta gente buena pero vanidosa que vive de la apariencia, y corre el peligro de caer en la soberbia y en el orgullo. ¿Y nosotros nos vamos a quedar en casa? ¿Nos vamos a quedar en la parroquia, encerrados? ¿Nos vamos a quedar en el chimenterío parroquial, o del colegio, en las internas eclesiales? ¡Cuando toda esta gente nos está esperando! ¡La gente de nuestra ciudad! Una ciudad que tiene reservas religiosas, que tiene reservas culturales, una ciudad preciosa, hermosa, pero que está muy tentada por Satanás. No podemos quedarnos nosotros solos, no podemos quedarnos aislados en la parroquia y en el colegio. [EAC] e) La Semana Santa se nos presenta como una nueva oportunidad para …. La Semana Santa se nos presenta como una nueva oportunidad para desinstalar un modelo cerrado de experiencia evangelizadora que se reduce a “más de lo mismo” para instalar la Iglesia que es de “puertas abiertas” no porque sólo las abre para recibir sino que las tiene abiertas para salir y celebrar, ayudando a aquellos que no se acercan. Con estos pensamientos miro la próxima celebración de Ramos, es la fiesta del andar de Jesús en medio de su pueblo siendo bendición para todos los que se encontraban a su paso. Les ruego que no privaticemos la fiesta que es para todos y no para algunos. La Arquidiócesis ha hecho la opción de celebrarla misioneramente el sábado por la tarde, desde las columnas y puestos misioneros en las distintas Vicarías. Sin embargo la adhesión es todavía muy pobre. Por eso les pido a los Párrocos y a los responsables de los Colegios que convoquen y movilicen sus comunidades para ese momento fuerte de fe y anuncio con la certeza de que la vida de nuestros fieles se renueva cuando experimentan la belleza y alegría de acercarse a los hermanos para compartir la fe: “es imposible que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia”. [Evangelii nuntiandi 24] Les agradezco desde ya todo lo que hagan en este sentido. 6 5. La tentación del desánimo durante la peregrinación terrena de los hijos de Dios cfr. San Josemaría Escrivá, Surco, 133 «Después del entusiasmo inicial, han comenzado las vacilaciones, los titubeos, los temores. –Te preocupan los estudios, la familia, la cuestión económica y, sobre todo, el pensamiento de que no puedes, de que quizá no sirves, de que te falta experiencia de la vida. Te daré un medio seguro para superar esos temores –¡tentaciones del diablo o de tu falta de generosidad!–: "desprécialos", quita de tu memoria esos recuerdos. Ya lo predicó de modo tajante el Maestro hace veinte siglos: "¡no vuelvas la cara atrás!"» www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana 

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