lunes, 26 de junio de 2017

En la Solemnidad de Cristo Rey (2013). El Reino de Cristo. Reino de Dios, Reino de los Cielos, Reino de Cristo: son tres expresiones que indican la misma realidad. No se trata de una realización política sino de una realidad transformadora del hombre, obra del Espíritu Santo. Comienza en nosotros cuando acaba el reino del pecado. La pasión y la muerte Cristo se convierten en el «camino regio» que devuelve a la humanidad pecadora al paraíso perdido, es decir, al Reino de Cristo. Jesús ejerce su realeza desde la Cruz. Es un rey que salva con su sacrificio, con la donación de la vida. En la fiesta de Cristo Rey nos planteamos si Jesús reina en mí, si es Señor de mi vida. Si dejamos que Cristo reine en nuestra alma, no nos convertiremos en dominadores, seremos servidores de todos los hombres.





1 En la Solemnidad de Cristo Rey (2013). El Reino de Cristo. Reino de Dios, Reino de los Cielos, Reino de Cristo: son tres expresiones que indican la misma realidad. No se trata de una realización política sino de una realidad transformadora del hombre, obra del Espíritu Santo. Comienza en nosotros cuando acaba el reino del pecado. La pasión y la muerte Cristo se convierten en el «camino regio» que devuelve a la humanidad pecadora al paraíso perdido, es decir, al Reino de Cristo. Jesús ejerce su realeza desde la Cruz. Es un rey que salva con su sacrificio, con la donación de la vida. En la fiesta de Cristo Rey nos planteamos si Jesús reina en mí, si es Señor de mi vida. Si dejamos que Cristo reine en nuestra alma, no nos convertiremos en dominadores, seremos servidores de todos los hombres. Cfr. Solemnidad de Cristo Rey 24 nov. 2013, Ciclo C. Lucas 23, 35-43; Colosenses 1,12-20; Samuel 5, 1-3 Cfr.Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Anno C 2001, Piemme 1999, pp.339-343 ; Cfr. Raniero Cantalamessa, La Parola e la Vita, Anno C Città Nuova marzo 1998 pp.429-436 Lucas 23, 40-43: 35 El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el elegido!». 36 También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, 37 le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!». 38 Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey de los judíos». 39 Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». 40 Pero el otro le reprendía: - ¿Ni siquiera tú, que estás en el mismo suplicio, temes a Dios? 41 Nosotros estamos aquí justamente, porque recibimos lo merecido por lo que hemos hecho; opero éste no ha hecho ningún mal. 42 Y decía: - Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino. 43 Y le respondió: - En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso. Col 1, 12-20: 12 Gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. 13 El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, 14 en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados. 15 El es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, 16 porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él, 17 él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia. 18 El es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: El es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo, 19 pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, 20 y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos. La frase «Cristo reina» equivale a la profesión de fe «Cristo es Señor». «Para eso murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos» (Romanos 14,9). «Nadie puede decir: "Jesús es Señor", si no está movido por el Espíritu Santo» (1 Corintios 12,3). 1. Reino de Dios, Reino de los Cielos, Reino de Cristo Son tres expresiones que indican la misma realidad • La expresión Reino de Dios aparece en el Evangelio ciento veintidós veces, en boca de Jesús noventa de ellas: es semejante a una semilla, a un campo, a un tesoro escondido, a un banquete; el Reino de Dios está cerca, está en medio de vosotros ... Jesús inició su predicación, pidiendo a las gentes que se convirtiesen, “porque está al llegar el Reino de los Cielos” (Mateo 4, 15), que es la misma realidad. • En las lecturas de hoy encontramos una tercera expresión, el Reino de Cristo: - “Él (Dios Padre) nos arrebató del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención, el perdón de los pecados. (...) Pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos” (Colosenses 1, 13-14.20). - “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino” (Lucas 23,42). 2 • Reino de Dios, Reino de los Cielos y Reino de Cristo indican la misma realidad. Se trata de una realidad que significa el reinar o el Señorío de Dios, o el Señorío de Cristo. Es la soberanía de Dios que coincide con su voluntad; al mismo tiempo se refiere a la aceptación de esa voluntad por parte de nosotros. En la fiesta de Cristo Rey nos planteamos si Jesús reina en nosotros, si es el Señor de nuestra vida. Cfr.R. Cantalamessa, 21 noviembre 2004, Famiglia Cristiana o Vivir para uno mismo o para el Señor: significado La contradicción más radical que experimenta el hombre si tiene sentido cristiano de la vida, ya no es entre «vivir» y «morir», sino entre vivir «para sí mismo» y vivir «para el Señor»”. • “¿Es Cristo Rey y Señor de mi vida? ¿Quién reina dentro de mí, quién fija los objetivos y establece las prioridades: ¿Cristo u otro? Según San Pablo, existen dos modos posibles de vivir: «o para sí mismo o para el Señor» (Cf. Romanos 14,7-9). Vivir «para sí mismo» significa vivir como quien tiene en sí mismo el propio principio y el propio fin; indica una existencia cerrada en sí misma, orientada sólo a la propia satisfacción y a la propia gloria, sin perspectiva alguna de eternidad. Vivir «para el Señor», al contrario, significa vivir en vista de él, por su gloria, por su reino. Se trata verdaderamente de una nueva existencia frente a la cual la muerte misma ha perdido su carácter irreparable. La contradicción máxima que desde siempre experimenta el hombre –aquella entre la vida y la muerte— ha sido superada. La contradicción más radical ya no es entre «vivir» y «morir», sino entre vivir «para sí mismo» y vivir «para el Señor»”. La frase «Cristo Reina» equivale a la profesión de fe «Jesús es el Señor», que ocupaba un lugar central en la predicación de los apóstoles. • La solemnidad de Cristo Rey, como institución, es bastante reciente. Fue establecida por el Papa Pío XI en 1925. Pero aunque la institución de la fiesta sea reciente, no lo es su contenido ni su idea central, que es antiquísima y nace, se puede decir, con el cristianismo. La frase: «Cristo reina» tiene su equivalente en la profesión de fe: «Jesús es el Señor», que ocupa un lugar central en la predicación de los apóstoles (cfr. Raniero Cantalamessa, Famiglia Cristiana, 21-XI-2004). o Se trata de un conocimiento «superior», y hasta «sublime», de Cristo, que consiste en conocerlo y proclamarlo «Señor». Cfr. Raniero Cantalamessa, El Canto del Espíritu (Meditaciones sobre el Veni Creator), PPC 1999,Cap. XXXI pp. 377-391. • “San Pablo habla de un conocimiento «superior», y hasta «sublime», de Cristo, que consiste en conocerlo y proclamarlo «Señor» (cfr. Filipenses 3,8). Es la proclamación que, unida a la fe en la resurrección de Cristo, nos salva (cfr. Romanos 10,9). Y este conocimiento lo hace posible sólo el Espíritu Santo: «Nadie puede decir: "Jesús es Señor", si no está movido por el Espíritu Santo» (1 Corintios 12,3)”. La fuerza de esa proclamación: supone una decisión “La fuerza de esa proclamación está en que supone también una decisión. Quien la pronuncia decide sobre el sentido de su vida. Es como si dijera: «Tú eres mí Señor; yo me someto a ti, te reconozco libremente como mi salvador, mi jefe, mi maestro, aquel que tiene todos los derechos sobre mí». Este «para mí», es el motivo por el cual los demonios, en los Evangelios, no tienen dificultad en proclamar a Jesús como «Hijo de Dios» y «Santo de Dios», pero jamás dicen: «Sabemos quién eres: ¡eres el Señor!». En el primer caso, no hacen otra cosa que reconocer un dato de hecho que no depende de ellos y que no pueden cambiar; en el segundo, llegarían a someterse a Cristo, cosa que no pueden hacer”. 3 2. Algunas de las diversas afirmaciones que encontramos en la Escritura sobre el Reino de Dios. o a) Está ya en medio de nosotros (Lucas 17,21) No se trata de una realización política sino de una realidad transformadora del hombre, obra del Espíritu Santo. • Nuevo Testamento, Eunsa 1999, nota a Hechos 1, 6-11: Jesús está presente en la Iglesia con su palabra, con sus sacramentos y sobre todo con su Espíritu. En los Hechos de los Apóstoles (1, 6-8) leemos que le preguntan “¿es ahora cuando vas a restaurar el Reino de Dios?”, y Él contesta: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos”. Como se ve, los Apóstoles pensaban en la restauración temporal del reino de David, se reduce a un dominio nacional judío. En su respuesta, el Señor les dirá que “los planes de Dios están muy por encima de sus pensamientos; no se trata de una realización política sino de una realidad transformadora del hombre, obra del Espíritu Santo”. • Según leemos en el Prefacio, se trata de un “reino de la verdad y de la vida, de la santidad y de la gracia, de la justicia, del amor y de la paz”. o b) Significado de la petición «venga tu reino» (Mateo 6,10; Lucas 11,1-4) • Debe todavía venir en el sentido de que los hombres y la sociedad todavía están lejos de responder al proyecto de Dios. Debe venir también en el sentido de que todavía no ha llegado el tiempo final en el que el Reino llegará a su cumplimiento, cuando Jesús dirá: “Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo” (Mateo 25, 34). San Pablo describe en una de sus Cartas que Cristo entregará el Reino de Dios a Dios Padre, advirtiendo que esto no sucederá antes de que “todo haya sido sometido a Él” (1 Co 15, 24 ss); entonces Jesús se presentará ante su Padre para darle cuenta de que ha cumplido la misión que le fue encomendada. o c) buscad el Reino de Dios (Mateo 6,33; 13,44): comienza en nosotros cuando acaba el reino del pecado. • Por lo que se refiere al ámbito personal, la búsqueda del Reino de Dios en nuestra existencia consiste en que, como afirma san Pablo: “no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal” (Romanos 6,12). Aunque en el Bautismo ha sido destruido el pecado en el hombre, sin embargo mientras el cuerpo no sea «revestido de inmortalidad» (1 Corintios 15, 54 ss), puede el pecado volver a “reinar”, como explica San Pablo de modo convincente (Romanos 7,14-24; 8, 1-12): tras el pecado original, todo los hombres podemos vivir en este mundo o bien según el Espíritu, buscando a Dios por encima de todo y luchando contra las inclinaciones de la propia concupiscencia con su gracia, o bien según la carne, es decir, dejándonos llevar por las pasiones desordenadas. • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1426: (…) “La vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios (cf DS 1515). Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos (cf DS 1545; LG 40)”. • El Reino de Dios comienza en nosotros en el momento en que acaba el reino del pecado. Positivamente, buscar el Reino de Dios significa “crecer en el amor” (1 Tesalonicenses 3,12). No pueden coexistir el reino de Dios y el reino del pecado Cfr. Orígenes (185-254), presbítero, opúsculo sobre la oración, cap. 25 (en el Oficio de Lecturas, Solemnidad de Cristo Rey) • “Con respecto al reino de Dios, hay que tener también esto en cuenta: del mismo modo que no tiene que ver la luz con las tinieblas, ni la justicia con la maldad, ni pueden estar de acuerdo Cristo y el diablo, así tampoco pueden coexistir el reino de Dios y el reino del pecado (Cfr. 2 Co 6, 14-15). Por consiguiente, si queremos que Dios reine en nosotros, procuremos que de ningún modo «el pecado siga dominando nuestro cuerpo mortal» (Romanos 6,12), antes bien, mortifiquemos todo lo terreno que hay en nosotros (Cfr. Colosenses 3,5) y fructifiquemos por el Espíritu; de este modo, Dios se paseará por nuestro interior como por un paraíso espiritual y reinará en nosotros él solo con su Cristo, el cual se sentará en nosotros a la derecha de aquella virtud espiritual que deseamos alcanzar: se sentará hasta que todos sus enemigos que hay en nosotros sean puestos por estrado de sus pies, y sean reducidos a la nada en nosotros los principados, todos los poderes y todas las fuerzas”. Una petición de la oración colecta de hoy a Dios todopoderoso y eterno. • “Haz que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin”. 4 Es el Espíritu Santo quien nos da la gracia del arrepentimiento y de la conversión. • Es esta una realidad que aparece, con diversas palabras, en el Catecismo de la Iglesia Católica. El Espíritu Santo da “al corazón del hombre la gracia del arrepentimiento y de la conversión” ( Cfr. nn. 1098, 1433); ésta es “la primera obra de la gracia del Espíritu Santo” (cfr. n. 1989). Acerca de la eficacia ante Dios de un corazón contrito, el libro de los Salmos dice: • Salmo 51, 19: El sacrificio que Dios quiere es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias. • Salmo 147, 3: El Señor sana a los que tienen quebrantado el corazón, y venda sus heridas. 3. Hoy en el evangelio de S. Lucas (23, 35-43), se refieren las reacciones ante la Cruz de Cristo de los que estaban presentes en la crucifixión. o Jefes, soldados y dos malhechores • R. Cantalamessa, en Famiglia Cristiana, 21 noviembre 2004.Estaba el pueblo mirando; los jefes se burlaban diciendo: «A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido». También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: «Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!». Había encima de él una inscripción: «Este es el Rey de los judíos». Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». (...) En el momento de su muerte, se lee en el pasaje evangélico, sobre la cabeza de Cristo pendía una inscripción: «Este es el Rey de los judíos»; los presentes le desafiaban a mostrar abiertamente su majestad y muchos, también entre los amigos, se esperaban una demostración espectacular de esta realeza. Pero él elige manifestarla preocupándose de un solo hombre, un malhechor por añadidura: «“Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino”. Le respondió: “En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso”». • Esas reacciones se deben en parte a que siempre aparecerá como algo insólito el ver el título de rey sobre una cruz donde el «rey» está crucificado (“Encima de él había una inscripción: «Este es el Rey de los judíos»”). Ciertamente no es la imagen «normal» de un rey. Solamente hay dos personas que «ven» al rey en el crucificado: el buen ladrón (Lucas 23,42), y el centurión (Lucas 23, 47). 4. Jesús ejerce su realeza desde la Cruz. Es un rey que salva con su sacrificio, con la donación de la vida. o La pasión y la muerte de Cristo se convierten en el «camino regio» que devuelve a la humanidad pecadora al paraíso perdido, es decir, al Reino que Cristo ha venido a reconstruir, después de que el hombre lo había demolido” • “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23, 43). Jesús “evoca la página fundamental con la que se abre la Biblia, la del «paraíso» del Edén, del que fue expulsado el hombre por su pecado y por su rebelión y al que vuelve ahora con la guía de Cristo” (en Ravasi, o.c. p. 340). “La pasión y la muerte de Cristo se convierten en el «camino regio» que devuelve a la humanidad pecadora al paraíso perdido, es decir, al Reino que Cristo ha venido a reconstruir, después de que el hombre lo había demolido” (Ravasi, p. 343). • Acerca del buen ladrón, nos dice San Juan Crisóstomo: “Este ladrón ha robado el paraíso. Nadie antes de él escuchó una promesa semejante, ni Abrahán, ni Isaac, ni Jacob ni Moisés, ni los profetas o los apóstoles: el ladrón entró antes que todos ellos. Pero también su fe fue superior a la de todos ellos. Él vio a Jesús atormentado y lo adoró como si estuviese en la gloria. Lo vio clavado a una cruz y le suplicó como se estuviese en un trono. Lo vio condenado y la pidió una gracia como a un rey. ¡O admirable malhechor! ¡Has visto un hombre crucificado y lo has proclamado Dios!” (en Ravasi o.c. p. 343). o Descripción de la Realeza de Cristo en la 2ª Lectura y en el Evangelio • El Himno, que el Apóstol San Pablo recoge en su Carta (2ª Lectura) nos describe la Realeza, el Señorío, de Cristo: "Él es el Principio", "el Primero en todo"; "Él es el Primogénito de toda criatura", "el Primogénito de entre los muertos ", "la Imagen de Dios Invisible "; "Por medio de El fueron creadas todas las cosas" y "por medio de Él quiso Dios reconciliar todos los seres". También recuerda que «ha reconciliado para él todas las cosas, pero pacificándolas mediante la sangre de su cruz». • “Venciendo con la muerte en la cruz el mal y el poder del pecado con su total obediencia de amor, Él ha 5 traído a todos la salvación” (Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia, 10). • Desde el primer momento en que fue elevado en la Cruz (la elevación sobre la cruz es la exaltación gloriosa de Cristo: Juan 12, 32-33; 3, 13-16; 8,28), Jesús ejerce su Ministerio Real: "Te lo aseguro - le dice al malhechor arrepentido -: Hoy estarás conmigo en el Paraíso". o Juan 3,14: Y como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre. Biblia de Jerusalén • «Para Juan, el Hijo del hombre debe ser «elevado» en la cruz (3,14); 8,28; 12,34), pero esto es el primer paso que debe llevarle junto a Dios (12,33+), en la gloria (12,23; 13,31); ver 1,51+, donde reinará después de destronar al Príncipe de este mundo (12, 31-32). Al subir al cielo, el Hijo del hombre no hará sino retornar a su lugar propio, recobrar la gloria que tenía antes de la creación del cosmos (17,5); ver 3,13; 1,14+». o Jesús exaltado en la cruz, es salvación para todos los que le miren con fe. Sagrada Biblia, Nuevo Testamento, Eunsa (Juan 3, 1-21) Nadie se libera del pecado por sí mismo y por sus propias fuerzas ni se eleva sobre sí mismo; nadie se libera completamente de su debilidad, o de su soledad, o de su esclavitud. • «También Jesús exaltado en la cruz, es salvación para todos los que le miren con fe. “Las palabras de Cristo son al mismo tiempo de juicio y de gracia, de muerte y de vida. Porque solamente dando muerte a lo viejo podemos acceder a la nueva vida. (...) Nadie se libera del pecado por sí mismo y por sus propias fuerzas ni se eleva sobre sí mismo; nadie se libera completamente de su debilidad, o de su soledad, o de su esclavitud. Todos necesitan a Cristo, modelo, maestro, libertador, salvador, vivificador» (C. Vaticano. II, Ad gentes 8). o El Prefacio de la Solemnidad de hoy expresa bien la unión entre sacrificio y realeza • «Has consagrado Sacerdote eterno y Rey del universo a tu Hijo unigénito, nuestro Señor Jesucristo, para que, ofreciéndose a sí mismo como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención humana; y sometiendo a su poder la creación entera, entregara a tu majestad infinita un Reino eterno y universal.». o La misma realidad se refleja en diversos números del Catecismo de la Iglesia Católica • CEC 160: el Reino de Dios «crece por el amor con que Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia El» (DV 11). • CEC 542: Cristo « realizará la venida de su Reino por medio del gran Misterio de su Pascua: su muerte en la Cruz y su Resurrección. «Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32). A esta unión con Cristo están llamados todos los hombres (Cf LG 3) • CEC 550: Por la Cruz de Cristo será definitivamente establecido el Reino de Dios: «Regnavit a ligno Deus» («Dios reinó desde el madero de la Cruz») (Himno «Vexilla Regis). • CEC 2816: En el Nuevo Testamento, la palabra "basileia" se puede traducir por realeza (nombre abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (de reinar, nombre de acción). El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Ultima Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre. (...) 5. La vocación cristiana en cuanto participación en la realeza de Cristo: los cristianos reinamos sirviendo. Servir y reinar. o a) La dignidad de la vocación cristiana se expresa en la disponibilidad a servir, según el ejemplo de Cristo, que « no ha venido para ser servido, sino para servir». Cfr. Juan Pablo II, Enc. Redemptor hominis, n. 21: • “El Concilio Vaticano II, construyendo desde la misma base la imagen de la Iglesia como Pueblo de Dios --a través de la indicación de la triple misión del mismo Cristo, participando en ella, nosotros formamos verdaderamente parte del pueblo de Dios-- ha puesto de relieve también esta característica de la vocación cristiana, que puede definirse « real ». Para presentar toda la riqueza de la doctrina conciliar, haría falta citar numerosos capítulos y párrafos de la Constitución Lumen gentium y otros documentos conciliares. En medio 6 de tanta riqueza, parece que emerge un elemento: la participación en la misión real de Cristo, o sea el hecho de re-descubrir en sí y en los demás la particular dignidad de nuestra vocación, que puede definirse como « realeza ». Esta dignidad se expresa en la disponibilidad a servir, según el ejemplo de Cristo, que « no ha venido para ser servido, sino para servir ».(Mt 20, 28). Si, por consiguiente, a la luz de esta actitud de Cristo se puede verdaderamente « reinar » sólo « sirviendo », a la vez el «servir » exige tal madurez espiritual que es necesario definirla como el « reinar». Para poder servir digna y eficazmente a los otros, hay que saber dominarse, es necesario poseer las virtudes que hacen posible tal dominio. Nuestra participación en la misión real de Cristo --concretamente en su « función real » (munus)-- está íntimamente unida a todo el campo de la moral cristiana y a la vez humana”. o b) El pueblo de Dios realiza su «dignidad regia» viviendo conforme a esta vocación de servir con Cristo. Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica • n. 786: El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo. Cristo ejerce su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección (Cf Juan 12, 32). Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo «venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20, 28). Para el cristiano, «servir es reinar» (Lumen Gentium 36) particularmente «en los pobres y en los que sufren» donde descubre «la imagen de su Fundador pobre y sufriente» (Lumen Gentium 8). El pueblo de Dios realiza su «dignidad regia» viviendo conforme a esta vocación de servir con Cristo. La señal de la cruz hace reyes a todos los regenerados en Cristo, y la unción del Espíritu Santo los consagra sacerdotes; y así, además de este especial servicio de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y perfectos deben saber que son partícipes del linaje regio y del oficio sacerdotal. ¿Qué hay más regio que un espíritu que, sometido a Dios, rige su propio cuerpo? ¿Y qué hay más sacerdotal que ofrecer a Dios una conciencia pura y las inmaculadas víctimas de nuestra piedad en el altar del corazón (S. León Magno, serm. 4, 1)? o c) Si dejamos que Cristo reine en nuestra alma, no nos convertiremos en dominadores, seremos servidores de todos los hombres. Cfr. San Josemaría, Homilía «Cristo Rey» (Es Cristo que pasa), n. 182 • Si dejamos que Cristo reine en nuestra alma, no nos convertiremos en dominadores, seremos servidores de todos los hombres. Servicio. ¡Cómo me gusta esta palabra! Servir a mi Rey y, por El, a todos los que han sido redimidos con su sangre. ¡Si los cristianos supiésemos servir! Vamos a confiar al Señor nuestra decisión de aprender a realizar esta tarea de servicio, porque sólo sirviendo podremos conocer y amar a Cristo, y darlo a conocer y lograr que otros más lo amen. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana 

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