jueves, 19 de octubre de 2017

Las gabelas de Dios: + Fr. Santiago Agrelo Arzobispo de Tánger

Muchas veces, para adentrarnos en el misterio de salvación que se celebra en el domingo, hemos pasado por la puerta del salmo responsorial, y hoy también pediremos al salmista que sea él quien nos guíe al inefable silencio donde Dios habita, y a Cristo en quien Dios se nos manifiesta. El salmo, por ser oración, tiene la virtud y la gracia de apartarnos de tentaciones moralizantes, y de introducirnos sin demora en la presencia de Dios.
Todos guardamos en la memoria el dicho de Jesús: “Pagadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. El mandato es claro, “pagad”, y el significado gramatical también lo es, pues todos entendemos que equivale más o menos a “dad”, “devolved”, “entregad”, “restituid”.
Lo que se ha de pagar “al César”, entiéndase «a las autoridades legítimas», a la hacienda pública, eso no es necesario que os lo explique yo, que ya hay quien se ocupa de que lo cumpláis y sin necesidad de que os den muchas explicaciones. Por experiencia sabéis, sin embargo, que el debido cumplimiento de ese «deber con hacienda» no es para vosotros motivo de júbilo, y no suele llevar consigo gritos de aclamación ni cantos de fiesta.
Cosa bien distinta sucede con el “tributo” que hemos de pagar a Dios.
Ahora será el salmista quien nos ayude a comprender. Recuerda, Iglesia amada del Señor, las palabras del salmo, que fueron hoy palabras también de tu oración: “Cantad al Señor, contad sus maravillas, aclamad al Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, postraos ante el Señor”…
A ti se te ha concedido conocer la gloria del Señor, has podido admirar sus maravillas, a ti se te ha revelado su grandeza, conoces el poder de su brazo.
Si te fijas en la creación, los cielos y la tierra, las criaturas todas te hablan de quien todo lo sostiene sobre el abismo de la finitud; y todas ellas “pagan un tributo de reconocimiento y de agradecimiento” a su Creador: “El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos, el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra”.
Si te fijas en tu propia historia de fe, en la salvación de la que ha sido beneficiario el pueblo al que perteneces, hallarás que el Señor “increpó al mar Rojo, y se secó, los condujo por el abismo como por tierra firme; los salvó de la mano del adversario, los rescató del puño del enemigo… Entonces creyeron sus palabras”, y todos ellos, pagando el tributo debido a su Dios, “cantaron su alabanza”.
Vuelve por un momento al tiempo de tu liberación, vuelve a considerar tu pequeñez y tu debilidad frente al Faraón y a su ejército, y entonces sentirás la necesidad de “pagar un tributo de alabanza y de aclamación” a la grandeza de tu Dios, a su gloria y a su poder, al amor con que ha cuidado de ti.
¿Has encontrado el camino que lleva desde la experiencia de la gracia al tributo del agradecimiento? Entonces deja ya la mano del salmista y entra, guiada por el Espíritu de Jesús, en el misterio de la Pascua cristiana. El Padre Dios te ha entregado como sacramento de su amor a su propio Hijo. En Cristo has entrado en el mundo nuevo, en el que Dios es Rey; en Cristo has conocido maravillas que nunca habrías podido siquiera soñar: ser morada de Dios y que Dios sea tu morada; ser hijo de Dios y, por ser hijo, ser también heredero; ser templo del Espíritu Santo; llevar sobre ti, como si de tu hacienda se tratase, todas las bendiciones con que el Padre Dios podía bendecirte. Tú habrás de seguir contemplando lo que eres, Iglesia santa, y si conoces lo que eres, conocerás lo que has de tributar: “Cantad al Señor un cántico nuevo”. Siempre nueva es la Pascua; siempre nuevo ha de ser tu canto, siempre nuevo ha de ser tu tributo…
Deja la mano del salmista, pero no dejes la mano de aquel con quien vas a entrar en comunión sacramental… Es Cristo quien se te ofrece, es a Cristo a quien recibes, es con Cristo con quien Dios se te da por entero. Todo se te da el que viene a ti. Ahora eres tú quien ha de decidir cuál ha de ser la cuantía de tu tributo… Un tributo de aclamaciones, un tributo de pan para Cristo pobre, el tributo de todo tu ser para quien te amó sin reservarse nada para sí…
Feliz domingo.

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