miércoles, 21 de junio de 2017

Pasiones y afectos en la vida moral. No se puede plantear una teología moral adecuada al ser humano sin que se tome en serio el papel que juegan las pasiones y afectos en nuestras vidas. Tenemos hambre de amistad y sed de conocimiento, inteligencia, belleza y sabiduría. Estamos hechos para abrirnos, para recibir algo; somos receptivos; crecemos cuando amamos y morimos cuando odiamos; son indispensables la reconciliación y la curación; los corazones endurecidos, amargos e inflexibles son dignos de horror. La esencia de la vida moral es la curación de la indigencia por medio del único Amor capaz de plenificar todas las cosas.



1 Pasiones y afectos en la vida moral. No se puede plantear una teología moral adecuada al ser humano sin que se tome en serio el papel que juegan las pasiones y afectos en nuestras vidas. Tenemos hambre de amistad y sed de conocimiento, inteligencia, belleza y sabiduría. Estamos hechos para abrirnos, para recibir algo; somos receptivos; crecemos cuando amamos y morimos cuando odiamos; son indispensables la reconciliación y la curación; los corazones endurecidos, amargos e inflexibles son dignos de horror. La esencia de la vida moral es la curación de la indigencia por medio del único Amor capaz de plenificar todas las cosas. Cfr. Paul J. Wadell, La primacía del amor, ed. Palabra 2002. cap. V Las pasiones y los afectos en la vida moral: explorando la primacía del amor, pp. 145-166 PASIONES Y AFECTOS EN LA VIDA MORAL ................................................................................................... 1 Necesidad de las pasiones y los afectos en la vida moral .......................................................................... 2 Amor y apatía ...................................................................................................................................................... 2 El esquema de la vida moral que expone Tomás: el amor empeñado en la búsqueda de su plenitud en el gozo. No se puede plantear una teología moral adecuada al ser humano sin que se tome en serio el papel que juegan las pasiones y afectos en nuestras vidas. ............................................................................................................ 2 Si los afectos están en el corazón de la vida, ¿pueden ser ellos mismos el centro de la bondad? Para ser buenos, tenemos que estar comprometidos con algo que verdaderamente nos importe, tiene que haber algo que apreciemos, alguna pasión primordial que sirva de guía para nuestra vida. ................................................................. 3 Necesitamos un amor que nos haga felices y porque nos hace buenos. ............................................................ 3 I. SER HOMBRE ES SER APASIONADO. ESTAMOS HECHOS PARA RECIBIR AL MUNDO PP. 147-156 .................................................................................................................................................................. 3 El apetito: término que explica las pasiones y afectos ....................................................................................... 3 Los apetitos reconocen una necesidad; tenemos apetitos porque experimentamos nuestra indigencia y buscamos lo que nos ayude a solucionar esa necesidad ...................................................................................... 3 Los seres humanos son criaturas con apetitos pp. 149-150 ...................................................................... 4 Tenemos hambre de amistad y sed de conocimiento, inteligencia, belleza y sabiduría. Respondemos con interés y esperanza a todos los bienes de este mundo que pueden cubrir nuestras necesidades. Somos apetitos, somos criaturas indigentes. ................................................................................................................... 4 Los apetitos son signos de actividad, pero su actividad es una respuesta a algo cuyo bien ya ha actuado sobre nosotros. Los apetitos responden, se mueven solo porque ya han sido antes interpelados por la bondad de otra cosa.............................................................................................................................................. 4 ¿Qué se siente al enamorarse? Las palabras que usamos para describir el enamoramiento indican que intentamos conocer a alguien después de sentir su inconfundible bondad. Nos atraen porque, de alguna manera, su encanto ha llegado directamente al alma, a veces antes de ser conscientes de ello. ...................... 4 Una anatomía del amor pp. 151-153 ......................................................................................................... 5 El amor tiene su origen en el amado, en el objeto apetecible. Al principio somos pasivos y no creamos los valores que nos atraen. ......................................................................................................................................... 5 Hay relaciones que marcan profundamente nuestras vidas y nos transforman interiormente. .......................... 5 El amor: es una apertura continua a todo lo que es bueno pp. 153-156 ................................................... 6 Estamos hechos para abrirnos, para recibir algo; somos receptivos; crecemos cuando amamos y morimos cuando odiamos; son indispensables la reconciliación y la curación; los corazones endurecidos, amargos e inflexibles son dignos de horror. ......................................................................................................................... 6 El universo moral es un universo de interrelaciones profundas, de continua influencia mutua. Estamos interconectados por nuestra necesidad, pero también por nuestra capacidad de hacernos felices y enriquecernos unos a otros................................................................................................................................... 6 La bondad es percibida en el nivel más profundo de nuestro ser: y, una vez adquirida, se hace parte integrante de nosotros porque recibimos su «forma. .......................................................................................... 7 Durante la primera fase somos pasivos, no actuamos sino recibimos; sin embargo, en la segunda fase somos activos, respondemos con la intención de acercarnos enamorados a lo que sabemos que es bueno. ..... 7 II. LO QUE SIGNIFICA LLAMAR PASIÓN AL AMOR PP. 157-166 ................................................................... 8 Somos deficientes; necesitamos recibir lo que nos falta. Una pasión es signo de una deficiencia: Tomás llama pasión al amor. Nuestra perfección llegará gracias a la recepción de un bien que nos falta, que nos llegará por mano ajena. ........................................................................................................................................ 8 Superaremos nuestra indigencia principalmente por nuestra apertura a lo que tiene bondad y poder para darnos una vida más plena, no por nuestros propios esfuerzos, sino porque estemos dispuestos a «padecer» el amor de alguien que puede darnos plenitud. ................................................................................................. 8 Por qué el amor es la suma vulnerabilidad pp. 159-161 .......................................................................... 9 El amor nos perfecciona no porque alcanzamos la perfección por lo que hacemos, sino porque nos lleva a lo que nos llena. El amor nos abre gradualmente al Amor del que vienen todas las cosas. ............................... 9 Cuanto más nos acercamos a Dios, somos mejores. .......................................................................................... 9 En la vida moral, nosotros somos los `pacientes' y Dios es el `agente,' es decir, que Dios es el que actúa y nosotros los que debemos abrirnos para recibir. Somos pacientes tratados y sanados por el amor divino. ...... 9 2 La esencia de la vida moral es la curación de la indigencia por medio del único Amor capaz de plenificar todas las cosas. ................................................................................................................................................... 10 La caridad es la apertura apasionada a Dios pp. 161-164 .................................................................... 10 Para Tomás las virtudes están ancladas en el amor entendido como una pasión, así que cuanto más ............... crecemos en las virtudes más dependemos de ese amor. La actividad de las virtudes no nos vuelva más independientes ni autosuficientes sino que nos vincula más a Dios. ................................................................ 10 Las virtudes nos perfeccionan porque, cuando amamos, nos dejamos transformar; cuando padecemos el amor de Dios somos curados al recibir el amor que nos redime. ..................................................................... 11 Por qué la caridad nos hace divinos pp. 164-166 ................................................................................... 11 Dado que el amor es una pasión, cuando amamos estamos conformándonos con nuestro amado. Amar es dejarse recrear por la bondad. En el caso de la caridad somos recreados por la bondad divina. ..................... 11 Amar a Dios nos inquieta porque tener caridad implica centrarse en Dios: ceder el control y perder el gobierno de nuestro ser; dejar que Dios dirija nuestra vida por sus criterios. Amar es dejar que el otro te posea y así encontramos nuestra identidad. ................................................................................................ 11 Por ello, estar decididos a amar es estar dispuestos a morir. La muerte es un requisito del amor. ................. 12 Conclusión/resumen de este capítulo p. 166 ............................................................................................. 12 Necesidad de las pasiones y los afectos en la vida moral Lo esencial de la vida moral es que coincidan nuestros sentimientos con lo que es lo mejor para nosotros. Somos por naturaleza seres amantes, pero debemos aprender a amar las cosas adecuadas de modo apropiado. Hemos de educar nuestros afectos para que reaccionemos correctamente a todo lo que tenemos delante, amando lo bueno, odiando lo que es malo, sintiendo tristeza por la pérdida de lo que es realmente un bien, ira cuando lo vemos amenazado y temor cuando cabe la posibilidad de que sea vencido. Al contrario de lo que muchos piensan y de cómo muchas veces se ha interpretado el pensamiento del Aquinate, lo que importa en la vida moral no es negar las pasiones o intentar reprimirlas, sino cultivarlas hasta que nos faculten para hacer bien. La vida moral cristiana, insiste Tomás, no requiere extirpación de las pasiones, sino su transformación. La moralidad necesita de las pasiones porque, solo cuando algo nos importa, somos capaces de hacer alguna cosa. Tomás valora los sentimientos, las pasiones y las emociones en su justo punto. Para él, la moralidad se mantiene gracias cultivo de un amor correcto al que permitimos la dirección nuestras vidas. Amor y apatía Todos somos conscientes de esto: cuanto más fuertemente sentimos algo, más fácil es hacerlo por lo que, si amamos algo profunda y apasionadamente, nos empeñaremos en conseguirlo. Por eso vemos muy claro el peligro de la apatía. Ser apático significa quedarse impasible ante todas las cosas, ser insensible a ellas; afectivamente hablando es estar muerto para todo, incluido el bien. Amar, sin embargo es estar vivo para el bien, es experimentar la hermosura del mundo y responder a ella. Cuando amamos algo, lo buscamos, construimos nuestras vidas en orden a conseguirlo, y cuando logramos lo que deseamos, nos encontramos con el gozo. El esquema de la vida moral que expone Tomás: el amor empeñado en la búsqueda de su plenitud en el gozo. No se puede plantear una teología moral adecuada al ser humano sin que se tome en serio el papel que juegan las pasiones y afectos en nuestras vidas. Este es el esquema de la vida moral que expone Tomás: el amor empeñado en la búsqueda de su plenitud en el gozo. Sabe que es necesario sentir para poder actuar; por eso, nuestras pasiones y afectos le parecen cruciales y no los desprecia en su discusión sobre la vida moral. Son el eje de la vida moral, porque lo que al final llegamos a hacer gira sobre lo que amamos y sobre cómo lo amamos, sobre lo que escogemos para hacernos felices y sobre lo que nos puede entristecer. En este sentido, el amor conforma todo lo que hacemos porque el deseo de lo que amamos nos mueve a su búsqueda a través de la acción. En nuestra vida se dan una multitud de amores y empeños, y cada uno de ellos guía, forma y transforma nuestra vida. Y Tomás lo sabe. No se puede plantear una teología moral adecuada al ser humano sin que se tome en serio el papel que juegan las pasiones y afectos en nuestras vidas. Nuestros sentimientos son parte fundamental e indispensable de nuestra existencia y Tomás quiere 3 establecer un diálogo con ellos para definir su papel en la vida moral y descubrir por qué tienen tanto poder sobre nosotros. Despreciarlos sería ignorar una parte vital de nosotros mismos; considerarlos irrelevantes en una discusión sobre la moralidad es plantear una ética que solo puede dañar. Si los afectos están en el corazón de la vida, ¿pueden ser ellos mismos el centro de la bondad? Para ser buenos, tenemos que estar comprometidos con algo que verdaderamente nos importe, tiene que haber algo que apreciemos, alguna pasión primordial que sirva de guía para nuestra vida. Ahora bien, si los afectos están en el corazón de la vida, ¿pueden ser ellos mismos el centro de la bondad? Esto precisamente es lo que se cuestiona Tomás al comienzo de su análisis sobre las pasiones y los afectos. Sabe que debe existir un modo por el que los sentimientos nos faciliten, en vez de impedirnos, nuestra búsqueda de la bondad. Él intuye que, para ser buenos, tenemos que estar comprometidos con algo que verdaderamente nos importe, tiene que haber algo que apreciemos, alguna pasión primordial que sirva de guía para nuestra vida. Sabe que las personas buenas son grandes amantes, y así, quiere descubrir qué es lo que aman. Ve con claridad que la plenitud moral no reside en evitar las pasiones, sino en cultivarlas mediante un amor adecuado. Necesitamos un amor que nos haga felices y porque nos hace buenos. Por tanto, lo que necesitamos es un amor que nos haga felices y porque nos hace buenos. Con esta idea en la mente Tomás empieza la exploración de nuestros corazones. Primero considera lo que indican las pasiones sobre la naturaleza humana y cómo se pueden perfeccionar. En segundo lugar, dirigimos la mirada en particular a la pasión del amor y la importancia que tiene para el Aquinate. Nuestras reflexiones estarán vinculadas a los análisis que hace Tomás de las pasiones y afectos en las cuestiones veintidós y veintiséis de la Prima Secundae (ST, I-II, 22,2; 26,2). I. SER HOMBRE ES SER APASIONADO. ESTAMOS HECHOS PARA RECIBIR AL MUNDO pp. 147-156 El apetito: término que explica las pasiones y afectos El término que emplea más generalmente el Aquinate para explicar las pasiones y afectos es el de «apetito». Cree que es una adecuada descripción. Entendemos que «tener apetito» es ansiar algo que deseamos y de lo que carecemos Si no comemos en mucho tiempo, tenemos apetito de comida; si nos sentimos solos y tristes, tenemos apetito de compañeros o actividad. Si estamos agobiados, quizás tendremos apetito de soledad; si estamos cansados por el trabajo o las responsabilidades cotidianas, tendremos apetito de ocio. El apetito tiende a algo percibido como bueno, pero que nos falta. Lo deseamos porque lo vemos conveniente, pero al faltarnos sentimos necesidad: necesidad de la comida que pondrá fin al hambre, necesidad de los amigos que nos consolarán, necesidad del silencio que aquietará nuestras vidas. Tener apetito es tender hacia aquello que creemos bueno y necesario para nosotros. Los apetitos reconocen una necesidad; tenemos apetitos porque experimentamos nuestra indigencia y buscamos lo que nos ayude a solucionar esa necesidad Los apetitos tienen su origen en el reconocimiento de una necesidad, somos conscientes de nuestra indigencia y vemos algo que creemos que nos ayudará, por eso lo consideramos bueno. Deseamos algo porque nos parece que es al menos una respuesta parcial a nuestra necesidad. Y es al reconocer esta bondad, cuando respondemos con un intento de alcanzarlo, buscarlo y poseerlo. Tenemos apetitos porque experimentamos profundamente nuestra indigencia y estamos alerta ante las posibles soluciones a nuestras necesidades. Por eso, cuando encontramos algo que sentimos que nos acercará a la plenitud, lo deseamos. Los apetitos se arraigan en la necesidad; son el modo que tiene la naturaleza de dar respuesta a nuestras carencias, se desarrollan en el reconocimiento de que nos falta algo que necesitamos para crecer y desarrollarnos. Pero se fundamentan en la conciencia de la imposibilidad de aportar nosotros mismos estos bienes, ya que provienen de fuera porque son externos a nosotros mismos. Nos 4 seducen, nos llaman y nos tientan por su valor. Son bienes que no nos podemos dar, sino solo recibir, así que, cuando experimentamos su bondad, intentamos alcanzarlos para hacerlos parte de nuestras vidas. Los seres humanos son criaturas con apetitos pp. 149-150 Tenemos hambre de amistad y sed de conocimiento, inteligencia, belleza y sabiduría. Respondemos con interés y esperanza a todos los bienes de este mundo que pueden cubrir nuestras necesidades. Somos apetitos, somos criaturas indigentes. En la descripción de los apetitos que hace el Aquinate se sugiere que el hombre es por naturaleza una criatura llena de apetitos, de fuertes tendencias. Ciertamente, el ser humano es aquel cuya naturaleza es en verdad apetito y deseo. Todo su ser tiende hacia cualquier bien que le promete una plenitud de vida. Tiene hambre de perfección, está hambriento de una plenitud que le viene dada desde fuera y que solo puede recibir. Vivimos conscientes de nuestra necesidad, tenemos hambre de amistad porque nos ha faltado el amor y el afecto, tenemos sed de conocimiento, inteligencia, belleza y sabiduría. Nos emociona la belleza de un paisaje, y aún más la amabilidad de un desconocido. Sentimos en lo más íntimo nuestra indigencia, es la raíz de nuestro ser. En consecuencia, respondemos con interés y esperanza a todos los bienes de este mundo que pueden cubrir nuestras necesidades. Somos apetitos, somos criaturas indigentes, con hambre de lo que nos puede saciar, lo que, de paso, puede ayudarnos a entender por qué el pan y el vino son los símbolos más apropiados para que un pueblo hambriento celebre la eucaristía 1 . Los apetitos son signos de actividad, pero su actividad es una respuesta a algo cuyo bien ya ha actuado sobre nosotros. Los apetitos responden, se mueven solo porque ya han sido antes interpelados por la bondad de otra cosa. Es importante comprender que las pasiones y afectos, como apetitos, son activos en un sentido secundario. En verdad el término apetito sugiere que intentamos alcanzar algo que intuimos como bueno, pero cuya acción no ha tenido su principio en nosotros, sino en el objeto que nos atrae. Los apetitos son signos de actividad, describen cómo nos movemos hacia lo que es bueno, pero su actividad es una respuesta a algo cuyo bien ya ha actuado sobre nosotros. Los apetitos responden, se mueven sólo porque ya han sido antes interpelados por la bondad de otra cosa. Consideremos un momento cómo sabemos que algo es bueno. No declaramos su valor: lo sentimos. Si escuchamos una sinfonía de Mozart, aunque decimos que es bella, es más bien la misma música la que nos transmite esta idea. Al estar ante el Gran Cañón, no somos nosotros los que le damos valor, sino es el propio Cañón el que nos dice «soy bello». Reaccionamos ante una sinfonía de Mozart, del Gran Cañón o de un cuadro de Monet, porque primero cada uno de ellos nos ha mostrado su bondad. Respondemos a una bondad aprehendida, a un valor percibido primeramente. ¿Qué se siente al enamorarse? Las palabras que usamos para describir el enamoramiento indican que intentamos conocer a alguien después de sentir su inconfundible bondad. Nos atraen porque, de alguna manera, su encanto ha llegado directamente al alma, a veces antes de ser conscientes de ello. ¿Qué se siente al enamorarse? Las palabras que usamos para describir la experiencia nos indican que intentamos conocer a alguien únicamente después de sentir su inconfundible bondad. Nos atraen porque, de alguna manera, su encanto ha llegado directamente al alma. Por eso nos enamoramos a veces antes de ser conscientes de ello. Algo suyo, su bondad, su belleza, su singularidad, nos ha hablado, nos ha afectado, nos ha impresionado tan profundamente que ineludiblemente nos movemos hacia ello como respuesta. Desear algo sólo es posible porque 1 1 Cfr. J. MOUROUX, The Christian Experience, o.c., pp. 237-238. 5 hemos experimentado primero su bondad. Una vez descubierta esta bondad, nos acercamos para conocerla más plenamente, para no perder ese bien ya gustado. Así explica Tomás el proceso: «De la misma manera, el objeto apetecible da al apetito primeramente una cierta adaptación para con él, que es la complacencia en lo apetecible; de la cual se sigue el movimiento hacia lo apetecible. Porque `el movimiento apetitivo es circular' como se dice en el III De anima [de Aristóteles]. Lo apetecible mueve el apetito, introduciéndose en cierto modo en su intención; y el apetito tiende a conseguir realmente lo apetecible, de manera que el fin del movimiento esté allí donde estuvo su principio» (ST, I-II, 26,2). Una anatomía del amor pp. 151-153 El amor tiene su origen en el amado, en el objeto apetecible. Al principio somos pasivos y no creamos los valores que nos atraen. ¿Qué pasa aquí? ¿Qué quiere exponer Tomás? Nos está ofreciendo una anatomía del amor según la cual éste tiene su origen no tanto en uno mismo cuanto en el amado, el objeto apetecible que actúa en nosotros de modo que nos transforma. Esto es lo que quiere decir Tomás cuando escribe: «el objeto apetecible da al apetito primeramente una cierta adaptación para con él, que es la complacencia en lo apetecible». El objeto apetecible trabaja en nosotros, su bondad nos penetra y nos cambia. Sentimos su bondad, nos impresiona; en cierto modo, se hace parte de nosotros. En otras palabras, actuamos hacia lo que amamos porque primero actuó en nosotros. La iniciativa no nos pertenece. Al principio somos pasivos en cuanto que no creamos estos valores. Los sentimos, los experimentamos, nos emocionan y nos conmueven. Somos pasivos en cuanto que respondemos solamente porque primero actuaron en nosotros. Sentimos la bondad del mundo, sentimos que nos cautiva y nos entregamos a ese amor. Vivimos interpelados por un mundo rico en valores, lleno de maravillas, un mundo atractivo, complejo y seductor. Contemplamos su bondad y nos emociona: la bondad de lo que tenemos delante nos deja huella. Por eso, nos encanta un buen cuadro o una rara flor, y por eso también nos enamoramos de la belleza de una persona. La bondad de la vida nos traspasa y deja su sello en el alma. Ser «marcado» por la belleza de otro conlleva un cambio para siempre, porque no podemos dejar atrás esta bondad: forma parte ya de lo que somos y, no podemos olvidarlo porque perdura siempre de algún modo en nuestros corazones. Este es el efecto que Tomás dice que «el objeto da», cuando explica la manera en que algo bueno nos transforma, imbuyéndonos en un sentido de afinidad o atracción hacia él. Sentimos, por tanto, una afinidad con todo lo bello porque algo de su bondad ha entrado en nosotros. Buscamos estas cosas, porque algunos elementos de su excelencia se hacen parte de la construcción de nuestra vida. Nos inclinamos hacia ellos porque algo de su bondad ya se ha introducido en el alma. Hay relaciones que marcan profundamente nuestras vidas y nos transforman interiormente. ¿Por qué no podemos olvidar a algunas personas? ¿Por qué viven en nuestros corazones aunque no les veamos durante años? Hay relaciones que marcan tan profundamente nuestras vidas que después ya no somos los mismos, en su ausencia los seguimos sintiendo presentes. Incluso, aunque sepamos que no les vamos a ver nunca más, no podemos actuar como si no hubieran formado parte de nuestra vida. Nos han dejado su marca, nos han cambiado irremediablemente y, para bien o para mal, son parte de nuestra historia, inseparables de nuestra identidad. Descubrir quiénes somos pasa por reconocer que estamos marcados por determinadas relaciones personales. ¿Por qué ocurre esto? ¿Cómo puede ser que algunas personas nos afecten permanentemente? Tomás explica: «lo apetecible mueve el apetito, introduciéndose de algún modo en su intención... ». Esto es lo que ocurre en este caso: algo de ellas permanece dentro de nosotros, queda impreso en nuestro interior y continúa formándonos. Por eso, de pronto los recordamos, y sentimos con tanta fuerza su presencia, aunque hayan pasado años de ausencia. Es así como los demás «mueven algo en nosotros». Hay algo de su ser que cala en nuestro interior, nos impregna y deja impreso el aroma de su bondad que permanece en nuestro corazón. 6 Ahora bien, si nos marca, también nos transforma, porque el efecto de la bondad de otro no es algo superficial, se siente de corazón. Tomás nos lo explica de un modo un poco oscuro: «'pasión' es el efecto del agente en el paciente» (ST, III, 26,2), pero el sentido de lo que dice no es nada esotérico. Tomás expone cómo otras personas y cosas nos cambian, cómo trabajan en nosotros y nos rehacen. Insiste para que entendamos cuán profunda y perdurablemente influye nuestro mundo en nosotros, y quiere demostrar que dichas influencias no son periféricas. Son personales y permanentes y por eso producen en nosotros pasión hacia ellas. Después de percibir su bondad, nos sentimos llamados a alcanzarlas. El cambio que menciona Tomás es nuestra transformación interior. Somos modificados interiormente al recibir la excelencia de otra persona, y, sintiéndola parte de nuestra alma, la buscamos como otra definición de nosotros mismos. Hemos asimilado la bondad de otro, ya es parte integral de nuestra identidad, porque no nos imaginamos sin esa persona. Por eso Tomás escribe: «la primera inmutación» producida por el objeto «es el amor, que no es otra cosa que la complacencia en lo apetecido» (ST, I-II, 26,2). Les amamos porque hemos sentido su bondad, porque su valor innegable nos ha llegado, no de modo inerte ni fugaz, sino con tanta plenitud que ha suscitado en nosotros una inclinación hacia ella y un sentido de afinidad. Les amamos ahora, no solamente porque hemos percibido su bondad, sino también porque forman parte de nosotros; les buscamos, porque sentimos que con ellas debemos estar. El amor: es una apertura continua a todo lo que es bueno pp. 153-156 Estamos hechos para abrirnos, para recibir algo; somos receptivos; crecemos cuando amamos y morimos cuando odiamos; son indispensables la reconciliación y la curación; los corazones endurecidos, amargos e inflexibles son dignos de horror. El corazón de la antropología de Aquino es la idea de que estamos hechos para recibir algo. No somos individuos autosuficientes y cerrados, sino criaturas con una necesidad tan honda que estamos hechos para abrirnos, formados para abrazar todos los bienes que nos regalan una vida más plena. Somos receptivos, y esta apertura continua a la bondad de los demás v de la vida es nuestro rasgo más fundamental y distintivo. Nos desconocemos a nosotros mismos si nos falta esta hospitalidad hacia la vida y nos dañamos irreparablemente si permanecemos recelosos y cerrados a los demás. Nos moriríamos si no admitiéramos nada de nadie porque estamos hechos para recibir; por eso crecemos cuando amamos y morimos cuando odiamos; por eso son indispensables la reconciliación y la curación; por eso los corazones endurecidos, amargos e inflexibles son dignos de horror. Estamos hechos para aceptar la vida, a los demás y, sin duda, a Dios. Para llenarnos de lo bueno que nos ofrece nuestro mundo, y después de él, para recibir la vida de Dios. Esta verdad se puede aplicar también al universo. El amor es el hecho fundamental, la expresión del deseo universal: empieza con la atracción que produce la fascinación, lo que mantiene la unidad del cosmos 2 . Estamos todos destinados a ser amantes, y alcanzamos lo mejor de nosotros cuando formamos parte de este universo de amor, cada uno dando y recibiendo, todos haciendo felices a los demás y hechos felices por ellos. Así nos ve el Aquinate, como criaturas que tienen una gran necesidad de ser amadas, que llega a ser cada una fuente de vida y salvación para las demás. El universo moral es un universo de interrelaciones profundas, de continua influencia mutua. Estamos interconectados por nuestra necesidad, pero también por nuestra capacidad de hacernos felices y enriquecernos unos a otros. Esta es la visión que tiene el Aquinate de nuestro universo moral. Es un universo de interrelaciones profundas, un universo de una continua influencia mutua en cuanto que cada 2 Para una discusión fascinante sobre el amor como la fuerza básica de toda la vida, cfr. B. SWIMME, The Universe Is a Green Dragon, Bear & Company, Santa Fe 1984, pp. 43-52. 7 cosa actúa sobre todo lo demás, produciendo una simetría de necesidad y donación, de carencia y de medios para la plenitud. Estamos interconectados por nuestra necesidad, pero también por nuestra capacidad de hacernos felices y enriquecernos unos a otros. Compartimos la capacidad de abrirnos a lo que no podemos darnos a nosotros mismos: podemos ofrecer a otro lo que nosotros solamente podemos recibir. La belleza del universo moral tomista reside en eso: cada uno bendice al otro con la vida que él mismo también debe haber recibido de los demás. Cuando Tomás expresa tan sucintamente: «'pasión' es el efecto del agente en el paciente», alude a un universo donde todo es apasionado porque todo ha recibido algo: un cosmos donde todas las cosas están anhelantes, porque han conocido la bondad por medio de los demás. Es la imagen de todos nosotros impresionados, afectados e influidos por la multitud de «agentes» en nuestro mundo, ya sean una persona, un paisaje hermoso, la fuerza de una poesía o el placer de una comida maravillosa. Recibir la influencia de todas estas cosas es llevar con nosotros la parte de bondad que cada una tiene. Tomás dice que recibimos su «forma» (ST, I-II, 26,2). La «forma» es lo que hace una cosa diferente y única respecto de las demás, lo que identifica una cosa frente a las otras. Recibir la forma de algo implica que su elemento más personal ha pasado a ser parte de nosotros por lo que ya no somos totalmente distintos, porque algo del otro está en nuestro interior. ¿No es eso lo que pasa cuando amamos a otra persona? Ya no somos completamente distintos porque hemos asumido alguna característica de la persona amada de tal modo que realmente se hace parte de nuestra alma. Por eso se acrecienta nuestro amor; por eso, cuanto más tiempo pase, nuestro deseo es mayor y nunca nos parece suficiente la intimidad alcanzada. No podemos olvidarlos porque forman parte esencial de nosotros; por eso, no nos cansamos de unirnos a ellos. Después de sentir su bondad, nuestras vidas se entremezclan y nuestras almas se empeñan en ir logrando una mayor unidad. La bondad es percibida en el nivel más profundo de nuestro ser: y, una vez adquirida, se hace parte integrante de nosotros porque recibimos su «forma. Esto es lo que Tomás quiere decir cuando habla de las pasiones y afectos, y lo que tiene en mente cuando nos describe como criaturas de apetitos. Se esfuerza en expresar la razón de nuestro amor y lo que nos ocurre cuando amamos. Quiere entender lo mejor que pueda por qué buscamos apasionadamente aquello que hemos descubierto como bueno. Deduce que se debe a que la bondad es percibida en el nivel más profundo de nuestro ser: y, una vez adquirida, se hace parte integrante de nosotros porque recibimos su «forma»; por eso sentimos una adaptación o connaturalidad con ella, puesto que eso que amamos ya no es algo completamente ajeno o extraño, sino que se ha convertido en algo personal, una parte de quienes somos, inseparable ya de la definición de nuestro ser. Durante la primera fase somos pasivos, no actuamos sino recibimos; sin embargo, en la segunda fase somos activos, respondemos con la intención de acercarnos enamorados a lo que sabemos que es bueno. En segundo lugar, Tomás explica que empezamos a acercarnos enamorados a aquella cosa cuya bondad hemos sentido. Las pasiones son apetitos que nos relacionan con lo que hemos aprendido a amar en la esperanza de poseerlo. Por eso dice Tomás que así se halla el fin del movimiento allí donde tuvo su principio. Cuando algo amable ha despertado nuestro interés, lo deseamos y, por ese mismo deseo, actuamos para hacerlo parte de nuestras vidas. En consecuencia, la vida moral consiste en el efecto que produce algo bueno y amable sobre nosotros y en nuestra respuesta a esa bondad a través de la acción. Algo actúa en nosotros, y nosotros respondemos. La vida moral es estar impresionado e intentar alcanzarlo, ser afectado y aproximarse. Conscientemente o no, vamos por la vida con el corazón abierto y lo más importante que tenemos que aprender es cómo llenarlo. 8 II. LO QUE SIGNIFICA LLAMAR PASIÓN AL AMOR pp. 157-166 Somos deficientes; necesitamos recibir lo que nos falta. Una pasión es signo de una deficiencia: Tomás llama pasión al amor. Nuestra perfección llegará gracias a la recepción de un bien que nos falta, que nos llegará por mano ajena. La teología moral del Aquinate presenta acertadamente el hecho de que todavía no somos lo que debemos ser, y que no tenemos en nosotros lo que nos falta para nuestra perfección. El requisito para nuestra plenitud no se encuentra en nosotros y no podemos ayudarnos en nuestra propia reconstrucción, tenemos que recibirla de fuera. Por eso, no es cuestión de autorrealización, sino de aceptar que otro nos realice. En opinión del Aquinate, nuestra falta de plenitud no implica meramente que necesitemos más tiempo para perfeccionarnos; es más, el hecho de necesitarlo señala nuestra propia carencia de los recursos necesarios para alcanzarla. No solo somos deficientes, lo somos intrínsecamente. Estamos obligados a recibir lo que nos falta: nuestra perfección nos vendrá dada como un don. Por eso, Tomás llama pasión al amor. Una pasión es signo de una deficiencia, una confesión de necesidad. El término significa la necesidad de un desarrollo posterior, habla de una indigencia que anhela superación; sin embargo, también reconoce que la plenitud no es algo que podemos darnos a nosotros mismos, la adquirimos por medio de la acción de otro. Decir que el amor es la llave de nuestra salvación moral e identificarlo con una pasión equivale a saber que nuestra perfección llegará gracias a la recepción de un bien que nos falta y que, además, ese bien nos ha de venir de mano ajena, puesto que por naturaleza somos incapaces de proporcionárnoslo a nosotros mismos. Como seres humanos padecemos una limitación absoluta: solamente llegamos a la plenitud conformados por un bien ajeno. El Aquinate explica: «La pasión pertenece al orden de lo defectuoso, porque corresponde a un ser en cuanto está en potencia» (ST, I-II, 22,2, ad 1). Superaremos nuestra indigencia principalmente por nuestra apertura a lo que tiene bondad y poder para darnos una vida más plena, no por nuestros propios esfuerzos, sino porque estemos dispuestos a «padecer» el amor de alguien que puede darnos plenitud. Según este texto, Tomás defiende que la deficiencia que padecemos en cuanto humanos solo puede remediarse a través de otra persona que nos ofrezca lo que no podemos darnos a nosotros mismos. Si esto es así, entonces la pasión no solo incluye la necesidad, sino también la receptividad, puesto que la plenitud que nos es propia exige la actuación de otro. Somos reconstruidos por la influencia ajena, nos curamos por mediación de otro. Al utilizar el lenguaje de la «potencialidad», Tomás admite que podemos superar nuestra indigencia, pero añade inmediatamente que esto no tendrá lugar principalmente por nuestros propios esfuerzos, sino por nuestra apertura a lo que tiene bondad y poder para darnos una vida más plena. Si «la pasión... corresponde a un ser en cuanto está en potencia», está claro que nuestro fortalecimiento no es cuestión de esfuerzo, sino de la disposición a «padecer» el amor de alguien que puede darnos plenitud. Nos encontramos, pues, ante una relación que va de «la potencia a la realidad», pero en lo que insiste Tomás es que la diferencia entre lo que somos ahora y lo que debemos ser, es una tarea de aquel que con su amor nos proporcione lo que nunca podríamos darnos a nosotros mismos. Llamar pasión al amor no solo significa que tiene que ocurrirnos algo más, sino también que ese «más» no depende de nuestro empeño en hacer, sino de la influencia que recibamos del otro. Estamos ante una relación que va de «la potencia a la realidad», una relación que se encuentra entre la promesa y la posible realización. Tomás insiste en que tal realización no es obra de nuestras propias manos, sino que nos llega a través de la ternura de un amor mejor. Como veremos, esta intuición es la que sostiene la convicción del Aquinate de que las virtudes se perfeccionan no por nuestro propio esfuerzo, sino por el Espíritu del Amor activo en nosotros. 9 Por qué el amor es la suma vulnerabilidad pp. 159-161 El amor nos perfecciona no porque alcanzamos la perfección por lo que hacemos, sino porque nos lleva a lo que nos llena. El amor nos abre gradualmente al Amor del que vienen todas las cosas. Esta idea cambia nuestra manera de pensar sobre el amor. Tomás habla de él como de aquello que nos perfecciona, pero no en el sentido de que alcanzamos la perfección en cuanto a lo que hacemos. Nos perfecciona porque su actividad explícita es llevarnos a lo que nos llena. La estrategia del amor es abrirnos gradualmente al Amor, del que vienen todas las cosas. Si Dios y los demás nos hacen vivir, entonces nuestro amor nos perfecciona, no porque desarrolle una capacidad innata en nosotros, sino porque nos acerca más a los que pueden llevarnos a nuestra plenitud. El amor conlleva la apertura necesaria para vivir. Por eso, precisamente, la vulnerabilidad no nos destruye, sino que es la que nos lleva a vivir más plenamente, porque al enamorarnos nos abre a todo lo que nos puede curar y reconstruir. Ser hombre significa recibir lo que nos falta para ser plenos, reconocerse como vulnerable es abrir la puerta a todo lo que nos puede dar lo más glorioso de la vida. Cuanto más receptivos estamos a la bondad, más permanente es nuestra superación de la necesidad. Esta apertura a lo mejor y a lo que más nos perfecciona es lo que nos cura. Al referir todo esto a Dios, el Aquinate escribe lo siguiente: «En lo que se refiere a la perfección, la intensidad se determina por la aproximación a un primer principio único, de manera que cuanto más cercana a él se halla una cosa, tanto es más intensa. Como la intensidad de lo lúcido se determina por su aproximación a lo sumamente luminoso, de manera que, cuanto más se acerca a ello una cosa, tanto más lúcido es. Pero, en lo que se refiere al defecto, la intensidad se determina no por la aproximación a lo sumo, sino por el alejamiento de lo perfecto, pues en esto consiste la razón del defecto y la privación. Y, por tanto, cuanto menos se aparta de lo que es primero, tanto menos intenso es. Por eso, al principio siempre se encuentran pequeños defectos, que, después, al ir avanzando, se acrecientan» (ST, I-II, 22,2, ad 1). Cuanto más nos acercamos a Dios, somos mejores. Este texto es, probablemente, el resumen más conciso de la teología moral del Aquinate: cuanto más nos acercamos a Dios, somos mejores, porque Dios es la excelencia en la que todo se vuelve bueno. Nosotros, estrictamente hablando, no nos hacemos buenos sino que nos transformamos, nos renovamos y nos fortalecemos por la acción del amor de Dios en nosotros, que cura y salva. Por eso, llamar pasión al amor y hacer de él la madre y raíz de las virtudes podría ser el elemento metodológico más brillante del Aquinate; es el corazón de su teología moral. Una pasión significa que algo es más perfecto cuanto más recibe de la fuente de su perfección. No puede perfeccionarse a sí mismo porque la fuente de su perfección está fuera de él. Así lo insinúa el Aquinate cuando escribe: «El término pasión implica que el paciente sea atraído hacia algo que hay en el agente» (ST, I-II, 22,2). Lo que nos atrae hacia Dios, entendido como agente, es la bondad y la vida que necesitamos para nuestra salvación, una bondad que podemos recibir pero nunca igualar. En la vida moral, nosotros somos los `pacientes' y Dios es el `agente,' es decir, que Dios es el que actúa y nosotros los que debemos abrirnos para recibir. Somos pacientes tratados y sanados por el amor divino. Quisiéramos hacer hincapié en la imagen que usa Tomás en este texto. En la vida moral, nosotros somos los `pacientes' y Dios es el `agente,' es decir, que Dios es el que actúa y nosotros los que debemos abrirnos para recibir. Somos pacientes tratados y sanados por el amor divino. Esto significa que tenemos necesidad de una curación que solo podemos recibir y que, de hecho, recibimos de Dios. Significa que estamos rotos, heridos, a menudo destrozados en nuestras vidas. Además, no podemos hacernos por propia determinación, sino por medio de nuestra complacencia ante Dios. Dios es el Buen Samaritano que nos rescata en nuestro viaje, el único que se detiene para cargar con nosotros. En la vida moral, pues, nosotros somos los pacientes y Dios es el sanador, el único que mira por nosotros, que nos acaricia, que venda nuestras heridas y que nos devuelve a la vida. 10 La esencia de la vida moral es la curación de la indigencia por medio del único Amor capaz de plenificar todas las cosas. Por eso, la esencia de la vida moral es la curación de la indigencia por medio del único Amor capaz de plenificar todas las cosas. Para Tomás, la vida moral consiste en «sufrir» o «padecer» a Dios, permitir que el amor que cura y reconstruye actúe en nosotros. Es una restauración continua donde nuestras vidas, a veces destruidas por la confusión o asoladas por las heridas, son limpiadas y fortalecidas por el único amor con el que no podemos rivalizar; por el único amor que solo podemos recibir. Es Dios, que actúa en nosotros por medio del Espíritu, el que nos fortalece; así, cuanto más enamorados nos acercamos a Dios, más intenso es su amor redentor por nosotros, más nos perfecciona, más irresistible, penetrante y eficaz resulta para nosotros. Según Tomás, la vida moral consiste en nuestra continua rehabilitación a través del amor santo que nos redime, y el hecho de no merecer este amor no tiene importancia; solo necesitamos la suficiente humildad para poder recibirlo. La caridad es la apertura apasionada a Dios pp. 161-164 ¿Cómo influye en el concepto que tenemos de caridad el hecho de designar como pasión al amor? Si definimos a éste como una pasión esencialmente receptiva, entonces la caridad consiste en recibir apasionadamente a Dios, lo que aparentemente choca con entender la caridad como virtud. Definir la caridad como una apertura apasionada hacia Dios no significa que no sea una virtud, sino que no sigue el modelo de virtud en el que solemos pensar. Si el amor es una pasión y la caridad es pasión por Dios, entonces, como virtud, su función es abrirnos más confiadamente a Dios. Si una pasión supone la posibilidad de ser dependiente de algo externo a uno mismo, la caridad es la virtud por la que nos hacemos vulnerables para Dios. La caridad es una actividad, pero su actividad como virtud es, en esencia, la apertura. En el capítulo IV ya se apuntaba esta idea cuando hablábamos de lo que implica tener amistad con Dios. La caridad es la virtud de la amistad con Dios, pero solo es posible cuando nos asemejamos lo suficiente a Dios en la bondad como para ser `otro yo' para Él. Pues bien, para que esto suceda, debemos practicar una extraordinaria receptividad hacia Dios. En otras palabras, la caridad tiene su principio en la pasión por Dios, ya que solamente por medio de una voluntad continua de «sufrirle» totalmente podemos alcanzar la semejanza necesaria para hablar de Él como amigo. Condicionada la caridad por este deseo apasionado de Dios, el Aquinate demuestra que es la misma caridad la que debe cambiarnos antes de poder plenificarnos. Para Tomás las virtudes están ancladas en el amor entendido como una pasión, así que cuanto más crecemos en las virtudes más dependemos de ese amor. La actividad de las virtudes no nos vuelva más independientes ni autosuficientes sino que nos vincula más a Dios. Este análisis de la pasión del amor hace que el Aquinate tenga un concepto diferente de las virtudes. Sí, su ética es una «ética de la virtud», pero entendida de un modo particular. Hay una paradoja implícita en lo que expone el Aquinate sobre las virtudes que solamente se percibe cuando se reconoce su conexión con las pasiones. El error de tantos estudios sobre la teología moral del Aquinate es que no han logrado apreciar la relación entre su análisis de las pasiones y los afectos, por un lado, y su teoría de las virtudes, por otro. No podemos comprender rectamente lo que entiende el Aquinate por virtud hasta que lo vemos a la luz del amor del que surge. Por tanto, para comprender el significado de virtud, especialmente de aquellas que nacen del amor de caridad, no las podemos separar de las pasiones y los afectos, puesto que es la propia pasión del amor la que les da forma y sentido. Para el Aquinate, las virtudes son principalmente estrategias del amor, obras del amor, porque cada una de ellas expresa de un modo peculiar el amor originario de la acción. Tomás nunca considera las virtudes por sí mismas, sino siempre en relación con las pasiones de donde proceden y de las que reciben su significado. Las virtudes están ancladas en el amor entendido como una pasión, así que cuanto más crecemos en las virtudes tanto más dependemos de ese amor. 11 La paradoja mencionada es que, a través de la actividad de las virtudes nacidas de la caridad, no nos volvemos más independientes ni autosuficientes, sino que, al contrario, nos vemos más vinculados a Dios. Crecer en las virtudes de la caridad es crecer en la dependencia divina, permitir que Dios actúe cada vez más en nosotros. La paradoja es que, cuanto más numerosos son nuestros actos de caridad, tanto más crece la acción de Dios en nuestra vida. La paradoja es que, cuanto más fuertes somos en las virtudes de la caridad, tanto más indefensos somos ante Dios. Este es el giro imprevisto que nos descubre Tomás en su concepto sobre las virtudes y del que solo nos damos cuenta cuando constatamos la conexión entre las virtudes y el amor que las conforma. Cuanto más crece la caridad en nosotros, tanto más difícil es resistir a Dios, porque un amor apasionado a Él nos lleva a «padecer» más plenamente su amor. Crecer en caridad supone abandonar los modos de resistir a Dios, e ir ampliando las posibilidades de recepción. Las virtudes nos perfeccionan porque, cuando amamos, nos dejamos transformar; cuando padecemos el amor de Dios somos curados al recibir el amor que nos redime. A las personas educadas en el concepto de virtud entendida como una acción que nos perfecciona, la visión de Tomás les parecerá una locura, pero es una conclusión inevitable si consideramos la conexión entre las virtudes y el amor y comprendemos lo que significa entender el amor como pasión. Esto no significa negar que las virtudes nos perfeccionan, simplemente queremos afirmar que nos perfeccionan en un sentido distinto. Nos perfeccionan porque, cuando amamos, nos dejamos transformar; porque, cuando sufrimos o padecemos el amor de Dios, somos curados; porque, cuanto más actuamos hacia Dios por las virtudes, tanto más recibimos el amor que nos redime. Al integrar la pasión por Dios, cualquier virtud informada por la caridad es un modo de transformarnos por medio del amor que nos hace amigos de Dios. Por qué la caridad nos hace divinos pp. 164-166 Dado que el amor es una pasión, cuando amamos estamos conformándonos con nuestro amado. Amar es dejarse recrear por la bondad. En el caso de la caridad somos recreados por la bondad divina. El cambio es impresionante. Padecer algo es recibirlo, es hacer nuestro algo que no teníamos antes. Como nos dice el Aquinate, crecemos en la bondad de Dios. Lo que ocurre cuando intentamos amar a Dios como a un amigo es que asumimos su hermosura a través de la apertura apasionada de la caridad. Así nos transformamos en lo que amamos: dado que el amor es una pasión, cuando amamos estamos conformándonos con nuestro amado. El amor siempre nos cambia en virtud del amado. Cuando amamos, nos hacemos vulnerables al otro. El amor es la más radical de las vulnerabilidades porque nos abre al otro y de tal manera, que permitimos «padecer» nosotros mismos aquello que hace al otro diferente. En el caso de Dios nos referimos a su bondad. Al estar enamorados nos definimos no por nuestro ser, sino en referencia a aquel que amamos. Amar es ser determinado por el amado, recibirle plenamente en nuestro ser. El amor es entrega, una rendición integral a la bondad del amado. Amar es dejarnos recrear por esa bondad. Esta es nuestra conversión, nuestra transfiguración, pero queda fuera de nuestro control en cuanto que el que dirige el cambio es aquel que amamos. Lo que ocurre en el caso de la caridad por ser una apertura apasionada a Dios es que somos recreados según la bondad divina. La caridad, por eso, es también una conversión porque amar a Dios es perder un modo de ser, y adquirir otro es ser conformado por la bondad divina. Amar a Dios nos inquieta porque tener caridad implica centrarse en Dios: ceder el control y perder el gobierno de nuestro ser; dejar que Dios dirija nuestra vida por sus criterios. Amar es dejar que el otro te posea y así encontramos nuestra identidad. Por todo esto, la caridad nos seduce por su belleza, pero también nos inquieta. Amar a Dios según la caridad significa que cedemos parte de nuestro control justo en el punto más clave porque supone perder el gobierno de nuestro ser. Tener caridad implica centrarse en Dios, 12 no solamente en cuanto que Él deba ser el primero de nuestros afectos, sino más bien porque Dios llega a ser el único por el que tiene sentido todo lo demás en la vida. Amar a Dios por la caridad es dejarle que dirija nuestra vida por sus criterios asombrosos, es rendirse hasta que pueda ir influyendo en nosotros. Dijimos anteriormente que no podemos escapar a la influencia de lo que amamos, y esta es la razón. Amar es dejar que el otro te posea, pero con la paradoja de que es la persona gracias a la cual encuentras tu identidad. Amar a Dios por caridad es ser hecho por Dios, es confiarnos al poder de una bondad que no podemos controlar. Por ello, estar decididos a amar es estar dispuestos a morir. La muerte es un requisito del amor. Todo esto nos conduce a decir que, si estamos decididos a amar, hemos de estar dispuestos a morir. La muerte es un requisito del amor, por lo menos la muerte a un autocontrol excesivo, a una autocomplacencia insana. Para amar es necesaria la muerte de una parte de nosotros. Tenemos que morir en el sentido de entregar el control de nuestras vidas y rendirnos finalmente a la bondad de otro. Es necesario morir para amar, ya que amar es ser poseído por la bondad de otro, y la caridad es ser poseído por la Bondad Divina. Para amar, tal como explica el Evangelio, tenemos que deshacernos del hombre viejo y confiar en el nuevo ser conformado por la bondad de Dios. Conclusión/resumen de este capítulo p. 166 En este capítulo hemos avanzado mucho. Hemos mostrado el papel que juegan las pasiones y los afectos en la vida moral. Hemos visto lo importantes que son nuestros sentimientos para el Aquinate y cómo ves en ellos la posibilidad de crecer en la bondad. Nos hemos definido como criaturas de apetitos hambrientas de todos los bienes que nos faltan y con la necesidad de llenarnos. Hemos visto que el amor nos abre para ser conformados, cambiados, bendecidos, y enriquecidos por la acción de un bien mayor en nosotros. Puede ser otra persona, una obra de arte o un paraje natural, pero también puede ser Dios. La estrategia de la teología moral del Aquinate es hacernos flexibles a la amable influencia de Dios, ya que, cuando padecemos este amor, la bondad y la misericordia de Dios nos cura para darnos de su plenitud. Esto no es fácil. Puede que tengamos un profundo deseo de acoger a Dios en nuestras vidas, o quizá lo que más deseamos es la amistad y la unión con Dios, pero muchas cosas nos disuaden. La vida moral empieza en el amor y continúa en el gozo, pero a menudo la adversidad la interrumpe, y la rutina de la vida cotidiana nos desgasta. Igual que Stephen Dedalus en el libro de James Joyce Un retrato del artista como un joven, «nos cansamos de nuestros ardientes caminos». A veces interviene una tragedia que nos turba, en ocasiones la mala fortuna es tal que nuestro deseo de ser buenos casi se apaga completamente. Otras veces, simplemente nos cansamos de la rutina y de la presión de nuestras responsabilidades y entonces, más que ser buenos, deseamos huir. Esto forma parte de nuestra experiencia moral y Tomás se emplea a fondo en esta cuestión. Para ver de qué forma lo hace, debemos investigar con profundidad su análisis de las emociones y las diferentes funciones que tienen en su esquema de la vida moral. Este es el tema del capítulo VI. www.parroquiasantamonica.com

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