miércoles, 20 de diciembre de 2017

4º Domingo de Adviento, Año B, 24 de diciembre de 2017



Ø Domingo 4 de Adviento, Año B (24 de diciembre 2017). El Rey David quiere construir un templo a Dios. Después del 990 a.C. el Rey David consolidó su reinado, y pensó construir edificios que recordasen en el futuro esta consolidación. Y pensó erigir un templo al Señor. Pero, a través del profeta Natán, Dios declara que no quiere para sí una casa material; dará a David otra “casa”,  una estirpe (linaje, familia), una casa viva, en la que se hará presente con su palabra, su obra y su Mesías. Dios habita en el corazón del hombre vivo. Con la encarnación de Cristo María se convierte en la nueva Sion en cuyo interior no hay ya un templo de piedra y de leña de cedro, como el salomónico, sino el templo perfecto de la carne de Cristo. No busquemos a Dios en cielos lejanos y nebulosos sino dirijámonos a Cristo presente en medio de nosotros.

v  Cfr. 4º Domingo de Adviento,  Año B,  24 de diciembre de 2017

            2 Samuel 7, 1-5.8-12.14.16; Salmo 88; Romanos 16, 25-27; Lucas 1,26-38;


2 Samuel 7,1-5. 8b-12. 14a.16: Cuando el rey David se estableció en su palacio, y el Señor le dio la paz con todos los enemigos que le rodeaban, el rey dijo al profeta Natán: - «Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda.» Natán respondió al rey: «Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo.» Pero aquella noche recibió Natán la siguiente palabra del Señor: «Ve y dile a mi siervo David: "Así dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré con tus enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra. Daré un puesto a Israel, mi pueblo: lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, y en adelante no permitiré que los malvados lo aflijan como antes, cuando nombré jueces para gobernar a mi pueblo Israel. Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una dinastía. Y, cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre."»

Lucas 1,26-38: 26 En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, 27 a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. 28 El ángel, entrando en su presencia, dijo: - «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú eres entre las mujeres.» 29 Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. 30 El ángel le dijo: - «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. 31 Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. 32 Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, 33 reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» 34 Y María dijo al ángel: - «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?» 35  El ángel le contestó: - «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. 36 Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, 37 porque para Dios nada hay imposible.» 38 María contestó: - «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y la dejó el ángel.


1.    Primera Lectura. El Rey David quiere construir un templo material para el Señor.

v  Pero Dios tiene otro proyecto: en vez de una casa material (el Templo) construida por David, el mismo Dios le daría otra «casa», un reino  que se fundaría no en una casa material sino en un hijo que saldría de sus entrañas, que consolidaría el reino para siempre, en Jesús, que «reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».

Cfr. Gianfranco Ravasi, Los rostros de la Biblia, San Pablo 2008, pp. 154-156

o   Después del 990 a.C. el Rey David consolidó su reinado, y pensó construir edificios que recordasen en el futuro esta consolidación. Y pensó erigir un templo al Señor.

§  “El protagonista de la primera lectura de este cuarto domingo de Adviento es el profeta Natán (en hebreo
 «Dios ha dado». La forma completa sería «Natanael»), un personaje de la corte de David. Aparece en el capítulo 7 del segundo libro de Samuel: el rey lo llama para expresarle su deseo de erigir un templo al Señor [1] en la capital  recién conquistada, Jerusalén, con  el fin de tener junto a sí la protección y el aval divino. Lo mismo que los capellanes de la corte, Natán se pone inmediatamente de parte de su  soberano [2]. Pero hay un imprevisto: él no deja de ser un profeta y, por lo tanto, en último extremo, depende del Señor, el cual niega su autorización.

o   Dios declara que no quiere para sí una casa material; dará a David otra “casa”,  una estirpe (linaje, familia), una casa viva, en la que se hará presente con su palabra, su obra y su Mesías.

En una visión nocturna Dios declara que no quiere para sí una casa material. Será Él quien dé una casa viva a David, es decir, una estirpe, en la que el Señor se hará presente con su palabra, su obra y con su Mesías. Queda claro que Dios prefiere el tiempo al espacio, por ser la realidad más «humana», más íntima a nuestra condición de criaturas mortales. En hebreo es posible un juego de significados en torno a la misma palabra, porque bajit, significa «casa, palacio, templo», pero también «estirpe, descendencia». Ya sabemos que será Salomón, el hijo de David, el que después erija el tempo en  Sión. La verdad es que el primer templo será el de la «carne» de los hombres, es decir, la dinastía davídica (el «linaje», la estirpe de David): con esto tenemos una anticipación del tema cristiano de la Encarnación”.    

v  Por tanto, la tradición cristiana, a la luz del Evangelio, ha entendido lo que dijo el Señor a David de una manera precisa:

a) en vez de una casa  de Dios  material (el Templo), el mismo Dios daría a David otra «casa» también real: una estirpe, un linaje, una familia, una dinastía;  un reino que se fundaría no en una casa material sino en un hijo que saldría de sus entrañas, que consolidaría el reino para siempre....
b) Jesús, descendiente de David por medio de José, es el Hijo de Dios que pertenece a una estirpe real,
pero, sobre todo, será rey porque su Padre le ha dado toda potestad en los cielos y en la tierra .... el reino de Cristo será eterno, universal, indestructible ....  Lo vemos en el Evangelio de hoy, en las palabras que el ángel dirige a María: «Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» [3]
       c) María es la nueva Arca de Dios [4]. La carne del Verbo es el nuevo templo de Dios entre los hombres: «Destruid este Templo y en tres días lo levantaré.(...) Pero él se refería al Templo de su cuerpo» (Juan 2, 19.21). Con la encarnación del Verbo de Dios, Dios realmente ha construido una tienda en medio de nosotros: «Y el Verbo se hizo carne y habitó (traducción del original: puso su tienda, su morada) entre nosotros" (Juan 1,14). El Señor, por tanto, no desea una casa/templo de piedras para vivir, sino algo muy diverso.

v  Dios habita en el corazón del hombre vivo

·         Benedicto XVI afirmó en la homilía de la Misa de la Inmaculada (8/10/05) sobre la Virgen: “En ella
habita el Señor, en ella encuentra el lugar de su descanso. Ella es la casa viva de Dios, que no habita en edificios de piedra, sino en el corazón del hombre vivo”.

v  Cfr. Hans Urs von Balthasar, Luz de la Palabra, Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones Encuentro, Madrid 1994, pág. 127 ss

o   Dios a David: una reprensión y una promesa

1.      La casa de David. En la primera lectura, el rey David, que habita en su palacio, tiene mala
conciencia de que, mientras él vive en casa de cedro, Dios tenga que conformarse con una simple tienda. Por eso decide, como hacen casi todos los reyes de los pueblos, construir una morada digna para Dios. Pero entonces el propio Dios interviene, y sus palabras son tanto una reprensión como una promesa. David olvida que es Dios el que ha construido todo su reino, desde el mismo instante en que, siendo David un simple pastor de ovejas, le ungió rey, acompañándole desde entonces en todas sus empresas. Pero la gracia llega aún más lejos: la casa que Dios ha comenzado, el mismo Dios la construirá hasta el final: en la descendencia de David y finalmente en el gran descendiente suyo con el que culminará la obra. Dios no habita en la soledad de los palacios, sino en la compañía de los hombres que creen y aman; éstos son sus templos y sus iglesias, y nunca conocerán la ruina. La casa de David «se consolidará y durará por siempre» en su hijo. Esto se cumple en el evangelio.

o   La Virgen elegida por Dios para ser un templo sin igual

2.      La Virgen desposada con un varón de la casa de David es elegida por Dios para ser un
templo sin igual. Su Hijo, concebido en su vientre por obra del Espíritu Santo, establecerá su morada en ella, y todo el ser de la Madre contribuirá a la formación del Hijo hasta convertirlo en un hombre perfecto. También aquí el trabajo de Dios no comienza sólo desde el instante de la Anunciación, sino desde el primer momento de la existencia de María. En su Inmaculada Concepción, Dios ha comenzado ya a actuar en su templo: sólo porque Dios la hace capaz de responderle con un sí incondicional, sin reservas, puede establecer su morada en ella y garantizarle, como a David, que esta casa se consolidará y durará por siempre. «Reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». El Hijo de María es mucho más que el hijo de David: «Es más que Salomón» (Mt 12,42). El propio David lo llama Señor (Mt 22,4S). Pero aunque Jesucristo edificará el templo definitivo de Dios con «piedras vivas» (1 P 2,5) sobre sí mismo como «piedra angular», nunca olvidará que se debe a la morada santa que es su Madre, al igual que procede de la estirpe de David por José. La maternidad de María es tan imperecedera que Jesús desde la cruz la nombrará Madre de su Iglesia: ésta procede ciertamente de su carne y sangre, pero su «Cuerpo místico», la Iglesia, al ser el propio cuerpo de Jesús, no puede existir sin la misma Madre, a la que él mismo debe su existencia. Y a los que participan, dentro de la Iglesia, en la fecundidad de María, él les da también una participación en su maternidad (Metodio, Banquete III, 8).

o   El templo que Dios se construye no se concluirá hasta que «todas las naciones» hayan sido traídas a la obediencia de la fe

3.      El templo que Dios se construye no se concluirá hasta que «todas las naciones» hayan sido
traídas a la obediencia de la fe. Eso es precisamente lo que se anuncia al final de la carta a los Romanos. Esta construcción definitiva es operada por los cristianos ya creyentes, que no se encierran dentro de su Iglesia, sino que están abiertos al «misterio» que les ha sido «revelado» por Dios y, en razón de la profecía de los "Escritos proféticos", en los que se habla de David y de la Virgen, creen que el «evangelio» no se limita exclusivamente a la Iglesia, sino que afecta al mundo en su totalidad. El templo construido por Dios remite siempre, más allá de sí mismo, a una construcción mayor que ha sido proyectada por Dios y que no concluirá hasta que «haga de los enemigos de Cristo estrado de sus pies» y Cristo «devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza» (1 Co 15,24s).

2.    Evangelio. «Para Dios no hay nada imposible» (Lucas 1, 37)

·         Esta expresión toma las palabras  que el Señor dirigió a Abrahán en Génesis 18,14, cuando prometió el
nacimiento inminente de Isaac. María, por tanto, tiene un vínculo con Abrahán, el padre de Israel, quien recibió la promesa en primer lugar, dando la vida al pueblo de la promesa; a esto hace alusión la Virgen en el Magnificat: «como había prometido  a nuestros padres, Abrahán y su descendencia para siempre». (Lucas 1,55).  
·         Sagrada Biblia, Nuevo Testamento, Eunsa 1999, Lucas 1, 26-38 : “El mensaje del ángel expresa la
acción singular, soberana y omnipotente de Dios al encarnarse para nuestra salvación. Esta acción divina (cfr. v. 35) evoca la creación (Génesis 1,2), cuando el Espíritu descendió sobre las aguas para dar vida; y la del desierto, cuando creó al pueblo de Israel y hacía notar su presencia con una nube que cubría el Arca de la Alianza (cfr. Exodo 40, 34-36).”.
·         Biblia de Jerusalén, Lucas 1,35: La concepción de Jesús se debe al poder del Espíritu Santo.  La
expresión «el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, “evoca la nube luminosa, señal de la presencia de Yahvé (ver Éxodo 13, 22+; 19,16+; 24,16+)”   

·         Éxodo 13, 21-22: “Yahvé marchaba delante de ellos: de día en columna de nube, para guiarlos por el
camino, y de noche en columna de fuego, para alumbrarlos, de modo que pudiesen marchar de día y de noche. No se apartó del pueblo ni la columna de nube por el día, ni la columna de fuego por la noche”. Biblia de Jerusalén, Éxodo 13,22: «En el Pentateuco se encuentran diversas manifestaciones de la presencia divina: la columna de nube y la columna de fuego (tradición yahvista); el nublado oscuro y la nube (tradición eloísta)».

3.  La cooperación de María a la Encarnación: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.

v  En el Catecismo de la Iglesia Católica

·         CCE 488: La predestinación de María - «Dios envió a su Hijo» (Gálatas 4, 4), pero para «formarle un
cuerpo» (Cf Hebreos 10, 5) quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a «una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María» (Lucas l, 26-27):
El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida (Lumen gentium  56; cf 61).
·         CCE 973: Al pronunciar el «fiat» de la Anunciación y al dar su consentimiento al Misterio de la Encarnación,
María colabora ya en toda la obra que debe llevar a cabo su Hijo. Ella es madre allí donde El es Salvador y Cabeza del Cuerpo místico.

v  El riesgo de la fe: la fe de María no ha consistido en el hecho de dar su asentimiento a un cierto número de verdades, sino en el hecho que ha se ha fiado de Dios.

Cfr. Raniero Cantalamessa, Famiglia Cristiana n. 51, 22/12/02:
·         “Se puede pensar que la fe de María fue fácil. Llegar a ser la madre del Mesías seguramente era el sueño
de  toda joven hebrea. Pero nos podemos equivocar. Su acto de fe ha sido uno de los más difíciles de la historia. ¿A quién  puede explicar María lo que ha sucedido en ella? ¿Quién la creerá cuando diga que el niño que porta en su seno es «obra del Espíritu Santo»? Esto no ha sucedido a nadie antes de ella, ni sucederá nunca después de ella. María conocía muy bien lo que estaba escrito en la Ley de Moisés: una joven que no fuese encontrada virgen el día de la boda, debía ser llevada enseguida fuera de su casa paterna y lapidada (cfr. Deuteronomio 22, 20ss).
            ¡María ha conocido «el riesgo de la fe»!. La fe de María no ha consistido en el hecho de dar su asentimiento a un cierto número de verdades, sino en el hecho que ha se ha fiado de Dios; ha dado su «fiat», con los ojos cerrados, creyendo que «nada es imposible a Dios». En realidad, María no ha dicho nunca «fiat», porque no hablaba ni latín ni griego. Lo que probablemente salió de sus labios es una palabra que todos conocemos y que repetimos frecuentemente. ¡Ha dicho «amén»!  Esta palabra era la palabra con la que un hebreo expresaba su asentimiento a Dios, la plena adhesión a su designio.
            María no ha dado su asentimiento con resignación melancólica, como diciéndose a sí misma: «Si no se puede hacer de otro modo, pues bien, hágase  la voluntad de Dios». La palabra que el evangelista  pone en la boca de María (genóito) es optativa, un modo que, en griego, se usa para expresar gozo, un deseo, con la impaciencia de que se dé  una cierta cosa. El «amén» de María fue como el “sí” total, gozoso, que la esposa dice al esposo el día de la boda”.

v  María es la nueva Sión, la ciudad que tenía en su interior el Templo.

            Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo la Scritture, anno B, Piemme settembre 1996, pp. 27-29.

o   No busquemos a Dios en cielos lejanos y nebulosos sino dirijámonos a Cristo presente en medio de nosotros.

·         “María aparece simbólicamente como la nueva Sión, la ciudad que tenía en su interior el Templo. En
ella, sin embargo, la presencia divina es plena y definitiva.  (…) Con la encarnación de Cristo María se convierte en la nueva Sion en cuyo interior no hay ya un templo de piedra y de leña de cedro, como el salomónico, sino el templo perfecto de la carne de Cristo: «Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros» [5], afirma san Juan en el prólogo de su Evangelio (1,14).  En el seno de María se revela en plenitud la presencia de Dios a través  del Hijo. Sobre ella, por tanto, se extiende la «sombra del Altísimo» (Evangelio de hoy, Lucas 1, 35). La protección amorosa de Dios ahora es total, directa, ya no está confiada a la señal del humo del sacrificio. En Maria está quien es verdaderamente refugio, reparo y fortaleza para la entera humanidad”.  (…)
            No busquemos a Dios en cielos lejanos y nebulosos sino dirijámonos a Cristo presente en medio de nosotros. El compromiso del cristiano se debe orientar hacia la historia y la humanidad que  ahora  no son  ya una masa de días y de personas entregadas hacia la muerte sino sede de una presencia santificadora de Dios. El hombre tiene ahora un hermano perfecto, que vive con él en la fragilidad y el sufrimiento de la carne. En la leyenda del monje oriental Epifanio está escrito  este bello testamento espiritual: «No busquéis nunca en Cristo el rostro de un solo hombre, sino buscad en todo hombre el  rostro de Cristo».  

v  María, por tanto, es la primera casa de Dios hecho hombre

·         Cristo viene al mundo, en su encarnación, por medio de María. Ella es la primera casa de Dios
hecho hombre. Por medio de María Dios se convierte en el Emanuel, es decir, el Dios con nosotros. Así se dice en la  Antífona de Comunión de hoy: “Le pondrán por nombre Emmanuel, que significa «Dios-con-nosotros» (Mateo 1, 23)”.   
·         En la Oración Colecta del 20 de diciembre se afirma que Dios, por obra del Espíritu Santo,
transformó a María en “templo de su divinidad”.


Vida Cristiana




[1]  «Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda.»  El pensamiento de David ciertamente estaba motivado por buenas intenciones: por el reconocimiento de la grandeza de Dios y por el malestar a causa de la desproporción entre su palacio y el lugar - la tienda - en que se conservaba el Arca de la Alianza. Pero le faltaban horizontes, como veremos enseguida. Dios le hace saber que tiene otros criterios. 
[2] «Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo».
[3] Nota del Traductor. Cfr. Primera Lectura del libro de Samuel cap. 7, de las palabras del Señor a David refiriéndose a Jesús: “Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán para siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre”.
[4] La primera Arca – un cofre de madera de acacia recubierto de oro por dentro y por fuera – fue hecha construir por Dios para conservar en ella las tablas de la Alianza donde estaban escritos los preceptos del Decálogo: se llamó, en diversas épocas, Arca de Dios, Arca del Señor, Arca de la Ley, Arca del Testimonio. Era memorial del pacto entre Dios y su pueblo por contener las tablas de la Alianza. Y era, además, símbolo de la presencia de Dios  (Exodo 15, 22; 1 Samuel 4,4; 2 Samuel 6,2); Cfr. Éxodo 25, 10-16.
Cfr. Nota a Éxodo 25, 10-22, Eunsa agosto 2000; cfr. Catecismo de la Iglesia Católica n. 2058; cfr. n. 2676: «Llena de gracia, el Señor es contigo»: Las dos palabras del saludo del ángel se aclaran mutuamente. María es la llena de gracia porque el Señor está con ella. La gracia de la que está colmada es la presencia de Aquel que es la fuente de toda gracia. «Alégrate... Hija de Jerusalén... el Señor está en medio de ti» (So 3, 14. 17a). María, en quien va a habitar el Señor, es en persona la hija de Sión, el Arca de la Alianza, el lugar donde reside la Gloria del Señor: ella es «la morada de Dios entre los hombres» (Apocalipsis 21, 3). «Llena de gracia», se ha dado toda al que viene a habitar en ella y al que ella entregará al mundo.”  
[5] Equivale a “puso la tienda en medio de nosotros”.  

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